Julio Urdin Elizaga
Escritor

Cazadores de mariposas

Aún me pregunto de dónde proviene esa afición a cazar mariposas eternizando su belleza tras una expositora, acristalada, caja que durante prácticamente toda su vida ejerciera el zoólogo, filósofo (de formación), soldado vocacional y, sobre todo, enorme escritor que fuera Ernst Jünger, el autodenominado «cazador sutil», que también, por otra parte, lo era de las maravillosas flores.

Tal vez, una respuesta se pueda encontrar en la presentación que Bohdan Dziemodok hiciera de la estética de Tatarkiewicz, en su obra "Historia de seis ideas" (arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética), cuando de esta última afirma: «La experiencia más elemental y fácil de definir es la que se tiene cuando se está ante una bella flor, una mariposa o un pájaro, bellos tapices, cerámicas, obras de artesanía hechas de oro, algunos objetos tecnológicos, obras de arquitectura, algunos cuadros, esculturas y obras musicales. Sentimos esta experiencia cuando contemplamos los aspectos de objetos concretos; la característica principal es el factor sensual». Frente a ella, el autor de la presentación manifiesta la diferencia habida entre este tipo de sensibilidad, de la literaria y la poética; donde además de la sensualidad el intelecto y la emoción desempeñan un papel estimulando la reflexión con el objetivo de «comprender el mundo y a otros seres humanos».

Entiendo, por tanto, esa atracción del escritor germano como una forma de atrapar el ideal de «belleza» tratando del patrimonial creativo universal como de su aprehensión –tal y como recogiéramos anteriormente– «no tanto de las cosas bellas sino de las partes bellas de las cosas», que flores y mariposas aparentan abarcar en su totalidad, aun perteneciéndole propiamente al reino de la naturaleza en íntima relación con nuestra capacidad perceptiva a través de los órganos dispuestos para ello, asimismo propios de aquella, sin ir más lejos.

Gran observador de la naturaleza entomológica y del hombre, Jünger cree en el papel futuro a desempeñar por la élite de los «titanes» cuyo origen es ciertamente mitológico. Al decir de Pierre Grimal, son «hijos varones (seis) de la unión de Urano (el Cielo) con Gea (la Tierra)» que tienen por hermanas a las titánides (también seis) en franca relación incestuosa, tal y como al parecer lo fuera la de sus progenitores. (Por cierto que uno de sus hijos, Crono, juega un curioso papel utilizando el instrumento de la hoz cortando los testículos de su padre a la hora de dar fin a tal relación, no por incestiva sino más bien por práctica canibalesca, ya que no antropofágica tratándose de dioses, por lo que posteriormente casara él mismo con una de sus hermanas, Rea, manteniendo una relación «extramatrimonial» con Filira (hija de su hermano Océano), de la que naciera Centauro Quirón, al que nuestro escultor y poeta Oteiza dedicara una de sus composiciones). Dejémoslo, aquí, estar.

Objetivo preferente de todos ellos, sin dudar, es aquel de la simbólica gestión del poder: «lucha o duelo de titanes», habrá de decirse. Titanes, en el concepto actual, para este «cazador sutil», sin lugar a dudas, serían quienes gestionan directamente los intereses de la geopolítica con un «exceso de personalidad»: los Donald Trump, Joe Biden, Vladímir Putin, Xi Jinping, Kim Jong-un (los que han sido y hayan de ser); en espera de un anhelado relevo por las «titánides» correspondientes que en principio la pre-visión augura nada vayan a cambiar de esta realidad por el mero hecho de serlo, pese a su legítimo derecho de estancia y participación. En definitiva, y en línea con la etiqueta dada por el saber enciclopédico digital al escritor germano, en este caso, todo «revolucionario conservador» –populista– no pasa de ser un reaccionario. Constituyen un grupo de cazadores-recolectores no tan sutiles que truecan el instrumento de sus deseos en forma más bien explosiva.

El poder revolucionario, al que la estética vanguardista tuviera la tentación de sumarse, futurista y constructivista, en este sentido, una vez alcanzado nunca consistió en ser otra cosa que la conservación de los objetivos a los que se subordinara. Todo triunfador poder, por tanto, viene a ser un conservador independientemente del signo de su formal apuesta y adscripción, sea hoz y martillo, cruz y espada, movimiento y espacialidad, en todas y cada una de sus modalidades, proponiendo, en principio, una unificada estética de la pretendida diferencia en el ámbito de su dominio, puesto que no en vano como fruto de los devaneos de Crono, también en algunas otras tradiciones aparece Hefesto: santo patrón de las artes y de las artesanías paganas. Es la confirmación de que el arte, por mucho que se precie «en sí» y «para sí», nunca puede prescindir del mundo.

«Pero, ¿qué es arte?», se preguntaba Oteiza. Arte es trampa para humanos cazadores del ser, vendría a ser su respuesta, con reminiscencia un tanto existencialista. Sin embargo, estos cazadores-recolectores de flores y mariposas, en el mejor de los casos, tienen como objetivo cosas bien diferentes, habiendo perdido el verdadero sentido de la «belleza» como aquello que está más allá de la mera apariencia. Sus opciones vienen siendo muy otras. Son revolucionarios, en todo caso, de lo que Hobsbawm calificara como «esa revolución [obrada] por la lógica combinada de la tecnología y el mercado de masas, lo que [equivaldría] a decir de la democratización del consumo estético». Y aun siendo así, paradójicamente, la queja mayoritaria de entre ellos, es aquella muy manida de que «no venden», debiendo al menos esforzarse en decirnos qué es aquello que nos venden. Al menos en esto, la diferencia con el tradicional cazador de mariposas consistía en ser el engrose de la colección que en el mundo del arte ha sido la actividad de su institución museística.


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