Rafael Suso
Miembro de la Fundación Arizmendiarrieta

Colaborar para Innovar

Los problemas del siglo XXI necesitan respuestas del siglo XXI.

Lo dijo Madeleine Albright en el 2017 hablando de la desinformación frente al Consejo Atlántico, uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos en estos tiempos.

Se puede aplicar al conjunto de la gestión pública y, por qué no, también privada. Es sabido que las últimas tecnologías son de carácter social e intelectual. No actúan de forma mecánica, potencian los procesos sociales y los flujos de información. Creando nuevos y dinámicos espacios sociales e introduciendo la nueva lógica de las interdependencias.

El modelo de murallas y fronteras ha sido derribado por Internet. Es la nueva lógica. Que como nueva y revolucionaria, creadora de novedades, tiene un alto poder de eso que hoy llaman disrupción y que no es otra cosa que crear desorden o dar lugar a nuevos sentidos de orden.

Podemos interpretarlo siguiendo la dimensión de avance lineal introducida por el cristianismo o de acuerdo al pensamiento circular de la antigua Grecia.

La tensión resultante es la misma, sigue el principio de acción-reacción. El entusiasmo de los que apuestan por lo nuevo se ve compensado por la determinación de quienes por miedo quieren utilizar el cambio en beneficio propio. En el foco están los nuevos autócratas, en el trasfondo podemos encontrar a los nuevos magnates y sus empresas tecnológicas.

Pero este cambio de siglo también se ha visto acompañado por grandes crisis: financiera, pandemia, energía... y ha devuelto el protagonismo a las guerras. De momento las expectativas vienen acompañadas de los acontecimientos de lo que David Brooks ha denominado como el siglo negro.

«Los ciudadanos hablan utilizando tecnologías del siglo XXI, los gobiernos les escuchamos con tecnologías del siglo XX y les damos respuestas del siglo XIX».

Esta dificultad de adaptación a la que se refería Madeleine Albright exige la respuesta clara y concreta de la innovación.

Y continuaba: Pero quizás el componente más importante de nuestro esfuerzo sea tratar de ayudar a fomentar un compromiso constructivo entre el gobierno, la sociedad civil y las empresas de tecnología.

La actualidad de estas palabras, las nuevas realidades, nos viene a confirmar que las personas no conseguimos nada solas, todo lo logramos en relación con otras personas, esos que llamamos los demás.

Riken Yamamoto es un prestigioso arquitecto japonés que acaba de recibir el premio Pritzker, un reconocimiento del nivel de premio Nobel. El "New York Times" le describe como «un arquitecto reconocido por sus diseños modestos que inspiran conexión social y transparencia...». Un arquitecto que crea comunidad.

Estos dos términos, innovación y comunidad, son los ingredientes básicos de toda sociedad que quiera progresar mejorando su estado de bienestar.

Madeleine Albright ponía el punto de atención en la dimensión de los grandes retos a los que nos enfrentamos a nivel global y local. Su dimensión escapa a los recursos de los gobiernos y a los recursos de las empresas. Tanto por los recursos como por la diversidad de talento y discrepancia necesarias para avanzar en su solución.

Si innovación demanda colaboración, colaboración exige confianza.

Acerquémonos a nuestra realidad más próxima. Llevamos décadas trabajando por la reconstrucción social y moral de la sociedad vasca. La profunda herida de la violencia terrorista nos transformó de ser una sociedad de confianza a vivir en una sociedad de sospecha en la que el vecino dejaba de ser el amigo. Seguimos conviviendo al tiempo que nos fragmentábamos en círculos sociales de confianza. Esto nos ha debilitado en eso que los sociólogos llaman creación de capital social.

El daño económico ha sido calculado y puesto de manifiesto por rigurosos estudios. Se han desarrollado planes y políticas industriales y de innovación. Hemos mejorado a la vez que hemos dejado para el olvido generacional la superación del daño social por décadas de violencia, de antipolítica en términos de Hanna Arendt.

Si queremos avanzar tenemos que empezar por reconocer que vivimos en una sociedad en la que la confianza se ha convertido en un lujo. Recuperar la confianza entre nosotros es la tarea fundamental y prioritaria para hacer frente a los retos y desafíos de nuestra sociedad. Aunque solo sea por simple sentido práctico.

No hay política industrial, programa de gobierno, fondos europeos que sustituyan el capital de confianza que perdimos al renunciar a la palabra. Miremos al norte. Al ejemplo de sociedades pequeñas que consiguen grandes resultados. Trabajan con la convicción de que las empresas son tan fuertes como las comunidades en las que operan. Y consiguen resultados.

Tal vez nuestro mensaje deba parecerse al mensaje fuerte de la arquitectura de Riken Yamamoto: «hacer algo en relación con otras personas».

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