Aster Navas
Director de Burdinibarra BHI

Con V de Bielorrusia

Sería importante –pongámonos serios– que en el aula convirtamos siempre el error en una oportunidad: ¿«Nieve» es con v, Aster? Hay una «niebe» –bromeo– con b pero no tiene nada que ver.

Imaginemos que cuando algo a nuestro alrededor se malograra o se deteriorara, repercutiera en el lenguaje y surgiera un léxico paralelo: existirían los «vesos» (aquellos que damos o recibimos sin ningún convencimiento), las «plallas» (aquellas donde se libran auténticas batallas para izar cada mañana la sombrilla) y el «travajo» (dejémoslo ahí). Habría días y también «dias», muchos «dias»; esos que dejamos escapar o se nos escapan. Si fuera así podríamos hablar en estos momentos con toda naturalidad y sin dar demasiadas explicaciones de «Trivunal» Constitucional; la v sería ya bastante elocuente; del precio de la «lud» y de sus «kilobatios»; del «rei», de esa «Cunbre» del clima que ni siquiera ha llegado a los mínimos cuando en Glasgow era tan urgente un golpe de timón; de una «Vielorrusia» que se sirve de migrantes y refugiados; de Miguel «Vosé».

Dice Manuel Vilas en twitter, @Granvilas: «La ortografía es pensamiento, inteligencia, rigor y delicadeza. Una falta de ortografía es la cosa más triste del mundo». Esas «heterografías» reflejarían muy bien la estupidez, la improvisación, la grosería institucional, el sinsentido, la frustración en que estamos sumergidos, enfangados a diario. Si hubiera que renombrar ese mundo desconcertante habría que inventar «juvilación», «ipotecas»,«Bresit»...

Con esa misma premisa juega el genial Ray Bradbury en un relato impagable llevado al cine, "El ruido de un trueno". En esta ocasión es un viaje al pasado, en principio intrascendente, la causa de esa mutación de las palabras: «Sefaris a kualkuier año del pasado. Uste nombra el animal. Nosotros lo llebamos ayi».

No sé cómo lo recuerdan ustedes pero para un servidor cometer una falta grave era casi un delito, una confusión de b/v, una n delante de p convertían a un niño de EGB en un convicto, en un tipo peligroso. Poco podían sospechar nuestros maestros –eran malos tiempos para la imaginación– que aquellas «barbaridades» que se empeñaban en corregir eran, en el fondo, genialidades: ciudades insólitas como «Vayadolid», celebraciones que deberían tener hueco en el calendario como la «Nochebieja», autores olvidados o malditos como «Miguel de Lives».

Sería importante –pongámonos serios– que en el aula convirtamos siempre el error en una oportunidad: ¿«Nieve» es con v, Aster? Hay una «niebe» –bromeo– con b pero no tiene nada que ver. No llega a cuajar. Suele nebar a finales de abril o principios de mayo. También funciona preguntarles a ellos que falta en esa «abitación» que mencionan para completarla (más sobre esta experiencia didáctica, muy personal, en "Twinteando con la ortografía").

Lo que escribíamos con un cuidado exquisito hace cuarenta años lo leía un reducido número de personas. Hoy en día los textos que subimos a las redes sociales pueden tener centenares de lectores. Saber que tus compañeros y no sólo el profe van a acceder a la redacción que compartimos en Drive te pone las pilas. En la red conviene andar con pies de plomo como nos advierte Patricia Simón (lamarea.com) en "Un respeto por las faltas de ortografía", un afilado análisis en que pone a caldo perejil a todos esos haters y trolls que, cuando no encuentran otra grieta para meter la navaja, te despellejan porque falta una tilde.

Se hizo viral, lo continúa siendo, la frase "Emosido engañado" que alguien grafiteó en una pared de la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira. Pablo Cantó reflexiona en "Verne" sobre esa pintada y le saca chispas. A los autores los han engañado a conciencia, los han defraudado. Escrita correctamente, su denuncia hubiera perdido mucha fuerza; redactada así se ha convertido en un eslogan con un valor semántico universal, en un meme que, a casi todos nos habrá llegado al Whatsapp.

Imaginemos que cuando algo a nuestro alrededor se malograra o se deteriorara, repercutiera en el lenguaje y surgiera un léxico paralelo: "Ballecas", ese barrio humilde de un «Madriz» insólito donde también ganó la derecha… «Vataclán», «La Abana»... Nos ahorraríamos muchas explicaciones.

Tengan, por favor, mucho cuidado con lo que escriben porque se puede cumplir. O lo que es peor «cunplir». En fin

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