Antxon Lafont Mendizabal
Peatón y empresario

Convendría prepararnos

Si optamos por Euskal Herria, territorio con personalidad política propia, convendría prepararnos ya para la puesta en solfa de esa aspiración utópica y realizable, si realmente creemos en ella, desechando sinónimos de oportunidad electoralista tales como autonomía, derecho a decidir, autogestión, independencia, nacionalidad. Solo el término preciso de soberanía cuenta.

Los soberanistas tendrán que convencer a los euskotarras, directamente o a través de las coyunturas y veleidades de los partidos políticos y más precisamente de aquellos que hacen creer a sus electores, en periodo electoral o conmemorativo, que aspiran a la soberanía, aunque acabada esa corta fase, recojan velas. Se trata evidentemente de los colectivos que rápida y sistemáticamente acaban por obedecer al Estado. Este hizo proclamar, con el acuerdo de sus seguidores, una constitución disfrazada del concepto «estado-nación» corregido en el mismo texto de manera a imponer su versión, prepotente y consentida por sus aliados, nacionalistas o no, de dependencia de las naciones respecto al estado.

En su conferencia pronunciada en la Sorbona (1882), ya desde el comienzo y respecto a la pregunta «¿qué es una nación?», Ernest Renan afirmaba «me propongo analizar con ustedes una idea, clara en apariencia, pero que se presta a los más peligrosos equívocos».

La formación del elector ha mejorado progresivamente gracias a la facilidad con la que circulan tanto las informaciones como las desinformaciones. Surge una sociedad civil más preparada para participar en la «cosa pública». La ocasión que se nos presenta en el camino hacia el tipo de gestión socioeconómica de una Euskal Herria soberana debe estimularnos para hacer los deberes de preparación.

No debemos obviar temas tan esenciales como la determinación de la forma de equilibrio entre la acción civil y la acción política, recordando que la sociedad política es imprescindible si actúa en la dirección y en el sentido indicado por una sociedad civil correctamente informada. El respeto entre esas dos sociedades, pilares de la democracia, es indispensable. Guste o no, la opinión de los marineros de Kronstadt es prioritaria cuando está encauzada por la voluntad popular, es decir civil.


La sociedad civil decide, la sociedad política gestiona. De manera esquemática, la sociedad política tiene que responder, bajo control civil permanente, al mandato que se le ha confiado, la gestión del corto plazo y del medio, es decir del periodo de una delegación electoral. Las decisiones a largo plazo deben ser inspiradas por una sociedad civil preparada. La sociedad política gestiona la voluntad de la sociedad civil, que debe controlar la acción política entre las citas electorales con la posibilidad de sancionar penalmente las promesas incumplidas, como engaño al elector, o de obtener dimisiones por incapacidad. La labor confiada a la sociedad política es «fragosa», por eso exige vocaciones materialmente desinteresadas y dignas de admiración. La misión compleja y complicada de la sociedad política no es «practicar el arte de lo posible», banalidad a menudo apoltronada, sino hacer posible lo que parece imposible. A un político que me indicaba su desacuerdo sobre la misión que estimo es la que confiamos a la sociedad política le pregunté cuál sería, según él, la conveniencia de la relación política-civil, y por ende el carácter de la vocación del político. Le pedí una respuesta sin regates cortos, que sigo esperando. La desconsideración de las carreras políticas vitalicias constituiría un comienzo de salubridad societal.


Este aggiornamento de la tarea política excluiría el insistente espectro, difuminado en la sombra de las fotos, de los talibanes o comisarios «discretos» en apariencia y de toda «etiqueta», encargados de controlar, no se sabe con qué mandato, la acción del que ha sido elegido por sufragio universal. La designación por los partidos políticos del candidato a las elecciones representa otro bache en la práctica democrática. Conocemos a menudo a personas de diferentes partidos políticos cuya capacidad de gestión es indiscutible pero, a menudo, en el momento de la designación de candidatos parece prevalecer la capacidad de obediencia ciega. Esa tendencia se repite cuando se trata de escoger a los encargados de mordisquear las pantorrillas del pretendido adversario. Para ese tipo de misión los decibelios originados se valoran, a veces, más que la calidad de las neuronas. En algunos países se empiezan a practicar elecciones primarias internas que, aunque no resuelvan totalmente el problema planteado, aportan un acomodo parcial mejor comprendido dando como resultado la disminución de la tasa de abstención, forma de expresión de una opinión en algunos casos pero enfermedad vergonzosa de la democracia electoral en otros.

Todo está cambiando profundamente, aunque algunos se empeñen en desear volver a situaciones anteriores, olvidando que las mismas causas producen los mismos efectos. Si esta crisis es en parte coyuntural y en parte estructural, aspirando al statu quo anterior, conoceremos pocos años después de la solución, próxima pero incompleta, de la que vivimos, otra crisis verdaderamente estructural y letal que solo los protagonistas financieros sabrán gestionar. Los pocos poderes fácticos legales que quedan tanto en la sociedad política como en la sociedad civil serán barridos, eliminados, de colectivos acarajotados a los que solo les quedarán lágrimas para llorar, añorando tiempos pasados recientes.

Seguimos alelados. Es significativo que un individuo de más de 90 años, recientemente fallecido, haya intentado despejarnos de la ya larga siesta reparadora incitándonos a indignarnos, innovando.

Nuestra mente necesita operaciones de I+D+i en materia social. Podríamos comenzar por la modificación de algunas expresiones y conceptos, tanto para uso interno como externo. Sería el caso de la sustitución de la palabra «generosidad» por «solidaridad». Seguiríamos por el análisis de la relación capital-trabajo en nuestro territorio y en el ámbito internacional, el propietario del capital tendiendo a ser desconocido. En gestión política, el poder del control civil tendría que ser práctica corriente. Los presupuestos de cualquier territorio traducen la voluntad política del corto plazo. Su control es necesario. La soberanía popular tiene que recuperar su esencia como poder fáctico real que es cuando incita al debate.


Tendremos que inventar una manera de hacer política que devuelva a los electos con vocación desinteresada el prestigio necesario sin el que cualquier intento de desarrollo de una cultura de la democracia es ilusorio.
A la civilización que ha conseguido que el concepto exagerado de consumo se esté asemejado al de narcisismo o al de vanidad le costará franquear la sima que, por ahora, separa el culto de la cantidad del de la calidad. Un remedio para mejorar la condición de homo socialis por aspiración a una mejor calidad de vida será ciertamente de acceder a una cultura de la solidaridad, reflejada en la educación, en la formación, en el respeto al medio ambiente, en la búsqueda de equidad y no de igualdad, en la gestión solidaria de la inmigración, utopías todas ellas realizables.

También es necesaria una nueva gestión de las aspiraciones del público, es decir, las de cada individuo si sabe, por solidaridad, expresarse en un colectivo coherente. La maldición judeocristiana ya no encuentra un terreno natural de desarrollo, habiendo más individuos que los necesarios para realizar el trabajo necesario y disponible. Se nos afirmó que la automatización de los procesos de producción mejoraría las condiciones de trabajo, y lo ha conseguido, pero destruyendo puestos de empleo y dejando sin ocupación a multitud de individuos cuya esperanza de vida no cesa de aumentar. La sociedad política será la encargada de gestionar el ocio, la del negocio habiéndosele escapado de las manos desde el momento en que la actividad económica no es más que un subproducto de la actividad financiera.

Desde la segunda mitad del siglo XX la nueva dispersión de los seres humanos en el planeta en que vivimos nos obliga a tratar a fondo los problemas inducidos cuya solución correcta parece utópica pero que será realizable si inventamos, innovamos y desarrollamos en clave de solidaridad, compromisos que respondan a datos y situaciones concretas y determinantes.

Es hora de reconcebir la estructura de un nuevo contrato social.

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