Isidoro Berdié Bueno
Profesor de Ciencias de la Educación, doctor en Historia y Filología Inglesa

Coronavirus

Coronavirus, ha bastado un simple estornudo de nuestro sufrido planeta para mostrarnos cuan débil es nuestra civilización y el poder en la Tierra.

El Ser Humano es un huérfano que no sabe donde vive ni quienes son sus padres. Influidos por el Apocalipsis, y así lo pintan los artistas del Renacimiento, el ángel exterminador que enviaba Dios, nos despertaría entre estruendos de trompetas anunciando el Juicio Final, blandiendo su espada flamígera, para quemar la inmundicia corrupta de la Humanidad. Pero ¡oh sorpresa! ¡hete aquí!, que este ángel es microscópico e invisible, no lo podemos ver y su solo nombre incita pavor: ¡Coronavirus! Esto coge a desmano a quienes quieren quemar iglesias o convertirlas en botellones.

Pero no hay mal que por bien no venga. Esta pandemia viene cuando estábamos en un atolladero político social de imposible resolución, y que reclama utilizar la ética social e individual, que puede incluir sacrificios personales como única forma de enfrentamiento al problema del coronavirus. Este problema pone en evidencia la igualdad de todos los seres humanos y derriba esas barreras que nos enfrentan. Es una oportunidad que no podemos perder. La pandemia nos ha unido a los colectivos de todo el mundo, como miembros de un mismo destino, habitantes del mismo planeta, cuya suerte es la de todos nosotros.

El problema no puede resolverse con dinero, sino con solidaridad y regeneración moral, que ahora compartimos y que antes parecía imposible. Bienvenida perdida fraternidad, se te echaba en falta. Y como dice la Biblia, el Cielo y la Tierra pasarán pero mis palabras no pasarán. No es la hora apocalíptica del temblor y crujir de dientes, sino de mirar el futuro con esperanza, perdimos la pobreza cuando llegó la riqueza y esta nos hizo tan viles y miserables.

Coronavirus, ha bastado un simple estornudo de nuestro sufrido planeta para mostrarnos cuan débil es nuestra civilización y el poder en la Tierra. Esta nos avisa que se cansa del ser humano que un día parió, y lo fácil que es prescindir de él. De su paso sólo quedará basura espacial disfuncional confundida con pequeños meteoritos, sobre su tumba este epitafio: «La persona, el mal de la Tierra» (Nietzsche).

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