Cuarenta de mayo
Quizá como profes de literatura deberíamos darle una vuelta a esas formas de entender la literatura ya sea como mero filtro académico, como producto de consumo o como reclamo. Quizá debamos hacer una contraoferta más interesante, más tentadora.
No sé cómo se lo habrá tomado Federico. Lo de la EBAU quiero decir. Que en el examen de Sele de Literatura «haya caído» un fragmento, una habitación de –su– «casa de Bernarda Alba». Al parecer, en las quinielas tenía serios competidores en Machado y Laforet pero el bueno de Federico se ha llevado, sin quererlo seguramente, el gato al aula, digo al agua.
En las noticias dicen que los alumnos salían contentos, satisfechos de la prueba; que esas líneas les habían dado juego: que tres hurras por Federico. Por el Federico dramaturgo porque el Federico poeta, cuidadín con el Federico poeta, que se las trae.
No sé si esos adolescentes y los que los examinamos nos hemos detenido a hacer esa reflexión, que, posiblemente, no nos conduce a ningún sitio:cuántos de ellos volverán a hojear, o al menos a ojear ese libro por placer; en qué estantería terminará esa historia.
Resultan curiosos los insólitos derroteros que ha ido tomando el arte –la Literatura especialmente– y en lo que lo hemos ido convirtiendo.
Lo comprendí por primera vez en un Carrefour. Y me explico. El cliente que tenía delante había ido depositando su compra en la cinta de la caja. Imaginemos: embutido, un voluminoso paquete de rollos de papel higiénico, productos de limpieza, bastoncillos, pan de molde y un ejemplar de "La sombra del viento" de Carlos Ruíz Zafón. Costaba reparar en él porque estaba entre unos yogures desnatados y un envase de crema hidratante. Pero sí, ahí estaba el best seller con su código de barras.
No sabría decir si aquello era un síntoma evidente del éxito definitivo o del mayor de los fracasos. No sabría decir si el autor ante ese impresionante documento gráfico, daría saltos de alegría o le pegaría una bajona de la que tardaría en recuperarse. Yo había ido al súper para llenar la nevera y hete aquí que me encuentro con ese carro de la compra tan elocuente y al que estoy, como se puede ver, aún dando vueltas. Esa novela de la que se llegaron a vender quince millones de copias, se había convertido, para bien y para mal, en un artículo de primera necesidad. Hoy en día, a golpe de clic, nuestro pedido puede ser aún más significativo, más delator.
La campaña publicitaria de una marca de cervezas granadina ha escogido unos versos de Juan Ramón Jiménez y la voz de una poetisa como Elvira Sastre para confeccionar su anuncio de este verano. Y parece que el spot pita, que la autora de "Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo" nos convence para tomarnos unas birras ahora que, por fin, hemos conseguido llegar al cuarenta de mayo y tenemos que torear la primera ola de calor. «No dividí mi vida en días, sino mis días en vidas», recita Elvira con un botellín en la mano. Recuerda, aunque desde otro enfoque, a un viejo comercial de Seat León que tomaba la voz en off nada menos que de Julio Cortázar: «Cuando te regalan un reloj».
Quizá como profes de literatura deberíamos darle una vuelta a esas formas de entender la literatura ya sea como mero filtro académico, como producto de consumo o como reclamo. Quizá debamos hacer una contraoferta más interesante, más tentadora.
No, no creo que García Lorca llegara a imaginar una situación tan surrealista, tan alejada de lo que en principio había pretendido; jóvenes arremolinados quitándose la palabra para hablar compulsivamente de Angustias, de Pepe El Romano, del caballo –¿porque has puesto lo del caballo…?– Tipo… lo de los símbolos. Putoflipo con la segunda pregunta. En plan… lo de los colores. Muy random, bro.
En fin.