Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

De interrelaciones

Esta crisis es una oportunidad para tejer con más fuerza las redes que ya habíamos tejido y las nuevas que están surgiendo.

Uno de los quehaceres del feminismo ha sido centrar en el debate político la interrelación de lo público (trabajo productivo) con lo privado (trabajo reproductivo), de lo personal con lo político, la exigencia de conectar a las personas con las necesidades específicas para el sostenimiento de la vida. La interrelación de la vida humana con el resto de ecosistemas. La crisis sanitaria/humanitaria que estamos viviendo debido a la pandemia mundial nos ha hecho descubrir, en nuestras sociedades occidentales, la vulnerabilidad humana.
Hubo un tiempo en el que el sistema neoliberal consiguió hacernos creer que éramos seres individuales, en conexión solo con nuestra propia soledad, como si fuera la marca inherente a cada código genético único y específico; cada persona aislada, motor de su propia existencia, sin necesidad de cuidar la ajena, sin necesidad de otro ser humano. Cada opresión, desvinculada del resto de sistemas de opresión, como si esa interrelación que señalamos desde el feminismo luego se desvaneciese en nuestro quehacer político cotidiano. No sé en qué momento perdimos la interrelación que nos atraviesa a todas y nos dedicamos a señalar las diferencias como armas arrojadizas que nos separaban y nos impedían sintonizarnos en los lugares comunes, en la capacidad de articular propuestas políticas desde lo común.

A la par, socialmente, hemos vivido la desafección de lo colectivo, la desatención de lo público. Eso es lo que ahora tenemos que reconstruir. El quid de la cuestión no es solo cómo construimos el relato, para que no nos cuelen el discurso belicista que les facilita la invocación al «control de la población y de los recursos», la restricción, no solo de las libertades en pos de un bien común mayor, sino la utilización de esta situación para reconstruir un sistema todavía más desigual.

En el momento actual hemos comprobado la necesidad de una buena gestión del miedo para no entrar en pánico, la importancia de una buena red de servicios públicos, la conexión de las redes formales con las informales para sostener la vida, la (des)información y como esta puede aumentar el «control», o una interacción más protagonista y en red de la población, conscientes de que, por ejemplo, la reivindicación del derecho universal a la sanidad era y es una cuestión central para la vida. Que la sanidad no puede quedarse en manos de filántropos, por cierto, muchos de ellos denunciados por incumplimiento de su deber solidario fiscal, o directamente explotadores de niñas y mujeres en sus plantas textiles, a miles de kilómetros de aquí.

Por eso, esta crisis, nuevamente como en el 2008, es una oportunidad para tejer con más fuerza las redes que ya habíamos tejido y las nuevas que están surgiendo, para deshumanizar la economía y humanizar a las personas. El relato es parte de lo que tenemos que seguir construyendo porque caer en la narrativa de la guerra es caer en el discurso de siempre, de la Gran Historia, de los héroes, las matanzas y la generación de la otredad. No se puede construir nada nuevo con las mismas metáforas, con las mismas narrativas, del sistema de siempre.

Junto con el relato, otra parte del quehacer tiene que ver con identificar cuál es la propuesta política, cuál es nuestra agenda de vindicación, no vaya a ser que atendiendo lo urgente se nos olvide lo imprescindible, que después de esta crisis el rearme fascista va a querer imponerse. El rearme patriarcal/neoliberal se va a seguir ejerciendo sobre vidas concretas, sobre cuerpos concretos a los que se vulnera constantemente sus derechos, que quizás nunca hayan tenido ni siquiera reconocidos porque ni siquiera les hayamos visto. Por eso, este momento es clave.

En esta emergencia sanitaria, que se suma a la emergencia humanitaria que estaban y están viviendo millones de personas desplazadas, migradas, que huían de la crueldad de las guerras humanas, o del oxímoron imperialista de «guerra humanitaria»; asimismo, aquí, hemos comprobado que el confinamiento en casa es una tortura para algunas personas, porque están sufriendo violencia machista; para otras, un incremento de la angustia cotidiana por no tener los recursos para alimentar a su familia y no saber si van a poder tener un empleo porque puede que tras esta situación no tengan a nadie a quién cuidar, no tengan trabajo; la angustia de las personas mayores o las personas enfermas mentales que pueden no estar entendiendo la propia situación; la sobrecarga que supone estar atendiendo a personas en situación de dependencia sin tener los recursos en el domicilio, las mujeres en situación de prostitución... En las situaciones de crisis, las desigualdades se expresan con mayor contundencia y crudeza. Ojalá no perdamos lo que hemos conseguido, que una mayoría social sea una prioridad en estas semanas, la vida por encima de los mercados; las necesidades humanas de cuidados y atención, por encima de la producción y la riqueza; la interdependencia humana que requiere de solidaridad institucional, de la sociedad civil, lo colectivo por encima de la individualidad. Poner en valor que todas esas invisibles de la periferia de los cuidados en son, en realidad, el centro de nuestra existencia.

La situación actual no es fácil. Creo que en todos los países, si no lo paramos, va a haber una reorganización socio-económica, por eso, deberíamos conseguir dejar de humanizar a los mercados, a las bolsas y humanizar a todas las personas. Con confinamiento o sin él, tenemos que seguir trabajando, tener presentes todas las miradas, para definir una agenda de propuestas transformadoras, de alianzas en las que nos reconozcamos; para que podamos darle continuidad a todos esos espacios de red, de solidaridad, de interrelación que nos han cambiado porque ya estábamos cambiando.

Este coronavirus, no todas las personas lo vencerán. Para ellas y sus familias tendremos que articular estrategias de duelo y de recuerdo, pero cuando consigamos salir de esta emergencia, ¿seremos capaces de salir de la desigualdad? Porque la otra opción ya sabemos cual es, pero en el pos, será más cruel, sin duda.

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