Aster Navas

Despecho

A veces en esta enciclopedia virtual uno encuentra pura literatura.

Lunes. Tecleo «Twingo» en el navegador y veo que aún se sigue fabricando. Tengo una amiga que le sacó punta a esa marca. –Tenía menos detalles que un Twingo–, decía para referirse a una pareja con la que acabó rompiendo. A veces alternaba con el Panda. –Tenía menos detalles que un Panda–, insistía con cierto despecho. Me cuesta recordar los primeros Twingos; aquellos con los ojos entornados; los faros, quiero decir. Al Panda sí que le pongo cara; carrocería, vamos.

Martes. Un compañero me hace ver que la letra del último tema de Shakira está llena de recursos literarios, que en ese temazo hay una excelente situación de aprendizaje que no deberíamos dejar escapar; que incluso se podría hacer una unidad multidisciplinar con Valores Éticos y con Música. –Metáfora, antítesis, paradoja… hay incluso calambur–, me dice, casi me tararea, emocionado. –Sal-pique, Clara-mente…–, insiste.

Tiene mi edad y lleva varias, demasiadas reformas a las espaldas. Quizá no deberíamos seguir en esto hasta los sesenta y siete.

Miércoles. Noto los pies inquietos. Quizá esté llevando esto demasiado lejos. Lo de los calcetines: me dan muchísima pena los que se quedan solos, bien porque sus parejas hayan sorteado peor el paso del tiempo, bien por una inexplicable desaparición en el tambor de una lavadora.

Creo –fuerzo, quizás– una nueva relación entre aquellos que quedan desparejados y que mantengan cierta semejanza; que compartan tamaño, género, textura… color, al menos, y vuelvo a ponérmelos. Sin embargo, hoy especialmente, noto los pies incómodos, desavenidos; como de mal rollo. De hecho me cuesta juntarlos e incluso andar equilibradamente. Y el asunto no se queda en los pies: me resulta difícil concentrarme, escribir una frase al derecho, dar una clase en condiciones.

Jueves. La última hora de 4.A se me hace interminable. Miro una y otra vez con disimulo mi Casio. Sí,
me aprietan un poco los calcetines; son nuevos.

Viernes. Descubro en la Wikipedia que Georg Gänswein, el secretario de Benedicto XVI «es el mayor de cinco hermanos, hijo de un herrero de séptima generación y una maestra. En su juventud fue instructor de esquí, ávido deportista, futbolista, tenista y cartero».

«Ingresó en el Seminario de Friburgo de Brisgovia».

A veces en esta enciclopedia virtual uno encuentra pura literatura: esa «séptima generación», que figure ese oficio de «cartero» como uno más de los deportes que practicaba con «avidez». Con «avidez»...

Pero sobre todo ese ingreso en el seminario del que da noticia –ojo al cristo– tras un punto y aparte, tras un cambio de párrafo que parece sugerir una lesión; que nos permite abrigar un desengaño personal… No, de momento no dice nada de sus polémicas memorias.

Sábado. Mientras conduzco, dicen por la radio que el príncipe Harry afirma en su libro, un auténtico best seller, que está circuncidado.

El navegador interrumpe al locutor para recordarme que dentro de 500 metros tome la salida 103 y que a 500 metros encontraré un peaje.

Domingo. Nada especial. Bueno, sí… Después de dos años se personó en casa –escucho decir a una mujer en el metro por el móvil–. Personarse… En fin.

Bilatu