Mikel Arginarena
Jubilado

Dos silencios simétricos

En el frontis del caserío de Atxondo, hoy renombrado restaurante, consta este saludo: «Donde el silencio se oye». Texto muy bien logrado, hasta romántico, en las faldas del Anboto. Iñaki Arteta, director de cine y escritor, acaba de publicar "Bajo el silencio", un libro en el que denuncia un silencio siniestro y hasta cómplice: «Los que dejaron sus casas, sus coches, los que hicieron labores logísticas, los que señalaron a víctimas, y también todo ese entramado, que no era pequeño, que votaba al partido ultranacionalista que amparaba el terrorismo». Ante todo eso guardamos silencio.
 
Se trata de denunciar la actitud de una buena parte de la gente del País Vasco ante la actividad de ETA durante 50 años. Me siento interpelado personalmente, puesto que en esa entrevista se dice que «la sociedad vasca está absolutamente contaminada por el terrorismo» No es la primera vez; esa denuncia se repite constantemente en Euskal Herria: «Y acabado el terrorismo, sigue el silencio» dice en la entrevista que le hacen en un diario.

ETA surgió cuando yo tenía 17 años. Hasta ese momento estaba cómodo en aquel régimen. En casa no se hablaba de política, en nuestra formación académica todo nos parecía normal. Pero a partir de esa edad, me volví más observador, hasta crítico. No sabía a quién preguntar pero mi cabeza estaba llena de preguntas: ¿Soy cómplice por mi silencio? ¿Estoy contaminado por el terrorismo? De eso me acusa, como a muchos otros, Iñaki Arteta.

Siendo licenciado en Filosofía, estoy acostumbrado a sopesar todas las caras del poliedro. Y en esa tarea tenía una pregunta obsesiva: ¿acaso rompiendo ese silencio terminará el dolor de tantas personas?

El caso es que el silencio del que se nos acusa tiene un reflejo idéntico en otro silencio no denunciado. Son dos silencios. Las denuncias que nos traslada Iñaki Arteta en su entrevista, otros podríamos utilizarlas contra la parte contraria: aparte del «ultranacionalismo que amparaba el terrorismo», había otro ultranacionalismo que amparaba prácticas que, aunque se niegue, eran terrorismo: el Batallón Vasco Español, el GAL, grupos parapoliciales, acciones policiales que causaron más de 400 muertos, los más de 6.000 torturados; algunos acabaron en muerte. Hoy es el día en que siguen, no solo bajo el silencio, sino negados.

La Justicia en unos casos aplicó, digamos así, «una justicia ad hoc» rigurosa y otros crímenes gravísimos quedaron no solamente impunes, sino que se premiaron con honores y ascensos profesionales.

Quiero sincerarme. Nunca me he alegrado cuando ETA ha llevado a cabo acciones mortales. Cuando la radio a primera hora del día daba cuenta de alguna de ellas, se me encogía el corazón. Pensaba en el dolor que se causaba. A la gente con la que trataba en el trabajo, en la calle..., no recuerdo haberle escuchado palabras de aprobación y, mucho menos, celebraciones, como se ha acusado a menudo.

«Pero no condenabais, guardabais silencio», se nos dirá. Hay una insistencia en libros, prensa, homenajes, memorias... Nos llega diariamente esa acusación, necesitan mantenerla, porque mientras denuncien «nuestro silencio», no tendrán que responder del «otro silencio». El único camino para romper nuestro silencio sería ver una sincera disposición a romper también el otro silencio: ¿por qué tanto empeño en guardar los secretos oficiales? ¿Por qué dos profesores de la Universidad de Deusto, después de una seria investigación acerca de ETA, se sintieron obligados, por decencia profesional, a llevar a cabo otra en el otro campo, y finalizada la tarea, se les obligó a retractarse de esta segunda?

Hay un dolor enorme en ambas partes. Y solo cabe, o seguir cada uno con su silencio, o encontrarnos para poner fin a tanto dolor.

Bilatu