Antxon Lafont Mendizabal
Peatón y empresario

Educación, arquitectura de soberanía

«Sin innovación educadora en la tarea de preparación a la soberanía el tesoro que queremos descubrir no será una realidad y se quedará en ilusión.»

Nuestra herencia no está precedida de testamento alguno» recuerda René Char. Somos responsables de un presente modulado por pasados y tenemos que asumir «lo bueno» y «lo malo» que generamos. Hannah Arendt y Alain se expresaron, con la ambigüedad de todo filósofo, propugnando en materia de educación el impulso apoyado en el pasado para saltar lo más lejos posible en la imaginación del futuro. Hay que subsistir con nuestra evolutiva condición existencial. Se nace hombre o mujer y se deviene humano cabalmente flexible a poder ser.


Porque la acumulación de experiencias no constituye un grado, solo el abandono de consignas dispares, establecidas para gobernar, puede garantizar la eclosión de oportunidades de desarrollo especulativo. La sociedad que hemos parido, empecinada en disimular su enquistada angustia, ha conseguido levantar valladares que, según la temperatura social del momento, tachen esta obsesión de descuido, de perversidad y hasta de «pecado» (¡qué horror!). Así vivimos este presente efímero, andamiaje de un pasado que no cesa de pasar y de un futuro, gandul, que por lo que se barrunta, se parece cada vez más al pasado que lo precedió, y quizás engendró.
En la preparación de nuestro modelo de soberanía, el tiempo nos juzgará tanto sobre nuestra capacidad de sacar partido del pasado nostálgico como de innovar en vísperas de un futuro remolón. El tiempo del universo parece lineal, el del ser humano es imprevisible porque es negociable. En cualquier caso, prácticamente no se puede perder hoy un solo segundo en la pasividad a menudo practicada por nuestros ayer pretendidos hermanos políticos, hoy parientes alejados y declarados adversarios.


El tiempo es lo que pasa cuando no pasa nada, nos dice Feynman, físico Nobel, pero la regla de toda educación no es de ganar tiempo sino de saber perderlo (Rousseau).


Por lo menos imaginemos la noción funda- mental de educación que tantas tendencias cen- trípetas inspira. De manera a mejor discurrir so- bre la educación convendría acordar la reflexión sobre premisas que determinen algunas constantes objetivas y también, por qué no, subjetivas.
De entrada intentemos levantar la ambigüedad entre los términos educación, enseñanza y formación de manera a favorecer la aprehensión del tema. El concepto de formación parece estar situado al final del ciclo que comprendería los conceptos ordenados de educación en prioridad, y de enseñanza después. Ese orden se impone: se puede enseñar sin educar pero una educación sin enseñanza conduce a una retórica emocional. La finalidad es el conocimiento, los medios de acceso siendo la educación y la enseñanza. El fin no justifica los medios, pero a menudo éstos prefiguran el fin. Fin y medios son variables, a menudo, independientes.


En ningún caso tendríamos que aceptar que se accediera a la formación si antes no se hubieran allanado los obstáculos de la educación en tanto que despiertan las componentes éticas del individuo. La enseñanza y más intensamente la formación se desarrolla en el campo de la moral, ética secuestrada por la sociedad. La diferencia entre ética y moral tendrá que estar presente en todo el proceso de educación ya que la etimología común, griega y latina, no puede ser suficiente para confundirlas.


La ética comprende componentes epistemo- lógicos, algunos de ellos intuitivos, otros experi-mentales. La moral define los límites del recorrido ético impuestos por quien dispone de la venia de determinarlos, imponerlos y controlarlos.


La ética no sabe de las clasificaciones «bien» y «mal» inventadas o descubiertas por la moral variable de cada colectivo, aunque sea capaz de comprenderlas y a veces aceptarlas como conceptos «pret à porter» de una sociedad.


Evitemos que estas reflexiones sean las coartadas del zángano que aspira a que la colectividad resuelva los problemas surgidos y le deje tranquilo en su narcosis social confiando las soluciones a las acciones de «alguien» cuando solo encontrará su identidad en la aportación decisiva de «él» según la diferenciación de Kafka. Esa apreciación choca con las palabras del lenguaje político, tales como libertad y justicia, conchas vacías varadas que se hunden en la arena por cobardía, timidez e indolencia.


La educación, piedra de toque de una civilización, ha llegado a ser apresada por el Leviatán que considera ese valor esencial como variable de ajuste cuantitativo de la sociedad que pretende gobernar. Vivimos timoratos los repetidos intentos de dinamitar el propileo de cualquier cultura.
Reducir gastos en educación para reducir un déficit estructural es como cerrar empresas porque gastan energía o eliminar ganado de las granjas porque comen pienso.


Para la grisácea y cenizosa sociedad política que merecemos, ya que la hemos elegido, es norma acompañar el curso de los aconteci-mientos. Así se mantienen en su puesto los defensores activos o pasivos del sistema. Quizás podamos aportar una ayuda al ser político que se ofrezca para defender, desinteresadamente, el ideal colectivo buscando la manera de cambiar el curso de los acontecimientos cuando se opongan a sus criterios de misión.


Sin innovación educadora en la tarea de preparación a la soberanía el tesoro que queremos descubrir no será una realidad y se quedará en ilusión.


La escuela, institución que se intercala entre el mundo y el dominio privado que es la familia, inquieta al poder político porque para el alumno la escuela representa ya el mundo envolvente. Esta realidad engrandece la responsabilidad de los educadores, cabezas visibles de la escuela y portavoces, en ese caso, de nuestro mundo ya que no se puede hablar de educación sin hablar de educadores como complementos indispensables de la acción vital del dominio familiar.


En la escuela se establecen aprendizajes que permiten adquirir conocimientos globales más prácticos que conceptuales. Los educadores responsables de ese cometido deben responder a criterios y a competencias de calidad excepcional en el conocimiento del alumno. Se trata de enseñar a aprender. En la escuela, el cultivo del reflejo como método de adquisición del conocimiento, en particular del adquirido o estimulado por observación del entorno, realiza la socialización intelectual o cultural, la maestría del cuerpo del adolescente y del adulto, así como el despertar a la ética, individual por esencia. El ser humano almacena conocimientos pero se impregna de una manera de ser y de saber ser subiendo peldaños cuya ascensión es ininterrumpida pero accesible.


¿Quién concibe y controla el sistema de educación? La Sociedad Civil preparada para ejercer esa tarea debe determinar con claridad la finalidad última de la educación primero y de la enseñanza y formación después. La base de la educación es la consecución de un nivel cultural que permita navegar en un entorno evolutivo, material o inmaterial. Por consiguiente tendríamos que participar en la gestión intelectual y materialmente funcional de cualquier establecimiento del sistema escolar formado por enseñantes, enseñados y padres de enseñados, según la edad de los alumnos, profesionales, sobre todo en el caso de la ense- ñanza utilitaria, y por el personal administrativo.  


La genialidad popular ha concebido el sistema cultural de las ikastolas, marco de I+D+i educativo y crisol del factor esencial del éxito político de nuestra deseada soberanía. La historia universal nos muestra que todas las invasiones han recurrido al control de la educación de la población sometida. Por esa razón los movimientos de liberación popular han reconquistado el sistema educativo, clave de la auténtica soberanía de un País. Junto a esa incuestionable premisa, espero que no parezca disparatada la afirmación de la necesidad de internacionalización de la educación soberana vasca. Nuestra cultura afirmada nos aislará de las tentaciones de enclaustrarnos en un sistema cerrado dentro del cual la variación de entropía es nula, impidiendo la evolución entre orden y desorden, vital para la existencia.


La educación sería el terreno en el que la enseñanza practicaría el cultivo y la siembra de las semillas del conocimiento de nuestra condición, facilitando la fecunda especulación de los conceptos derivados.


Los adobes que han estructurado las nociones actualmente frágiles de educación, enseñanza y formación están manipulados por un aislamiento sectario y doctrinario manifestado en la cara negativa de un racionalismo mal interpretado y centralista que entristece las aportaciones esplendorosas del siglo de Las Luces. Intuición e interés por utopías realizables han resucitado al ser humano manteniéndole a prudente distancia de vulgatas ajadas. Hoy convendría precisar que la enseñanza y la formación utilitaria sin responsabilidad cultural sería castrante. El «soy de letras» o «soy de ciencias» es una deplorable revelación de hemiplejia cultural.


Guías y doctores de la educación, enseñanza y/o formación sabrán tolerar mi osada incursión en un mundo acotado. Ahí dejo una mochila cargada de reflexiones quizás pertinentes para algunos y de tópicos para otros según el juicio de instructores versados y acreditados por instancias ad hoc e incluso, en muchos casos, por la práctica de la noble tarea de lazarillos en la vía de acceso al conocimiento.

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