Iñaki Egaña
Historiador

«Egin», al baúl de la historia

El derribo de las instalaciones de “Egin”, en el polígono Eziago de Hernani, ha puesto punto final a una crónica desgarradora que comenzó justo con su salida a la luz, allá por setiembre de 1977, con Mariano Ferrer de director. Desgarradora por los ataques vandálicos y judiciales que sufrió, los secuestros de varias de sus ediciones y la muerte de tres de sus periodistas en ataques parapoliciales, más los 15 atentados que soportaron tanto sus instalaciones como redactores. “Egin” fue clausurado por el juez Garzón en 1998 y sus dirigentes encarcelados para que en 2009 el Tribunal Supremo español declarara que el cierre había sido ilegal. Como persiguieron en su tiempo, tanto Atutxa como Aznar, se atrevieron con la clausura del diario abertzale sin temblarles el pulso. Tuvieron detrás una corte de discípulos, muchos de ellos tildados de periodistas, que aplaudieron a rabiar en nombre de una libertad de expresión a su medida. El Hormiguero hispano tiene un recorrido escandalosamente largo.

Egin marcó una admirable línea en la difusión de un proceso de reafirmación y liberación que aún respira. Nació con el espíritu de Txiberta, bajo el amparo de las entonces dos sensibilidades abertzales: PNV y KAS (más tarde divididos en Euskadiko Ezkerra y Herri Batasuna). La primera crisis surgió precisamente antes de su primera edición, cuando parte del consejo abandonó el proyecto para, en una carrera infernal, adelantarse a la salida con un propósito distinto, “Deia”. En la causa 18/98, en la que fue integrado “Egin”, la Fiscalía llegó a señalar que el diario era una conclusión del Frente Cultural de ETA, una estructura de la organización armada vasca nacida de su V Asamblea en pleno franquismo, 1966. Anacronismos que funcionaban y funcionan.

Bajo el manto del diario creció “Egin irratia” y se refugió otro medio mítico, la revista “Punto y Hora”. Su directora, Mirentxu Purroy, salvó la vida en varios ataques parapoliciales y uno de sus directores, Javier Sánchez Erauskin, fue encarcelado por difundir una entrevista con las hermanas de un refugiado al que matarían más tarde los GAL. Consideraron aquello apología. Por su rotativa pasaron los protagonistas de nuestra historia reciente y se fotografiaron junto a la redacción. Julio Cortázar se explayó: «Felipe González me ha engañado, “Egin” también tiene sección de deportes».
 
Quizás pueda parecer derrotista dar titular con baúl a un diario que aguantó 21 años los embates del Estado y sus franquicias, incluidas las autonómicas. Nada más lejos de mi intención. Simplemente una constatación. Un cotejo que se renueva cada noticia referente a épocas en las que muchos de nosotros y nosotras fuimos protagonistas. La trascendencia de los lapsos y la intensidad de los recuerdos no los hacen eternos, ni siquiera supervivientes del presente, a pesar del dicho de «aquellos barros, estos lodos». Lo acabo de comprobar hace unos días con el fallecimiento de Andrés Cassinello, el militar español que apadrinó el Plan Zen y estuvo detrás de la estrategia contra el independentismo vasco desde antes de que muriera el dictador. Para nuestra generación, Cassinello −nunca he sabido si lo de las dos «s» se debían a un intento de la disidencia de enmarcarlo en la cuadrilla de Goebbels− era el padre intelectual de toda la estructura represiva: Guardia Civil, Ejército, terrorismo de Estado, servicios secretos. Su formación en Fort Bragg, le hacía, como señalaba “Mundo Obrero”, referencia de la CIA. Arrastró los ecos de una respuesta a una pregunta de si se trataba del jefe de los GAL: «Si fuera verdad y tú lo hubieras descubierto, tu vida valdría solo dos pesetas».

Pensaba que la muerte de Cassinello ocuparía portadas. Pero no fue así. Un diario de Almería, de donde era natural, la destapó. Y la reseña fue rebotada sin pena ni gloria. Cuando hablé en mi entorno más joven del personaje, nadie se acordaba de él. Los diarios digitales tuvieron escasos clics en la noticia. El presente es como una ola gigante que arrasa con lo que pilla, mandando al desguace del pasado, de la historia, las crónicas que nos han moldeado. Si el lado desconocido de la mecánica cuántica no lo resuelve alguna vez, la ola del tiempo irá difuminando nuestra huella hasta convertirla en esa gota del océano que cantaba Eñaut Elorrieta: «Begiratu atzean, ortzimugak sutan».

La historia de los 7.200 números que editó “Egin” se cobija en la carpeta de los medios vascos que fueron censurados, criminalizados y vandalizados. A recordar, precisamente, estos días en los que el diario decano de Gipuzkoa está celebrando por todo lo alto sus 90 años de existencia, entre los que se encuentran aquellos que alentó al golpe de Estado militar contra la República y sirvió de sostén a la dictadura. No todos corrieron su misma suerte. “Egin” entrará en ese baúl que guarda también a los diarios que murieron por la llegada al poder de los pistoleros que hoy renuevan su mensaje. Diarios como “Euzkadi”, “El Liberal”, “Tierra Vasca”, “El Pueblo Vasco”, “El Día”, “La Voz de Guipúzcoa”, “La Libertad”, “La Voz de Navarra”. Como con “Egin”, algunos talleres de estos medios fueron asaltados y embargados para publicar los diarios del régimen.

Por ellos, hay otro periodismo que también merece su lugar en la historia, aunque esta la enlatemos en un baúl. Josu Muguruza, Xabier Galdeano y Ángel Etxaniz, trabajadores de “Egin”, murieron por disparos de sicarios alentados por el Estado profundo. José Ramón Aranguren murió de un infarto mientras se le juzgaba. Su recuerdo reside en ese cofre evocador junto a otros periodistas a los que la dictadura ejecutó: José María Azkarraga Mozo «Lurgorri», Juana Mir, Julián Hernández Martín, Miguel Escobar, Alberto Lamas, Mauro Castilla Burgaleta, Julio Ruiz de Oyaga... A Estepan Urkiaga, Lauaxeta, le detuvieron y juzgaron por ser un «periodista separatista». Lo fusilaron frente a las tapias del cementerio de Gasteiz. Y a pesar de la incontestable rotación terrestre que marca los años, parece que fue ayer.

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