El declive hegemónico de EEUU: Rusia, China y el desafío de la Multipolaridad emergente
El declive hegemónico de Estados Unidos en Relaciones Internacionales es una realidad cada vez más tangible. Lo cierto es que su momento de Unipolaridad ha llegado a su fin, por lo que Estados Unidos y demás potencias occidentales se encuentran en estado de pánico y desconcierto ante una nueva era de Multipolaridad emergente y transformativa en el escenario de la política global.
El declive hegemónico de Estados Unidos ha sido una cuestión muy debatida académicamente en los círculos de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en el transcurso de los últimos veinte años. No obstante, dentro de la comunidad académica anglosajona siempre hubo consenso en torno al declive hegemónico de EEUU. Referente a este debate, cabe destacar al eminente Profesor Michael Cox desde su cátedra en London School of Economics (LSE), entre tantos otros titanes académicos e intelectuales en el ámbito de Relaciones Internacionales.
También cabe destacar al Profesor en Relaciones Internacionales y principal teórico de la Escuela de Copenhague sobre Estudios Críticos de Seguridad, Barry Buzan, quien se adelantó a su tiempo exponiendo en una conferencia un análisis sobrio y brillante sobre la futura configuración del Orden Internacional, cuya predicción venía advertiendo el fin de las superpotencias y la emergencia de grandes potencias regionales que definiría los contornos de una nueva era de multipolaridad. Y cuyas palabras siguen resonando en la mente del autor de este artículo tal como si fuera ayer: «Tanto Occidente, en general, cómo Estados Unidos, en particular, deben asumir que dejarán de ser los amos del mundo. La era de las superpotencias ha llegado a su fin». Con estas palabras, Barry Buzan ya vaticinaba desde hace algo más de quince años la emergencia de grandes potencias regionales que asentarían las bases de la multipolaridad y el ocaso de la hegemonía/dominación global de Occidente. Sin duda alguna, las palabras de Buzan son dignas de una profecía autorrealizada.
La multipolaridad ya es una realidad ante la resurgencia de Rusia como una gran potencia energética, diplomática y militar desde la caída de la URSS. El presidente ruso, Vladimir Putin, pasará a la historia como el gran estadista que restauró la grandeza de Rusia tras la hecatombe de la caída de la Unión Soviética en 1991 y la gran crisis económica que asoló el país en los años 90 a manos de su antecesor en el cargo, el presidente ebrio y díscolo, Boris Yeltsin (principal golpista en la crisis constitucional de 1993 quien dio la orden de asediar con tanques el edificio sede de la soberanía popular forzando la disolución del parlamento). La tarea titánica del presidente Putin no ha sido nada fácil, pero, objetivamente, ha logrado restituir a Rusia como la gran potencia que fue históricamente. Y es por esto, que Vladimir Putin cuenta con el apoyo inquebrantable de la sociedad rusa (pese a quien le pese). Occidente siempre quiso tener a Rusia al borde de un Estado fallido cuya esfera de influencia no llegara mucho más allá del llamado espacio post soviético, el cual Estados Unidos y, su brazo ejecutor, la CIA fue subvirtiendo poco a poco patrocinando golpes de Estado revestidos de revoluciones coloradas contra Rusia y cuyo objetivo era causar inestabilidad en la región. Pero el Kremlin no es ajeno a la subversión de Occidente, por lo que Rusia ha tomado las medidas necesarias en materia de seguridad nacional y la supervivencia del Estado, cuidándose de cualquier movimiento o elemento subversivo como muchas ONGs que operan en territorio ruso patrocinadas desde Occidente o incluso marionetas políticas y caballos de Troya como el mediático opositor Alexei Navalny al servicio de potencias occidentales y sus servicios de inteligencia.
La intervención de Rusia en Oriente Medio durante el conflicto en Siria (como principal aliado del régimen de Bashar al-Assad en Siria), marcó un punto de inflexión, demostrando ser una gran potencia militar con enclaves estratégicos en Siria e Irán capaces de desplazar a Estados Unidos de la región ante el intento fallido de Occidente (y sus aliados del Golfo) de derrocar al régimen de Bashar al-Assad con una orquestada Primavera Árabe (como la que derrocó a Muamar el Gadafi en Libia) la cual acabó por convertirse en el epicentro del yihadismo global. Cabe recordar que la fuerza aérea rusa bombardeaba objetivos y posiciones del Estado Islámico, Al-Nusra y otros grupos yihadistas, mientras la coalición occidental liderada por EEUU aprovechaba para bombardear posiciones del ejército sirio. La intervención de Rusia en Siria dejó patente que representaba un muro de contención contra los intereses y ambiciones imperialistas de los Estados Unidos en Oriente Medio.
Por otra parte, está el gigante asiático cuyo poderío económico, diplomático y militar que ostenta China en la era de Xi Jinping es incuestionable. Tanto Rusia como China constituyen un bloque contrahegemónico haciendo contrapeso en el equilibrio de poder en Relaciones Internacionales, lo que marca el fin de una era de dominación global por parte de Estados Unidos y Occidente. Es por ello que Estados Unidos tiene en el punto de mira a Rusia y a China puesto que le están disputando su hegemonía global. Lo que es evidente, es que Estados Unidos no va a desaparecer sin más, puesto que a mayor declive hegemónico, más agresivo y belicista se proyecta para mantener su posición hegemónica a toda costa. La guerra proxy de Ucrania contra Rusia es un claro ejemplo de esto. Paralelamente, Estados Unidos está buscando un pretexto para justificar su injerencia política ante una supuesta anexión de Taiwán y, a su vez, justificar una intervención y confrontación directa con China. Sin embargo, siendo realistas, el ejército estadounidense no duraría ni un sólo asalto frente al Ejército Popular de Liberación (China).
En cualquier caso, todo esto es indicativo de que Estados Unidos y sus vasallos de la OTAN están preparando la antesala de una guerra hegemónica (la cual no están en posición de ganar de forma convencional ni tan si quiera con sus aliados europeos). Lo que aumenta la tensión además de la posibilidad de una guerra nuclear volviendo a lógica de una destrucción mutua asegurada como en el punto álgido de la Guerra Fría. Por tanto, un despliegue de cabezas nucleares por parte de EEUU por el continente europeo, tal y como se está planteando en estos momentos, sería una grave provocación que tan sólo conllevaría una respuesta de reciprocidad a la altura por parte de Moscú. Y más aún teniendo en cuenta la mente de ajedrecista que caracteriza al presidente Putin sobre el tablero de ajedrez político.
En cualquier caso, habrá que esperar a las elecciones presidenciales de EEUU de noviembre de 2024 para tener una visión más clara del rumbo que la agenda política estadounidense tomará durante los próximos cuatro años ante la posibilidad de que Donald Trump llegue a la presidencia una vez más, dándole un giro de 180 grados a la política exterior estadounidense referente a Ucrania, la OTAN y, sobre todo, hacia la Federación de Rusia.
A estas alturas, Occidente ha de reconocer que la guerra de Ucrania está más que perdida (desde hace más de 6 meses). El ejército ruso es inamovible y a Ucrania apenas le quedan jóvenes a los que enviar a una muerte segura en el frente, por lo que ya es hora de declarar un alto el fuego, abrir vías diplomáticas y entablar negociaciones de paz. Sobre todo, por el bien del pueblo ucraniano que ha sido sacrificado y traicionado por el ego, el orgullo y la triada oscura que caracteriza al propio presidente Volodymyr Zelensky y al régimen de Kiev ante su negativa a dialogar y tender puentes hacia la resolución del conflicto con su homólogo ruso.
El presidente ruso, Vladimir Putin, al igual que su Ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, llevan más de un año abiertos a entablar un diálogo y negociaciones para alcanzar la paz. Pero lamentablemente, Estados Unidos y la OTAN (ese vestigio de la Guerra Fría) tienen otros planes para dilatar y escalar el conflicto fraticida entre rusos y ucranianos a modo de guerra de desgaste. Tan sólo queda la esperanza de que el propio pueblo ucraniano despierte y se levante en rebelión para derrocar al presidente Zelensky y desmantelar el régimen de Kiev con tal de garantizar una hoja de ruta hacia la pacificación y normalización entre Ucrania y Rusia, sin injerencia de los Estados Unidos y la OTAN. El autor coincide con Serguéi Lavrov y advierte de que cualquier negociación promovida por Occidente que excluya a la Federación de Rusia del diálogo, está condenada a fracaso.
Promover la inestabilidad regional es una parte indivisible de la política exterior estadounidense y cuya estrategia atiende a la lógica de promover cambios de régimen. En la coyuntura actual de las Relaciones Internacionales, la Multipolaridad representa una amenaza para la hegemonía de Estados Unidos; sus intereses geopolíticos; y ambiciones imperialistas. Por tanto, podemos presuponer que el enemigo, como constructo social de Occidente, hoy se trata de Rusia y el presidente Vladimir Putin caricaturizado cómo autócrata, además de un villano digno de una novela del agente James Bond 007. Pero el autor les puede asegurar con todas las garantías, que mañana, el nuevo enemigo, como constructo social a conveniencia de la agenda imperialista estadounidense, será China. EEUU ya dispone de un amplio despliegue militar en la región con enclaves estratégicos en Corea del Sur y Japón; además del despliegue de cinco portaaviones estadounidenses en el Pacífico occidental, es decir, en el patio trasero de China.
Estados Unidos, el autoproclamado líder del mundo libre (fíjense que hay que ser cínico además de pretencioso) apunta a que no desaparecerá sin antes librar una guerra hegemónica de proporciones bíblicas, dispuesto a arrastrar a todo el continente europeo en su última cruzada, tal y como indica la historia contemporánea y las dos últimas guerras mundiales. Y recuerden que por mucho menos, se desató la Primera Guerra Mundial.
El mundo gira inexorablemente hacia la Multipolaridad poniendo fin al momento Unipolar de Estados Unidos tras la caída de la URSS. Su tiempo se ha agotado. Y me temo que Francis Fukuyama acabará atragantándose con sus propias palabras en su famosa publicación 'El Fin de la Historia'.