Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El decorado español

Y al llegar a este punto el que clama al fondo soy yo, pensionista de larga duración aunque de cinturón muy prieto: «¡Las pensiones ni tocarlas! ¿Quiénes son ustedes, ministros o comisarios, para enredar con las pensiones como si fueran una atención o socorro social desparramado gentilmente?».

Habrá que reanudar la cacería de catalanes por los retamares europeos si Madrid quiere dar vida al decorado político español, que también se ha encapotado en la Comunidad Europea, excedida por su parte de arbitrantes de entelequias. Ahora se trata de apalabrarse con Bruselas, que anda apretada de dinero y sobrada de intereses, y por lo que a España hace, renuente con nuestras cuentas, sobre todo desde que hace pocos días los pretendientes del gobierno nuevo han anunciado abrir la puerta del paraíso social a la mejora de salarios, al saneamiento de servicios e incluso galonear las pensiones como si todos viniésemos de honrada familia sin necesidades. ¡Oé, oé, a por ellos!

«¿Con qué dinero van a hacer ustedes todo eso?», ha preguntado a la ministra española de Economía, Nadia Calviño, el Sr. Moscovici, comisario europeo de Asuntos Económicos de la Comunidad. La escena resulta hilarante. Nadia, la gallega que administra la nada española, trata de burlar al mosqueado Moscovici, que se teme lo peor. El teatro de Moliere abre de nuevo sus puertas a ‘‘Le bourgeois gentilhome’’, cuyo maestro de danza asegura que «un Estado no puede subsistir sin música, pues todas las desdichas del hombre le suceden por no saber bailar». Papel muy ajustado a Nadia, que gusta de tocar el piano de acompañamiento.

«Ustedes –clama el comisario– han obviado la reducción de la deuda; ustedes corren el riesgo de no cumplir el pacto de estabilidad; ustedes se desvían significativamente de las reglas dictadas por Bruselas para el crecimiento; ustedes prometieron rebajar el déficit del PIB –producto interior bruto, en nuestro caso brutísimo– del 2,5% al 2% y, por el contrario, a ustedes les crecerá esa cifra hasta el 2,3% este año y no bajarán del 2,2 % el año que viene; ustedes hacen peligrar la sostenibilidad de las pensiones…».

Y al llegar a este punto el que clama al fondo soy yo, pensionista de larga duración aunque de cinturón muy prieto: «¡Las pensiones ni tocarlas! ¿Quiénes son ustedes, ministros o comisarios, para enredar con las pensiones como si fueran una atención o socorro social desparramado gentilmente desde el poder, cuando mi pensión es bien mía como ahorro de currante en la empresa social? Es más, veamos la cosa en su misma sustancia de origen: los gobiernos recaudan un dinero de los sufridos trabajadores para asegurarles en el futuro un correspondiente nivel de vida cuando llegue el momento de su agotamiento laboral y, por tanto, esas pensiones deben no solo conservarse como propiedad de los trabajadores sino conservar ese pactado nivel suficiente de vida. No me vengan ahora con el ritornello de que me mejorarán lo mío como si lo mío fuera o fuese de ustedes».

Sr. Comisario: Usted debiera avergonzarse tanto como debiera hacerlo la pianista Nadia ante el panorama que nos descubre. No es decente saber que los gobiernos que enumero están casi como España: Portugal, Eslovenia, Eslovaquia, Finlandia, pero ¡también! Bélgica, Francia, Italia. Los papeles que obran en la Comisión Europea –y entiendo por obrar simplemente estar en el organismo– así lo desvelan.

¿Pero qué le pasa a Europa que necesita tanto dinero para mantener en pie ese invento de la Comunidad? Cuando nació tal cosa nació para otra cosa, concretamente para regular la producción del carbón y del acero, para suprimir ciertos puntos de fricción histórica –como Alsacia, que siempre constituyó un sueño francés cuando la poseían los alemanes y un sueño alemán cuando la tenían los franceses–; para suavizar relaciones laborales y mercantiles; para garantizar una alimentación suficiente... El Mercado Común fue parto de políticos presentables. Recordemos, por ejemplo: Adenauer, Churchill, De Gásperi, Fontaine, Hallstein, Monnet, Schuman, Spaak, Kohl, Mitterrand... ¡Y los analizábamos con dureza…! ¿Comparamos? ¡Oh, no! Recemos un Padre Nuestro y ofrezcamos la penitencia debida arrodillados como penitencia frente al digitalizado retablo actual.

Mas ¿qué le pasa ahora al mundo del sistema capitalista? Porque todo es capitalismo. Estados Unidos retorna a un inventado nacionalismo viejo y ahora repintado de baile y CIA; China quiere resucitar un nacionalismo maoísta vestido hoy de brillantes corales digitales; Rusia reajusta un zarismo atropellado que toma impulso talonando en ceremonias en que reaparece allá atrás la desmayada bandera roja con la hoz dorada; la Commonweal británica anda en maniobras para asegurar una economía semicorsaria; Alemania revive el Sacro Romano Imperio sembrando de empresas bucaneras los países que yacen a su sombra. Y el dormido gigante del sudoeste asiático relee en silencio las páginas en que el alemán Schumacher le invita, desde el más allá, a que suene de una vez y con resonancia larga el gong de una economía budista de proximidad.

Mientras todo esto crepita en la sartén de la última cena capitalista –a la que ya no valen los sesgados remedios bélicos o semibélicos del 29 o el 76–, dos potencias ahí al lado, han sido sorprendidas metiendo descaradamente la mano en el cajón de Bruselas, como la Francia que se ahoga en un nuevo 18 de Brumario encabezado por un Luis Napoleón aún «más chico» y la Italia de Giuseppe Contino, al que se le disuelve la sombra mussoliniana en la playa de Lampedusa en que retoza Salvini.

No es la mía queja apocalíptica. Es pura lágrima de un ciudadano al que le pusieron cuatro libros delante y le facilitaron unas gafas sucias para leerlos ¡Trampa, Sr. Comisario, trampa! Trampa gorda para ciudadano chico.

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