Josu Iraeta
Escritor

El hormigón hace cautivos

Una vez más queda patente que, aunque nunca es candidato electoral, gana muchas elecciones, y ese no es otro que el hormigón.

Cuando voy de visita a Donostia, después de tomar un café –hasta hace no mucho– en el Barandiarán, siempre doy una vuelta por el muelle. Antes me acompañaba como siempre Pela, pero este también se fue y ahora ando solo.

Cuando estoy allí siento algo especial, seguro que nadie se da cuenta, pero veo barcos y patrones que ya no están, noto que aquello es mío y, aunque es verdad que nací en la calle 31 de agosto, mi niñez transcurrió haciendo «tira-bira» entre los botes y cogiendo «txurias» en la rampa pequeña.

No puedo olvidar el frontón, cómo voy a olvidarlo. Un frontón en el que pasé gran parte de mi niñez, sobre todo en las vacaciones escolares. Un frontón que da pena verlo, porque está castrado, inutilizado. Una muestra más de que dentro del Casino-Ayuntamiento siempre se defendió el interés del pueblo.

Recuerdo que nunca hice aquello de «perrita al agua caballero», porque, aunque buceaba bien –como todos–, me daba vergüenza. Hoy en día, algunos –pocos– me saludan, la mayoría dejó de hacerlo hace ya muchos años, concretamente cuando ETA ejecutó a «Santa». Supuso una verdadera conmoción en toda la parte vieja. Lo cierto es que hasta ese día tuve buenos amigos.

Cuando entro en el muelle siempre me arrimo al amarre del barco de mi amigo Rafa y continúo paseando por el «Portaviones» y los sotos –los que quedan– para, pasando por Aita Mari y el Aquarium, subir las escaleras de «Kai arriba». Desde allí, si cierro los ojos, puedo ver la Ermita, pero solo si cierro los ojos.

Si continúo por el Paseo Nuevo, después del edificio que fuera la casa de baños municipal, noto algo raro allá lejos en el comienzo de Gros, falta el hermoso y grande edificio del Gran Kursaal. Allí vimos partidos de baloncesto, de hockey sobre patines, también pudimos disfrutar de cine de alto nivel, incluso algún «pase de la censura» acompañando a mi director, el sacerdote y músico Gelasio Aranburu. Aquel hermoso edificio ofrecía también en su sótano un amplio garaje-aparcamiento.

Demoler aquel grande y hermoso edificio, el Gran Kursaal, me dolió, fue un auténtico «asesinato» urbanístico. No fui el único al que dolió, un famoso escultor de Orio, también se pronunció públicamente en contra. Además, dejaron sin su garaje a mi aita. Una hazaña más de los cautivos del hormigón.

Si continúo por el Gros, aprecio muchos cambios. El primero la falta del frontón Urumea, un frontón casi pegado al río, largo, para herramienta, pero en el que también se jugaba a mano. En este frontón pude ver por primera vez al «mozo de Etxalar», Marcelino Vergara, también, y por primera vez, al sonriente y buen bertsolari de Ipar Euskal Herria, Mattin.

No es el único frontón que falta en el barrio, más al centro estaba el frontón Gros. Siendo niño y acompañando al aita y a los primos, en este frontón pude ver a Ogueta, Barberito, y otros famosos pelotaris.

Siguiendo con los frontones, tengo una pregunta, ¿dónde está el trinquete de Anoeta? Un frontón que, en su planta superior, era una sala de fiestas y baile de mucho prestigio. El frontón me gustaba mucho, para mí era precioso. Era un frontón pequeño, recogido, en el que pelotaris sin mucho peso –como yo– podían ganar a cualquiera. Sé que hubo más frontones, pero no los he conocido. Sin duda, otra hazaña más de los cautivos del hormigón.

Siguiendo con el recorrido, es cierto que en los accesos de entrada a la ciudad y con el ánimo de ensancharlos –solución admisible y lógica– tanto por el Gros como por la calle Zubieta, fueron eliminadas muchas construcciones y a otras les quitaron superficie. Algunos propietarios –alguno amigo mío– consiguieron elevar la construcción. Por cierto, sus terrazas superiores permiten disfrutar de las regatas de manera espléndida.

He citado las preciosas y suntuosas viviendas o chalets de la calle Zubieta porque en la actualidad son mudos testigos de una de las mayores «hazañas» hormigoneras jamás contadas en Donostia.

Quiero recordar tiempos en los que el topo tenía su última estación en pleno centro donostiarra, concretamente en la calle Peñaflorida. Han pasado muchos años, cierto, pero cuando eliminaron la estación y todas las vías, incluida la calle Prim –cuantas veces metí la rueda de mi bicicleta– y sus proximidades a Amara Viejo, lo hicieron porque sus servicios eran prescindibles, sin duda.

Esta cita del topo y su eliminación del casco urbano donostiarra fue coherente con las afirmaciones y pronunciamientos de quienes durante décadas utilizaron el sillón del alcalde. «Donostia no solo tiene la bahía y sus entornos, es una preciosa ciudad que ha sabido crecer. Una ciudad en la que caminando y con muy poco esfuerzo se llega a todas partes». Esto era y sigue siendo cierto.

Una Donostia en la que sus gestores municipales han sabido construir aparcamientos subterráneos en todos los barrios de la ciudad. Aparcamientos en pleno corazón de la ciudad. Una ciudad que acoge muchos miles de vehículos, a los que los gestores del Ayuntamiento obligan a atravesar de este a oeste y de norte a sur, generando un colapso diario, máxime en época estival.

Ante esta situación tengo una pregunta clara y concisa: la Donostia absolutamente colapsada por la circulación de vehículos es un problema derivado de..., o es una situación previamente analizada y programada que permite la intervención de...

¿Por qué los gestores municipales y sus influyentes asesores no programaron la construcción de los aparcamientos subterráneos en los accesos de la ciudad? Esa decisión, en la práctica, hubiera potenciado, sin duda, el transporte urbano.

En mi opinión, se está imponiendo la construcción del «metro-topo» en Donostia. Una construcción que solo en el «movimiento de tierras» fomenta los ingresos multimillonarios de unos pocos. Cierto que no en su totalidad, pero es una situación a la que debe hacer frente la economía municipal.

Animo a quienes puedan aportar información técnico-económica, lo hagan sin dudar, la ciudad y sus gentes lo merecen.

Lamentándolo, una vez más queda patente que, aunque nunca es candidato electoral, gana muchas elecciones; y ese no es otro que el hormigón. Y es que el hormigón hace cautivos.

Bilatu