El hundimiento del Titanic en Urdaibai
Quisieron botarlo con todos los honores en el 2008 y la contestación popular, junto a la particular forma chapucera de gobernar del PNV, lo impidió. El proyecto de transatlántico que cambiaría las vidas de los habitantes de Busturialdea con la llegada del Museo Guggenheim a Sukarrieta se hundió, no tras colisionar contra un iceberg, sino al chocar de bruces contra la realidad, a veces tan cristalina, pero tan dura o más que el titanio o un bloque de hielo flotante.
Dieciséis años después los burukides de este mismo partido vuelven a la carga. Cambian algunas banderitas que decoran el buque en cubierta, le ponen una música diferente, siguen con los mismos motores, pero, eso sí, como capitán del buque ya no está Urkullu, al que tiran por la borda, sino un nuevo patrón al que creen capaz de abordar tormentas y tempestades: Imanol Pradales, que pasa de construir autovías y túneles a dirigir una nave sin hoja de ruta clara ni bitácora de viaje.
El destino sigue siendo el mismo: cruzar el Atlántico para rendir pleitesía a sus patronos, a los «armadores» de este buque insignia que no son otros que la Fundación Solomon R. Guggenheim, expertos en transportar mercancía averiada más allá de su metrópoli, tal y como intentó antes en Alemania (Berlín), cerrado a finales del 2012 o en Finlandia (Helsinki) que las autoridades se negaron a construirlo en 2016.
La tripulación de este nuevo buque también ha sufrido bajas notables. Se echa no solo al capitán, sino a la parte de la marinería de más edad que ya no sirve. Hay que renovar la flota y sus integrantes, y dotarla de aires de modernidad con el fin de que los anteriores pasajeros no sigan marchándose.
Al nuevo proyecto hay que acompañarlo de una intensa campaña de marketing. «Viaja con nosotros» es el nombre de su actual agencia de viajes, en realidad un remedo de la Orquesta Mondragón de los años ochenta.
Y sí, a bombo y platillo se está anunciando que este nuevo (?) transatlántico que será botado en los Astilleros de Murueta, ahora no se sabe cuándo (después de hacer en todo caso la enésima draga de la ría) va a solucionar todos los problemas de una comarca y sus habitantes.
Hay quien ha visto incluso a miles de Leonardo di Caprio y Kate Winslet arrobados en la proa de este fantástico buque, contemplando un hermoso atardecer sobre el cabo de Ogoño, inundados de felicidad por el paisaje.
Hay quien, como el alcalde de Gernika, José María Gorroño, sueña con repetir otra década más en lo alto de su torre de vigía intentando no soltar el mástil.
Hay quien piensa, quizá ingenuamente, o porque todavía cree en el milagro de los panes y los peces, que la llegada de este transatlántico va a generar un horizonte de beneficios sin límites, un nuevo paraíso al que acudirán millones de visitantes a dejar algunos reales y, de paso, contaminación a raudales.
Dieciséis años de espera no son nada para semejante efeméride. Es tan grandioso el acontecimiento que podemos esperar lo que sea necesario −¿dos años más?− para alcanzar a ver cumplido este evento tan sublime y excitante.
Los promotores de este ecocidio están en el buen camino, claro que para ellos y sus intereses. Solo tienen que cambiar más y más normativas y leyes, actuar con nocturnidad y alevosía, y utilizar todos los medios de comunicación a su alcance, que son prácticamente todos.
Luego estamos los viajeros de a pie, aquellos que no creemos que es oro todo lo que reluce, los que preferimos una txalupa a un crucero gigante, la carpintería de ribera a la fibra de poliéster. Aquellos y aquellas que apostamos de forma decidida por un modo de vida equilibrado y respetuoso con el medio ambiente.
Somos muchos y muchas, una gran mayoría, los que no queremos un nuevo Titanic para Urdaibai. Una comarca abandonada por la ineficacia del partido gobernante, el PNV, que en estos cuarenta últimos años no ha implementado ningún plan de desarrollo, salvo el de gestionar de forma nefasta la Reserva de la Biosfera con una política forestal invasiva de pinos y eucaliptos, y el deterioro de servicios y equipamientos, acompañados de restricciones en el suministro de agua a sus habitantes.
El pasado 28 de octubre, miles de ciudadanos y ciudadanas que nos manifestamos en Gernika convocados por la plataforma Guggenheim Urdaibai Stop les dijimos a ustedes alto y claro que no compramos billetes para subir a su trasatlántico averiado y lleno de lastres. Que no nos embarcamos en proyectos suicidas, y que no vamos a parar hasta que este proyecto sea definitivamente aparcado y hundido en las profundidades de sus interesados mares.
Los ciudadanos y ciudadanas de este país no nos vamos a poner el «chaleco salvavidas» que nos quieren vender con este proyecto infame. Y recuerden que el 15 de abril de 1912 en el Titanic se ahogó (junto, al parecer, con su amante y dos criados) Benjamin Guggenheim, empresario estadounidense, padre de Peggy Guggenheim y hermano de Solomon R. Guggenheim, mecenas ambos en la creación del Museo Guggenheim.
No, no subimos a su trasatlántico. No somos, como ustedes, de los que viajan en primera clase. Eso sí, queremos seguir disfrutando de nuestro paisaje, un museo al aire libre en sí mismo y, por favor, absténganse de pagar con nuestro dinero la contaminación que provoca el astillero que ha construido ese y otros muchos buques, porque si lo autorizan y siguen adelante sepan que nos veremos en la calle y en los tribunales.