Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El molde

La gobernación de una sociedad demanda medidas muy simples, pero necesita una estricta y profunda coherencia en la normativa. Ante todo, exige para su dirección, más que políticos, lo que históricamente ha venido designándose como hombres de estado.

Digo esto porque en el presente periodo electoral el desconcierto normativo es absoluto en la inmensa plaga de políticos existente. En este gallinero de nómina la gran mayoría de los partidos realizan una oferta política descosida y totalmente circunstancial. Los mítines, absolutamente irrisorios en su lenguaje, recuerdan cada vez con mayor precisión el discurso de la trashumancia ferial. En cada lugar los partidos organizan ventas apropiadas al ambiente, que se contradicen con las ofertas del día anterior realizadas a pocos kilómetros de distancia. Esta frívola y en el fondo despreciativa manera de proceder lleva al lector consciente a concluir que las ofertas que se hacen son absolutamente banales e inconsistentes, con lo que tal tipo de oyentes más o menos ilustrados se alejan crecientemente del mercadillo electoral convencidos de que el sistema –ese recurso dogmático a la continuidad de lo «correcto» por parte de los poderes que funcionan ajenos a toda democracia– constituye un molde permanente que siempre produce el mismo muñeco, échesele la mezcla que se le eche. Esta constatación es especialmente grave en una situación histórica que necesita una gran capacidad de invento.

El otro día un viejo amigo –a mi edad todo es viejo, según los necios acomodados en la estupidez informatizada– me recordaba, respecto a lo expresado en el párrafo anterior, la magnífica historia de Otto y Fritz en que los tozudos alemanes trataban de hacer clandestinamente un coche –eran los tiempos en que nació el Volkswagen– con la piezas que iban sustrayendo en la factoría artillera en que trabajaban. El resultado de la historia es que tras intentar cien veces conseguir un automóvil siempre acababa por salir un cañón antiaéreo. El molde.

Esta historia que publicó la revista “Adler”, que editaba la Luftwafe para distracción de la fuerza aérea alemana, deberían meditarla muy especialmente los «setarios» de Ciudadanos –de seta, pues así han sobrevenido tras la tormenta producida por el Sr. Rajoy– a fin de reflexionar sobre su intento de asear a los españoles con un masaje político dulzón y frívolo. El molde.

Lo grave de este intento de cambio político que presentan otros partidos que han invadido la calle con abanicos de seda china –Podemos post mortem o los socialistas lazarianos de Pedro Sánchez, incluso ciertos nacionalistas de photoshop– es que han añadido tantos retoques al molde del sistema, fingiendo así que lo cambian aun dentro de sus líneas fundamentales, que el muñeco resultante es un verdadero estropicio de la lógica más elemental. Marx ya advirtió en su día que el estado capitalista era inmodificable en su sustancia, con lo que previno contra los intentos socialistas de inyectar en su sistema circulatorio elementos que produjeran un giro económico, social y cultural que permitiera a las masas un control realmente democrático del funcionamiento social.

El molde resiste a toda variación de contenido que acabe degradando el modelo de vida para el que fue diseñado. Insisto en que la gobernación es una mecánica muy simple siempre que no toque los sensores básicos del modelo de sociedad. Cuando el modelo entra en contradicción consigo mismo, toda iniciativa para intentar un salvamento por áreas del sistema acaba con las gravísimas y sangrientas turbulencias que caracterizan al mundo actual. De ahí que pueda hablarse muy justificadamente de la gravísima responsabilidad en que incurren los llamados reformistas, que no hacen otra cosa que consumir inútilmente costosas calorías revolucionarias que deberían emplearse para alcanzar un benéfico cambio real de sistema. Los reformistas, con su oscura voluntad de transformar la gobernación como acto integral en una estructura compleja y contradictoria, con el sistema vigente como base, tienen sobre sus espaldas un mar de tragedias humanas. La historia es una relación transparente de estas situaciones.

Si se abordan en todo su alcance la mayoría de las ofertas electorales que se hacen para los comicios de diciembre, la incapacidad para entenderlas arruina el ánimo de cualquier elector. No se explica que nadie ofrezca una política real y profunda de la vivienda como derecho fundamental de los ciudadanos si a la vez no adelanta una legislación adecuada sobre la propiedad nacional del suelo. Otrosí: es imposible prometer viviendas para todos si se mantiene el actual sistema financiero basado en la intangibilidad de las rentabilidades bancarias. Además: ¿cómo se va a sostener la justicia social en este campo básico manteniendo a la vez la brutal legislación sobre desahucios? ¿Está dispuesto el estado capitalista a que la producción farmacéutica, con sus inmensos beneficios, y la red sanitaria, con su confuso negocio, pasen al dominio público? Se trata de recortar beneficios privados e incrementar inversiones colectivas. ¿Alguien cree en una educación igualitaria si no se suprime la enseñanza privada como fábrica de dirigentes empresariales o institucionales? ¿Caben todas estas contradicciones –como la economía de mercado y la recapitalización pública de la banca– en el mismo molde de sociedad si no es creando analogías falsas y prostituyendo el pensamiento moral?

Toda esta barahúnda de propuestas incompatibles con la realidad capitalista están danzando en la oferta pública de muchos partidos que se reputan de una visión social de las necesidades y reclamaciones ciudadanas. Es como si se prometiese una amplia ayuda familiar a un eunuco. Lo sorprendente es que todas estas sencillas reflexiones sobre el gobierno posible o sobre el gobierno imposible sean observadas con incertidumbre por núcleos sociales que han acabado por contentarse, o malcontentarse, con una política de fontanería de goteras. Comprendo la postergación, ya abierta y radical, en los programas académicos de disciplinas como la filosofía y parte sustancial de la historia, que constituyen la materia prima para edificar un verdadero pensamiento. Como entiendo dolorosamente, llegados a este extremo de sumisión presente, la imposición de un idioma dominante en nombre de las exigencias de la monstruosa globalización cuyos dirigentes temen la fuerza generatriz de la lengua propia de una etnia para edificar imágenes válidas del mundo. Si usted presume de hablar la lengua universal tenga en cuenta que habla la lengua del poderoso.

Sobre este último punto me permito hacer algunas consideraciones finales. Me refiero a la persecución de los nacionalismos oprimidos. En este asunto es donde cabe subrayar la necesidad de la política como ejercicio claro y sencillo, ya que al llegar aquí no se pueden manejar reformismos falsarios. La libertad nacional es la expresión máxima de la libertad. Ser el que se es no admite otro molde. Constituye la ley que no puede someterse a ley alguna. Ahí, los partidos reformistas tropiezan con su propia, básica e invalidante frontera. El molde nacional es el molde que no admite emplastos, añadidos o desfiguraciones. El nacionalismo soberanista –yo no conozco otro que pueda justificarse racionalmente– constituye hoy, tal como están las cosas, la única pasión política a la que el ciudadano integral puede entregarse. Es el único objetivo revolucionario límpido y completo. Yo no digo que el futuro no tenga ahí otros problemas, pero de momento es la llave que pone el motor en marcha.

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