El PNV contra la arquitectura y el patrimonio
Al partido la herencia arquitectónica le produce dolor y destruyéndolo se alivia. Que sólo podría entenderse según la frase del escritor colombiano Gabriel García Márquez cuando advierte «También en la destrucción hay belleza, cuando la destrucción arrastra al maligno».
El 3 de julio de 1990 se aprobó la Ley 7/1990, de Patrimonio Cultural Vasco que en su exposición de motivos anticipa: «El patrimonio cultural vasco es la principal expresión de la identidad del pueblo vasco…». Ley hace tiempo muy desfasada de la realidad y la eficacia, está actualmente en proceso de revisión total ya que es imprescindible seguir reivindicando la suma importancia de este legado.
El banquero y hombre de negocios francés Jean Monnet (1888-1979) considerado «padre fundador de Europa» hace años declaraba, «Si hubiese que retomar desde el principio el proceso de construcción europea sería mejor empezar por la cultura». Sintomático.
En la primera legislatura completa (1980-84) de Eusko Jaurlaritza, presidida por el lehendakari Carlos Garaikoetxea, quizá el único periodo donde la cultura era fundamental, el entonces consejero de Cultura Ramón Labayen (1928-2013) se pronunció en similar pensamiento: «La construcción nacional requiere sobre todo sólidas bases culturales».
El desprecio por la cultura sigue siendo una constante en el PNV. En la conferencia impartida por el lehendakari Urkullu en Guggenheim Bilbao Museoa el 4 de diciembre de 2017 con motivo del 40 aniversario de “Deia”, 40 años de autogobierno en Euskadi. Una mirada al futuro, entre los 15 objetivos que planteaba ignoró totalmente la cultura, algo insólito, gravísimo que evidencia la pobreza intelectual del dirigente y su gobierno. Aunque no nos sorprende a muchísimas personas visto lo sucedido en estas cuatro décadas de penuria, miseria, cultural y destrucción en las que el PNV ha ostentado siempre esta responsabilidad, salvo el gobierno rapiña de López. ¿En qué clase de país está pensando?
Este atrofiamiento no es un hecho aislado o un descuido, está generalizado en el partido. Así el alcalde de Bilbao Juan Mari Aburto (PNV) en el Pleno del 22 de marzo de 2018 con el apoyo de sus vasallos del PSE y el voto del PP, consiguió aprobar su invento, la Carta de Valores de Bilbao. Un catecismo de 17 mandamientos de mercadotecnia farsante preparado por maquilladores sociourbanos, supuestamente basado en un frívola y fugaz encuesta callejera. Entre ellos figura el esfuerzo, la ilusión, o la honestidad (se supone referida también a los cargos municipales), pero prescinde, no interesa la educación ni la cultura. Estos dos dirigentes son la esencia y la evidencia del PNV actual. Tampoco pueden olvidarse las legislaturas de Jose Ignacio Azkuna (alias Iñaki) el alcalde más feroz contra el patrimonio histórico de la villa.
Causa extrañeza que la población vasca todavía no se haya rebelado después de 35 años contra la conocida como «Ley de Territorios Históricos» que supone un incalculable e inmoral despilfarro para mantener una duplicidad de servicios y de sirvientes. Esto significa que los bienes culturales establecidos por leyes del Gobierno Vasco quedan posteriormente a todos los efectos en manos de las diputaciones, que salvo alguna excepción, han demostrado reiteradamente algo más que insensibilidad, desprecio e indisimulada sumisión al poder político y sus presiones especulativas.
Actualmente cada legislatura, mayoritariamente en municipios y especialmente territorios que son los que habitualmente deciden finalmente en materia cultural, está controlada por el PNV, la máquina patrimonialmente destructiva más poderosa de Europa en tiempo no bélico, un período nefasto para la historia de Euskal Herria. La desaparición del legado es una forma de terrorismo cultural, un enaltecimiento de la violencia cultural y humillación de la identidad propia.
El partido ha perdido en la cultura hace demasiados años el sentido de la historia, la memoria y la autoestima. Han optado por la riqueza económica y la indiferencia cultural confundiendo cultura con ocio, espectáculo y lo que es mucho más peligroso con el turismo que entre otras evidentes maldiciones es el gran peligro y culpable de la desfiguración del patrimonio arquitectónico.
La sociedad vasca, en gran parte desmovilizada de su conciencia crítica, no puede seguir permitiendo que este legado esté mercantilizado, sujeto al capricho de tanta mediocridad sin escrúpulos, de baja calidad sensorial y cultural, infiltrada en las administraciones por afiliación a la que solo se requiere que sean capaces de expresarse en euskera, algo imprescindible pero no suficiente, sometidas a los espurios intereses político especulativos y prevaricando con una gran capacidad demoledora.
Al partido la herencia arquitectónica le produce dolor y destruyéndolo se alivia. Que sólo podría entenderse según la frase del escritor colombiano Gabriel García Márquez cuando advierte «También en la destrucción hay belleza, cuando la destrucción arrastra al maligno».
Por todo ello el PNV debería pedir perdón públicamente al pueblo vasco y arrepentirse de la hecatombe e irreversibles estragos que con su violencia cultural ha causado al patrimonio en todos sus años de mando. Si pretende ser fiel a sus principios debe recapacitar y situar el legado como un objetivo de primer orden. La autoafirmación nacional solo es posible desde una profunda, firme y constante perseverancia en valores como la lengua, la educación y la cultura que constituyen irrenunciables raíces de identidad.
El patrimonio cultural de un país lo salva la población, la sociedad que ama a su pueblo porque es un indicio de su biografía creativa, artística de una educación, conocimiento y sensibilidad, en suma el exponente más evidente de una civilización propia, la clave de la supervivencia de una comunidad y la más trascendental aportación a la cultura universal.