El precio de un alma
Usted pasó su straperlo político por medio de otra frase con el mismo fin que la pronunciada por la vieja pastelera: sobrevivir ¡Pero que pastel! «¡Por imperativo legal…!». Mas, señora Colau, ¿quién le obligaba a jurar o prometer? ¿Acaso trataba usted de salvar a Catalunya? ¡Ay, señora Colau, qué disgusto tengo!
Como en un aquelarre la imaginé a usted, señora Colau, cuando tomó posesión de la alcaldía de Barcelona. Este va a ser el año de las tragedias, si atendemos a Miguel de Nostradamus. Sobrevendrá la tercera guerra mundial, que durará veintisiete años. Morirá el Papa Francisco, con cuya persona desaparecerá la Santa Sede. El este triunfará sobre el oeste. Y usted, señora Colau, seguirá en la alcaldía de Barcelona.
La observé revestida de fiesta y banda, creo que roja, en su toma de posesión. Mi imaginación me hizo contemplar cómo usted extraía unos polvos oscuros de una bella cerámica catalana y los arrojaba sobre los concejales mientras pronunciaba las palabras del embrujo: «Por imperativo legal, con lealtad al Rey, a la Constitución y al Estatut, para servir a todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas de Barcelona…». Sonó el aullido de un lobo y fue entonces cuando en mi cerebro se encendió la luz del recuerdo triste. Era el 14 de setiembre de 1714. Las tropas de Felipe V izaban su bandera en Barcelona. La bandera del victorioso rey Borbón en cuya ayuda acudieron tropas de París. Miré reojo y me pareció que el señor Valls sonreía. Otro francés. Musité muy bajito: «Otra vez los franceses, Señor, otra vez».
Creo que hubo festejos en Madrid y misa imaginada y solemne en el Monasterio de El Escorial, en donde Felipe II, hacía ya años, escalaba silenciosamente la torre en que un fraile jerónimo tenía su secreto laboratorio de brujerías y adivinaciones misteriosas al recaudo de la kábala. «¡País!» como dice Forges.
He hecho mis cálculos y ya sé el precio de un alma. No merecía la pena, señora Colau; Catalunya vale mucho más dinero. Recuerdo sobre recuerdo recordé la triste aventura que la viuda de un policía hubo de vivir en el Madrid de Franco victorioso para supervivir. Pasaba todas las mañanas junto al café modesto en que yo, estrenado de huérfano, hacía ver que desayunaba. Se acercaba a mí la temerosa viuda y destapando un poco su bandeja del straperlo me cantaba por lo bajo la mercancía: «¡Qué barbaridad, qué pasteles llevo!».
Ya ve usted, alcaldesa Colau… Usted pasó su straperlo político por medio de otra frase con el mismo fin que la pronunciada por la vieja pastelera: sobrevivir ¡Pero que pastel! «¡Por imperativo legal…!». Mas, señora Colau, ¿quién le obligaba a jurar o prometer? ¿Acaso trataba usted de salvar a Catalunya? ¡Ay, señora Colau, qué disgusto tengo!
No pasa día sin que telefonee a un amigo de confianza para que me cuente cosas de la regidora. ¿Qué ha dicho hoy la alcaldesa, le pregunto a mi informador? Y con eso vamos llenando horas.
En este momento sólo me queda averiguar cómo ha empezado su nuevo periodo político. Quizá haya salido montada al ruedo para que el presidente le arroje la llave a fin de que abra la puerta del toril en que están a pienso mis amigos del procés. Esos presos absolutamente políticos. ¡Absolutamente!
España no está entrenada para la práctica sutil de la razón cartesiana que al parecer pretende emplear la reiterada alcaldesa; si es el caso. Aquí el que piensa no existe. Aquí hay que darle fuerte a la canción de protesta si quieres conseguir la libertad: «¡Tengo un hermano en el Tercio/ y otro tengo en Regulares/ y el hermano más pequeño/ preso en Alcalá de Henares!». O sea, que a uno se la trae floja el 155.
Esto es España, señora Colau. Claro que a lo mejor desea que abran el toril y usted habla en clave de banderas, como en la marina vieja, según me soplaron. Si es así, olvide lo escrito y destape la bandeja cubierta con el limpio paño blanco y cambie éste por su bandera con un lazo amarillo encima y una leyenda apropiada: «Ahora que ya estamos solos/ vamos a contar mentiras/ ¡tralará!/ Vamos a contar mentiras».
A los noventa uno aplaude o pita desde general. Fe ya tengo, pero qué puedo hacer. «¡Chupa, chupa que s’apaga!» –le gritaba un gitano, escondido detrás de una mata, al primo que había ido a pedir «mecha» a un guardia para fumar un cigarro y había recibido una torta de aúpa por falta de respeto–. Pues en Catalunya yo soy el de la mata. Para morir tenemos tiempo; para la victoria, mucho más.
Lo fundamental es que nos salga bien la torre de siete y que el ancheneta no olvide la bandera.
Los europeos miran a España como un magnífico espectáculo que les alivie de su tedio inglés. Incluso cabe que aprovechen lo español para poner en marcha cosas que se les estaban atascando, como la cuestión del nuevo presupuesto común que la Unión acaba de inventar. El mecanismo presupuestario ha sido aprobado, pero la cuestión es que ningún gobierno está dispuesto a aportar los fondos necesarios para que la cosa funcione. No hay un palmo neto. Y perdóneme usted la traducción. señora Colau, quin fàstic més horrorós!