Xabier Arberas

El ruido ni es fiesta ni es vida

Lo que me pasma es que afirme que ruido es sinónimo de vida. No sé si su opinión es una pose provocativa, de la que no me he dado cuenta, o un cúmulo de ignorancia sobre los efectos perniciosos de la contaminación acústica en la salud y su continuidad social en las comunidades de los barrios afectados.

Sr. Garitano, he releído con detenimiento su comentario "Me gusta el ruido", publicado el 30 de agosto en el suplemento de GARA Udate y no salgo de mi estupor.

Me da igual que usted contrate a todas las charangas de Euskal Herria para que le acunen todos los días del año. Como si solicita al Ayuntamiento que todos los contenedores de basura de su barrio se concentren debajo de su piso. O si facilita el aparcamiento de los autobuses de quienes atraídos por la oferta de consumo alcohólico 2x1 finalizan la ruta de madrugada, contentos, tras haberse bebido hasta el agua de los floreros de su barrio. O si convence, además, a los convecinos de su comunidad para instalar alguna pensión, hostal o piso turístico, permitiendo que sus hijos e hijas se eduquen y compartan la algarabía vacacional con sus inquilinos ocasionales, puestos de todo. O termine dando chocolate con churros a las sufridas cuadrillas en sus despedidas de soltero.

Su salud, Sr. Garitano, es de su exclusiva responsabilidad.

Lo que me pasma es que afirme que ruido es sinónimo de vida. No sé si su opinión es una pose provocativa, de la que no me he dado cuenta, o un cúmulo de ignorancia sobre los efectos perniciosos de la contaminación acústica en la salud y su continuidad social en las comunidades de los barrios afectados.

Llámeme viejo si quiere, Sr. Garitano, pero no soporto el ruido, ni a la gente ruidosa. Parece que en estos tiempos lo importante no es divertirse, sino parecer que uno se está divirtiendo horrores, sobreactuando, gritando y desternillarse de risa hasta para comerse un pintxo.

Está equivocado. Hoy, es el beneficio lo que impulsa a gritar, al dictado de los lobbies de la hostelería, del ocio nocturno, del alcohol y del turismo, esgrimiendo el valor de la libertad para justificar que la gente puede hacer lo que quiera, siempre y cuando se siga consumiendo. Si no hubiera un interés económico detrás, hace tiempo que este tipo de comportamientos estarían erradicados.

Es una curiosa ironía que cuanto mayor es la sensación de libertad en la fiesta, un fenómeno por derecho propio, cada vez sea menos un ámbito autónomo.

La versión posmoderna convencional de las industrias de estilo de vida refleja que el capitalismo ha incorporado la fiesta a sus propios fines materiales.

No sé qué piensa usted sobre la mercantilización del ocio y de nuestras ciudades y barrios. Banalizarlo no ayuda ni a comprender que hay detrás de la terciarización, metropolización y turistificación, por ejemplo, de Donostia, ni a conocer sus consecuencias. Mientras se ignora dicho debate, avanzan los procesos de gentrificación en este pueblo y las consecuencias de esa mercantilización en áreas cada vez más grandes de nuestra vida.

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