¿Elecciones democráticas?
La democracia representativa se ejerce con el derecho a voto; pero esto no basta para que unas elecciones sean democráticas y se realice todo lo que la democracia implica, que va mucho más allá de la supuesta libertad ante las urnas. Son necesarias condiciones que hoy, dentro del contexto económico, político y social no se cumplen.
En esta reticente y repetitiva campaña electoral, quienes fueron incapaces de acuerdos para un cambio convincente, ahora miran a su oponente político y no a la penuria y necesidades de una sociedad cada día mas precaria y al bien común. Las ineficaces respuestas de los partidos dominantes en el Estado no ofrecen respuestas a los problemas acuciantes de pobreza, precariedad, empleo y bienestar. Mientras tanto la corrupción se amplia y los ricos son cada día menos, pero más adinerados. La decepción es, por tanto, generalizada y la astucia de los políticos profesionales sabe manipularla a su favor, obviando las causas de los graves problemas que evita afrontar en sus maquiavélicos mensajes electorales.
Por tanto, solamente cuando se aborde el diagnóstico honesto de la situación se podrán abrir cauces de una democracia auténtica devolviendo al pueblo su poder, para que la democracia sea tal.
Para ello, en primer lugar, es preciso constatar que los programas electorales dominantes a nivel estatal se desarrollan dentro del marco del capitalismo. Para una mayoría, que sostiene al partido más votado hasta ahora, sigue siendo la única opción posible e incluso la que ofrece mejores garantías de seguridad socioeconómica, a pesar de los resultados negativos de su legislatura.
Sin embargo como advierte el economista y premio nobel Joseph Stiglitz, el proceso actual de legitimación de las desigualdades injustas, por parte de los privilegiados del sistema, es un engaño sistemático acerca del papel que juegan y deben seguir jugando el Estado y el mercado actuales en la actual situación de crisis global en la que Europa está sumida y que afecta de manera particularmente grave al Estado español y a sus clases más desfavorecidas. Se pretende hacer creer, una vez más, que la crisis deben soportarla todos, pero cargan su parte más dura y cruel en los trabajadores y en la ciudadanía manipulada y consumista. Por tanto, el mayor peso de sus falsas soluciones recae en recortes sociales, en reformas laborales a costa de bajos salarios y despidos, en cierre de empresas, en desahucios, en precarización y pobreza.
Ante esta realidad no cabe otra alternativa que reclamar otro sistema, otro modelo económico que abra las puertas a la esperanza de una transformación que deberá llegar si queremos vivir con dignidad. Es urgente buscar, ofrecer y realizar alternativas permanentes, donde la libertad de los pueblos y su solidaridad -más allá del capitalismo- abran la esperanza de una Europa y de un mundo posible y diferente, basado en la ética y la justicia, en la solidaridad. «Se trata de escuchar –como ha insistido el papa Francisco- el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos».
En segundo lugar, estas elecciones estatales y sus inciertos resultados para conformar un gobierno estable y eficaz se realizan dentro del indiscutido marco de la Unión Europea. Conducida por su troika -CE,BCE,FMI- , amenazada por el Brexit, con el todavía reciente recuerdo amargo de los obstáculos insalvables en la crisis griega para un cambio radical, avergonzados por la incapacidad de respuestas solidarias ante el drama de los refugiados, sin embargo casi nadie, pone en tela de juicio esta Europa sometida a la maquinaria del mercado y su imperio global, controlado por el G7, mancomunados con los grandes organismos financieros (BM, OMC, FMI), guiados por el ‘Foro Económico Mundial’ y reforzados por el ‘Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones’ (TTIP) entre USA y la UE.
En consecuencia, controlados por el capitalismo neoliberal, sus pueblos históricos se encuentran sometidos políticamente a una Unión Europea sustentada exclusivamente sobre la realidad de los Estados actuales que les impiden, con amenazas excluyentes, ejercer sus plenos derechos. A pesar de ser la raíz histórica de Europa, quedan calificados, con sus lenguas, culturas e historia, como regiones sin personalidad, ni identidad, subordinados a los Estados-nación. Esta política europea tiene en el Estado español su expresión específica en una constitución unionista garantizada por las «Fuerzas Armadas» (art. 8).
Este llamado Estado de derecho, constitucionalmente garante de las libertades y derechos ciudadanos es, en tercer lugar, denominador común de los programas electorales mayoritarios. Sin embargo, la injusticia de los intereses de sus gobernantes, las ambiciosas tensiones internas, la corrupción y evasión fiscal, los centros de decisión controlados por intereses economicistas, contaminan su capacidad de búsqueda y realización del bien común ético y participativo. Además impide en su Carta magna el ejercicio de la libre determinación de los Pueblos que lo componen y, por tanto, es obstáculo directo para el ejercicio de los derechos colectivos. Catalunya, Galizia, Euskal Herria están vetadas para ser nación soberana con pleno derecho a decidir y a ejercer todos los derechos colectivos que les corresponden.
Ante estos marcos políticos y económicos es urgente y necesario debatir sobre el sujeto de tales derechos y sus formas de ejercicio en el Estado español, en Europa y profundizar en el sentido de una democracia participativa. Pero esto es precisamente lo que la mayoría política española evita toda costa en sus debates y promesas electoralistas.
Las recientes Jornadas sobre ‘soberanía solidaria’, organizadas por Herria 2000 Eliza, dentro de la crítica situación estatal y vasca, han buscado profundizar el sentido de la plena libertad desde la decisión popular. Ante la proximidad de las dos importantes convocatorias electorales, se analizaron los aspectos, dimensiones y retos más significativos -sociales, jurídicas, políticas, culturales, internacionales, territoriales- para un avance decisivo en su proceso soberanista. Desde estas claves trataron de contribuir a superar injustas desigualdades y abrir vías de equidad dentro de una colaboración y convivencia basadas en los derechos individuales y colectivos, respetando siempre el protagonismo y voluntad propias de cada pueblo en una democracia participativa.
De todas formas y más allá de estas elecciones, todos los agentes sociales y políticos, movimientos, grupos, también la Iglesia vasca, tienen ante sí un decisivo reto. Consiste en lograr la paz que se basa en la justicia y en la democracia, en la ética y en la solidaridad entre los Pueblos del mundo. Especialmente es necesario apoyar a quienes hoy sufren de forma cruel los ataques de la globalización capitalista e intereses egoístas de los Estados que anulan los Pueblos, niegan sus derechos a los refugiados e imponen la ley de un pensamiento único y de una economía de beneficio para unos pocos.
Es el camino hacia unas elecciones realmente democráticas que debemos reivindicar e impulsar con el voto radical y responsable.