Rafael Suso
Miembro de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa

En el punto de mira

Parece que repentinamente el mundo se ha acelerado. Ya no se trata solo de adónde vamos. La preocupación hoy tiene más que ver con la velocidad a la que nos dirigimos hacia un futuro que no sabemos si es el que queremos. Nos hemos despertado en un mundo en el que la violencia nos acompaña prácticamente en todos los ámbitos de la vida. Basta una mirada rápida a los medios de información, un recorrido por las redes sociales...

Rachel Kleinfeld, una voz autorizada, miembro e investigadora del prestigioso Carnegie Endowment for International Peace, nos acerca en reciente artículo "La creciente ola de violencia política" a la realidad de un mundo que no nos gusta y en el que seguro no nos gustaría vivir. Y es que la realidad de las cifras nos hablan de un aumento de la violencia política en muchas democracias: Estados Unidos, el asalto al Capitolio en 2020, las amenazas crecientes a congresistas, senadores y jueces; y Japón, con el intento de asesinato del primer ministro Fumio Kishida y el asesinato del ex primer ministro Shinzo Abe, se unen a la lista tradicional formada por México, Colombia, Ecuador... No se trata de citar a todos, tan solo de constatar un hecho que también está presente en Francia y Alemania.

Si analizamos los discursos políticos que buscan la polarización encontramos un mecanismo común: poner al otro en el punto de mira (Arthur Miller) creando una crisis de confianza en nuestras relaciones para así convertir al otro, al rival, en una amenaza, en nuestro enemigo.

Donald Trump es un reconocido líder en el uso de estas estrategias. Combina con maestría el discurso extremista y la moderación interesada. Lo que le guía es ganar la confianza del votante sembrando en él la desconfianza social. Pero no está solo.

Algo está fallando en nuestra sociedad. Las cifras podrían llevarnos a pensar que el concepto liberal de sociedad de John Rawls, aquella sociedad que debería ser comprendida y vivida como un sistema en el que personas libres e iguales colaboran entre sí para obtener beneficios mutuos en condiciones justas, pertenece a la categoría de las ideas agotadas con el cambio de era a la que hacía referencia el sociólogo americano Daniel Bell.

Y es que la confianza lleva años en quiebra. Edelman recientemente ha publicado las conclusiones del Estudio de Confianza que lleva realizando desde 2001. Sus conclusiones, las de 2024, ponen el acento en un tema emergente: lo que denominan como «innovación rápida» ha pasado a ser un nuevo factor de descontento. Se trata de la decepción causada por la «sobrepromesa» y por la venta de «éxitos» del falso marketing institucional, público y privado, cuyo resultado, en la práctica, solo llega a una parte de la población.

«La rápida innovación ofrece la promesa de una nueva era de prosperidad, pero en cambio corre el riesgo de exacerbar los problemas de confianza, lo que conduce a una mayor inestabilidad social y polarización política». Es la conclusión que Edelman lleva a titulares acentuando cómo la desconfianza empieza a crear polarización en las grandes empresas. Y entre los líderes en «desconfianza», en el Estado español siguen ocupando las primeras posiciones el Gobierno y los medios de comunicación.

Confianza y cooperación forman el círculo virtuoso que mueve el progreso social. En resumen: la confianza permite la cooperación al reducir la incertidumbre y el miedo a la explotación. La cooperación genera confianza a través de experiencias positivas y reciprocidad. La falta de confianza socava la cooperación y puede conducir al conflicto.

En el lado positivo, este 25 de septiembre se ha celebrado en Estocolmo la Conferencia Nórdica sobre Inclusión. La recepción e inclusión de migrantes en la sociedad es uno de sus retos. El dato es que en las últimas décadas el porcentaje de personas nacidas fuera de la Escandinavia ha pasado de un 4% en 1998 al actual 22%. La proporción en Suecia e Islandia donde uno de cada cinco residentes ha nacido en un país extranjero es una de las más altas de Europa.

Los países escandinavos tienen presión del sur, pero están en primera línea en el desarrollo de políticas de inclusión. Parten de una convicción: «los migrantes de hoy son los ciudadanos de mañana». Y de un principio de acción que va acompañada de una visión y una actitud proactiva: una buena, ¿por qué no excelente?, gestión de la emigración tiene que fundamentarse en dos conceptos nucleares: diversidad e inclusión.

Diversidad que implica una visión positiva de la emigración, entendiendo que las culturas se enriquecen en relación con otras culturas. Donde el reto es lograr la participación de estas personas en la vida diaria, contemplando sus derechos a la educación, la vivienda y el trabajo. La emigración allí donde se gestiona bien es una apuesta de futuro, donde mal un factor de crisis, de conflicto social.

La conferencia nórdica de inclusión hace una llamada a la cooperación público-privada, a implicar y complicar, a comprometer, al amplio espectro de actores sociales en la generación de ideas, la búsqueda de soluciones y el desarrollo de acciones que sitúen a las personas en el centro. Los gobiernos necesitan a la sociedad para trabajar en el desarrollo de soluciones a los grandes retos.

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