Alberto Frías
Presunto abogado

¿Esta justicia es una mierda?

Si quieres justicia no la pidas a quienes hacen las leyes, la balanza de la justicia siempre cae del lado de los mismos. La ley y su aplicación por los tribunales es un reflejo directo de las relaciones de fuerza existentes.

Acabo de ver frente al Palacio de Justicia de Iruña una concentración donde cientos de personas gritan «esta justicia es una mierda». La cámara está haciendo un barrido donde aparece por un fugaz instante, una mujer con un cartel escrito a mano «la justicia no está ciega, está cara al sol». Es difícil en un texto tan corto explicar tantas cosas.

La coincidencia en el tiempo de varios procesos judiciales como la sentencia en el llamado caso de "La Manada", el mantenimiento por parte del fiscal de la imputación por terrorismo en el caso de Altsasu o el incoado con motivo del procés catalán, nos dibujan un escenario, que además de inquietante, contiene dentro de la especificidad de cada uno elementos comunes, entre otros la presencia de miembros de las fuerzas de seguridad del estado.

Los elementos específicos de cada caso no deberían ocultarnos el nexo común. Más allá de la calificación como abusos sexuales de una agresión sexual, de la calificación como sedición o rebelión de un incipiente proceso democrático de autodeterminación o de terrorismo a una trifulca de verbena, lo que el estado de derecho del Reino de España pone en valor es el patriarcado, el machismo, la unidad indisoluble del Estado o el principio de autoridad (en Euskal Herria transmutado en el domuit vascones).

Son los daños colaterales de la ejemplar transición española que dispara con fuego amigo. El fuego amigo de su estado de derecho, el mismo que hasta en situaciones tan escabrosas pretenden perpetuar y legitimar, en este caso bajo el capotico sanferminero de un cambio legislativo exprés. Ante la indignación popular han pasado del respeto debido a las decisiones judiciales como mantra repetitivo y omnipresente, a las lágrimas de cocodrilo de partidos e instituciones.

La respuesta de la clase política es un sarcasmo, es querer demostrar que la justicia (para ellos su estado de derecho) no es una mierda, que son desajustes del sistema con fácil arreglo mediante acto parlamentario «en un ambiente de jolgorio y regocijo». La sentencia a La Manada sin duda está ajustada a derecho, como lo estará la de Altsasu o la de Cataluña. Es el «imperio» de la ley en los «palacios» de justicia, la pregunta es ¿qué podemos esperar indígenas, mujeres, plebeyos de imperios y palacios?

Bertolt Brecht ya nos advirtió «si quieres pan, no pidas a los que lo tienen, pide a los que no lo tienen, ellos te ayudarán». El pasado junio el monarca español ya advertía en su discurso sobre el proceso catalán «fuera de la ley solo hay arbitrariedad, imposición, inseguridad y, en último extremo, la negación misma de la libertad». Si quieres justicia no la pidas a quienes hacen las leyes, la balanza de la justicia siempre cae del lado de los mismos. La ley y su aplicación por los tribunales es un reflejo directo de las relaciones de fuerza existentes, en opinión de Louis Althusser, un instrumento de dominación.

A quienes estos días con su mejor voluntad piden justicia por las calles, hay que recordarles que el derecho no es sino una herramienta al servicio de la clase dominante, que cuando la maquinaria del sistema entra por la puerta la justicia sale por la ventana de los pomposos palacios de justicia. Es conocida la anécdota de un catedrático de derecho que para explicar la legalidad preguntó «¿Es legal hacer un golpe de estado?», a lo que su interlocutor respondió: «depende de quién gana».

No sirve con la indignación que se agota en sí misma, con el eco mediático de las plañideras televisivas, con las que acaban en proposiciones no de ley vacías como buñuelos envenenados… la indignación de mujer, de joven en Altsasu, de independentista en Cataluña, de jubilada, son la misma indignación. El reto por tanto está en cambiar la correlación de fuerzas, y no estoy hablando de lógica parlamentaria, sino de poder popular.

Me sumo a la invitación de Ernesto «Che» Guevara cuando decía: «No creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros que es más importante». En manos del movimiento popular, y no en otras, está buscar las sinergias, los métodos de acción y las formas organizativas capaces de cambiar el escenario.

Frente al desánimo, frente a la extensión del mensaje del pensamiento único que cae rendido en los brazos del sistema, de su lógica, de su laberinto del Dédalo institucional, recordar de nuevo a Bertolt Brecht: «Cuando los que luchan contra la injusticia están vencidos, no por eso tiene razón la injusticia. Nuestras derrotas lo único que demuestran es que somos pocos los que luchan contra la infamia. Y de los espectadores, esperamos que al menos se sientan avergonzados».

Que cada cual dé respuesta al interrogante que figura en el título, y sobre todo, que actuemos en consecuencia.

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