Europa no es nuestra
Es muy urgente un nuevo Monroe a este lado del Atlántico. Alguien que proclame con autoridad que Europa es para los europeos. Y no como una reserva de autoexplotación, sino como un ámbito de libertad frente a una potencia voraz: los Estados Unidos de América. Es asimismo necesaria una nueva derecha simplemente conservadora, pero europea, que pueda sostener esta petición monroísta.
Gobiernos que no sean aparatos prácticamente quintacolumnistas de Washington. Supongo que esta declaración de un ciudadano nostálgico de lo europeo -de aquella Europa grande por sus distintas revoluciones creadoras de modelos de existencia- será rápidamente descalificada por espesos grupos de una ciudadanía que ha destruido su espléndida estructura intelectual europea para abrazar la simplista y deshonesta filosofía pragmática de quienes han hecho de la utilidad miope la nueva e irrisoria religión del mundo. ¿Dónde está la Francia de la Ilustración? ¿Dónde está la Alemania de los filósofos que en el siglo XVIII indagaban los fines últimos de un hombre que buscaba su propio ser profundo? ¿Dónde está la Inglaterra que puso el maquinismo al servicio de una concepción victoriana de la existencia? ¿Dónde aquellos gobiernos que dibujaron el mapa de un derecho solemne, de una inteligible política soberana? ¿Dónde ha ido a parar todo eso? Todo ha sido aprisionado entre barras carcelarias y estrellas en formación militar. Hasta la guerra ha perdido su pretensión de grandeza para convertirse en algo sórdido y cruel al servicio de una miserable manipulación financiera.
Había en el mundo occidental una grandeza quizá satánica, pero que invitaba a las masas a ser también grandes en su respuesta revolucionaria. Se vivía y se moría por una pretensión social, por la hermosa realidad de lo propio, no por unos pozos de petróleo. Era la Europa de las naciones-estado y de las naciones que pugnaban por nacer como estados nuevos que resucitaban la gran verdad de lo étnico; que se enfrentaban, como escribe Sloterdijk, a «los intentos de producir comunas a gran escala que acaban en totalitarismos, ya que la desatención a las pequeñas unidades puede conducir a largo plazo a las sociedades modernas a psicopatológicos callejones sin salida». Una Europa servida por una universidad de pensamiento activo más allá de lo tecnológico, por una información varia y transparente, por un arte poblado de almas, por unos políticos que tenían en su cabeza la pretensión de algo distinto. Los miserables eran detestados, los pícaros tenían su limitada hora de espectáculo. Todos los días se batían las alfombras y la palabra era pulida como un bien común ¿Dónde ha ido a parar todo eso, ahora contaminado por mil agentes que deciden la verdad falseada, la moral irrisoria, la economía cetrera, la paz sin más luz que la producida por apocalípticos incendios? ¿Qué hemos hecho los europeos con nuestra milenaria historia de pecados clamorosos y penitencias espléndidas? Sr. Obama, háganos un favor que limpie a la vez sus traiciones: ¡váyase de Europa y déjenos en paz para que remendemos nuestros harapos! Déjenos en paz para que enterremos los muertos que ustedes nos han causado y denos tiempo para recuperar de su estulticia a los idiotas que admiran su poder oscuro. Deje que aprestemos nuestro propio Plan Marshall de la inteligencia para inscribirnos otra vez en el mundo. Siempre tendrá perfil más alto la pobreza en que ya viven muchos europeos que su barbarie. No son ustedes la nación necesaria, como afirmó usted en un rapto de soberbia.
Hagamos cuenta sumaria de los últimos tiempos de Gobierno del Sr. Obama, en los que, tras su fracaso social en los Estados Unidos, salió a buscar pan de trastrigo por un mundo que ha arruinado por muchos años. Destruyó la paz de Irak, de Siria, de Egipto, de los palestinos, lo está intentado con Irán, pueblos que andaban en búsqueda de una modernidad creciente y, en varios casos, de un secularismo que asegurase la paz entre los distintos credos religiosos. Intervino el desahogado presidente para restaurar la democracia, cuando el Sr. Obama sabe de sobra que los países árabes, salvo los sometidos al despotismo de unas monarquías precisamente aliadas estrechamente con Norteamérica, imaginan la democracia de modo totalmente distinto a la que los americanos dicen poseer. Y mientras se prodigaba ese cínico discurso en nombre de la libertad y de la seguridad de todos nosotros, iba creciendo la destrucción mediante guerras que movilizaron los bajos fondos de muchos países a fin de lograr los dos grandes objetivos imperiales: el petróleo y el cerco para asfixiar a Rusia y China, que podrían constituir la base de un bloque que acabara con el dominio de EEUU.
Y ahora le ha llegado el turno a la misma Europa, a la que han implicado en una geopolítica que no tiene nada que ver con los intereses realmente europeos, al menos en un alto porcentaje de sus estados. Es más, estados poderosos como Alemania o Francia empiezan a sentir los primeros inconvenientes graves en su comercio y en sus relaciones políticas. Europa está militarmente ocupada con una serie de bases que avergüenzan con la bandera barrada cuando no con argucias como la OTAN y otros aparatos que no pueden disimular su procedencia y sus finalidades intervencionistas. Desde estos centros de apoyo la «inteligencia» americana introdujo la sangrienta discordia en las repúblicas sureñas de la Federación Rusa. Pero esta operación resultaba de dudosa eficacia. Y a Estados Unidos le urgía una acción más radical para adelantar su frontera bélica sobre Moscú. Fue entonces cuando estalló la revuelta en Ucrania. Una revuelta tan sobrevenida que no ha podido tapar nunca su origen ni adquirir la legitimidad necesaria para progresar limpiamente. Ucrania, que desde tiempos viejos del zarismo fue una tierra estrechamen-te unida a Rusia, está ahora sumida en una destructora inestabilidad. Incluso empieza a ser obviada por Washington, que ya ha conseguido el objetivo inmediato que perseguía: militarizar la frontera de Polonia, otra vez con su soberanía quebrantada.
Y Europa, de nuevo comprometida. Su política de contacto profundo con el este, de la que era elemento fundamental Alemania, ha sido comprometida muy gravemente por la «nación necesaria». Poco a poco avanza la ola que quiere producir el estrangulamiento de una China que tiene ya en su mano la llave de la caja fuerte donde se custodia el dólar. La alforja estadounidense ha adquirido un peso insoportable. Estados Unidos ha de atender demasiados frentes mientras su economía interior está perdiendo su espina dorsal, lo que le obliga, para sostenerse en pie, a una dinámica de expansión económica, política y militar que suscita una enemistad internacional ya demasiado amplia y extensa. Una vez más se comprueba que el crecimiento excesivamente dinámico constituye una inmanejable arma de dos filos.
Mas para los europeos la preocupación por su futuro se ha convertido en un temor frío y angustioso por su presente. Los dirigentes de la Unión Europea son conscientes de que la Unión está encadenada por la política y los intereses americanos. Esto explica, por ejemplo, las reticencias en torno al último acuerdo comercial con Washington. Europa no ha logrado su unión interior y no sabe a dónde va. Además, invadida por Norteamérica no puede extender sus tentáculos en ninguna dirección. Asia le es ajena como escenario de su poder, África está crecientemente parasitada por China, Latinoamérica y la región sur oriental del Pacífico son aún territorios estrechamente intervenidos por Estados Unidos, Japón lucha por su resurrección como potencia de élite... Europa cuenta, pues, con su propio territorio como ámbito de desarrollo. Pero las capacidades europeas de producción y comercio desbordan ese marco. La situación es irremontable si no cambia la balanza de los poderes enfrentados, tal como esos poderes están ahora concebidos. Europa necesitaría un Sistema efectivo de reparto de poderes y capacidades diversas, pero equivale a decir que Europa precisa de otro Sistema económico y social que conlleve la posibilidad de ese reparto. Curiosamente es Europa la única zona del planeta donde se han alumbrado más revoluciones y, por ello, está capacitada para la elaboración intelectual de innovaciones teóricas con las dimensiones revolucionarias consiguientes. Apoyando el pie en esa creatividad histórica creo firmemente en que solo Europa puede variar radicalmente el actual dinamismo de la historia. Mas para ello Europa tiene que abandonar su piel actual. Me pregunto si el proceso de emergencia de las naciones hasta ahora sumergidas en Estados ya inválidos no constituirá una vía de resurrección de energías que creíamos periclitadas. Lo europeo tiene en esos nacionalismos la ocasión de ordenar el poder político de acuerdo con sus posibilidades. Se trata de construir ámbitos adecuados para la verdadera democracia.