Angel Rekalde y Luis María Martínez Garate

Europa: quien manda, manda

Europa no nos salva. No nos sirve como referencia, porque apenas es más que un club de trileros donde cada cual juega sus dados, y donde para asistir y disponer de asiento hay que tener categoría; es decir, el Estado-nación de toda la vida.

«La Unión Europea es una inmensa fantasmada» (Joan Ramon Resina)

 

La emergencia de la pandemia se ha clavado como una piedra en el engranaje del modo de vida en que pululábamos. Ha hecho saltar el sistema, y en ello ha puesto en evidencia algunos de sus mecanismos ocultos. Vemos, al hilo de las angustias y los sobresaltos, cómo actúan gobiernos, multinacionales, medios de comunicación, grandes corporaciones, instituciones continentales… A la luz de sus efectos, descubrimos que muchos de los argumentos que constituyen la agenda diaria de nuestra burbuja cotidiana son falsos. Tramposos. Mercancía averiada. Y que nos la han vendido para que nos alejáramos de lo que deberían ser nuestros objetivos.

Así, nos dijeron que el Estado nación era una especie en extinción, sobre todo ante los procesos de globalización, fluidos, masivos y universales. El Estado nación ya no era el modelo operativo; quedaba desfasado.

Por ello, nos contaron que los problemas que se plantean a las «naciones sin Estado» (en realidad «naciones con estados en contra») se solucionarían con su integración en la Unión Europea. Una premisa de esta argumentación afirmaba que, consecuentemente, «a más Europa, menos España» (y Francia, se supone).

Pero no sólo por arriba. También nos dijeron que, por abajo, el poder emergente de los «entes subestatales» (autonomías, naciones «sin Estado», regiones, conurbaciones importantes, etc.) reducía y debilitaba las atribuciones y competencias de los estados nacionales.

Nos han intentado convencer de que, en suma, con todos estos procesos, eso de la soberanía era como un terrón de azúcar en un vaso de agua, que se iba disolviendo con rapidez. Los Estados ya no eran los depositarios principales.

En resumen, durante años nos han vendido la idea de que en un futuro próximo el Estado, tal y como funcionaba en Europa desde Westfalia (1648), estaba en vías de extinción. El objetivo de este argumentario, como bien sabemos, se orientaba a neutralizar la reivindicación de nuestra «libre disposición». Dicho de otro modo, en estas condiciones, ¿para qué queréis un Estado independiente?

Por el contrario, si algo pone en evidencia la crisis de la pandemia es esa falacia; es que lo que nos decían, convencían o trataban de vendernos, era mentira.

Hemos visto a la Unión Europea titubeante, incompetente, sin credibilidad, ni operatividad, ni objetivos claros. De hecho, en medio de las urgencias y calamidades, la hemos visto inclinarse servil ante las grandes empresas, las corporaciones y lobbys implicados.

Hemos observado la marrullería de Estados miembros que se saltan a la torera las reglas de juego. Que miran por sus intereses particulares. Que, como advierte Joan Ramon Resina, «traspasan las líneas maestras de la legalidad comunitaria». Los casos de Polonia, Hungría y España son muy claros. Y la Unión no tiene instrumentos para llamarles al orden o imponer una conducta compartida (la respuesta europea ante la actuación española contra el procés catalán, en otro caso significativo, ha sido paradigmática al respecto). Quien manda, manda.

Ha sido de escándalo contemplar a la presidenta de Comisión europea Ursula von der Leyen tratada con machismo y desprecio por Erdogan, el líder turco, porque sabe que no habrá represalias. Que Europa no tiene capacidad de respuesta; no es un Estado; no tiene una política internacional, ni una cohesión interna, ni un verdadero eje de autoridad. Ni siquiera es capaz de legitimarse o movilizar a sus poblaciones. «No dispone de las tradicionales fuerzas legitimadoras de los estados: el nacionalismo o, en algunos casos, la religión» (Joan Ramon Resina, "La deslegitimación de la Unión Europea").

Europa no cuenta como una estructura de poder, sino como un club de intereses y negocios. Se reúnen, negocian, compadrean… Pero el verdadero protagonista, el sujeto de soberanía, con capacidad para hacer y deshacer, construir y defender un futuro colectivo, sigue siendo el Estado.

Por lo que respecta a los entes subestatales, ha sido vergonzoso descubrir cómo desaparecían de los centros de decisión y los Estados recuperaban su protagonismo sin el menor atisbo de disimulo, protesta o duda. El Estado español, por ejemplo, ha puesto firmes a todos porque tenía la autoridad y las competencias para ello. El Estado de las Autonomías es una auténtica tomadura de pelo.

En resumen, Europa no nos salva. No nos sirve como referencia, porque apenas es más que un club de trileros donde cada cual juega sus dados, y donde para asistir y disponer de asiento hay que tener categoría; es decir, el Estado-nación de toda la vida. Alemania, Irlanda, Malta...

Como pueblo vasco, navarro, debemos recuperar la iniciativa política con un horizonte claro; la consecución de un Estado propio; y luego ya nos apuntaremos a juegos de socios y clubes de negocios. Si nos conviene.

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