Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Europa y la libertad

El autor hace una lectura muy crítica con el modo en que se ha ido configurando la Unión Europea, que ha llevado, a su juicio, a una «pérdida de sustancia democrática en la percepción popular del gobierno de los asuntos públicos». En un análisis de fondo, que trasciende el contexto electoral, Alvarez-Solís se centra en el proyecto comunitario, donde prima la «disciplina vertical» en torno a grandes interese, y, por ejemplo, en lo que se refiere a la moneda única, señala que «ahí está la gran estafa», en un «euro de la igualdad que sirve a economías desiguales, a vidas de calidad distinta, a salarios que no tienen nada en común».

No puede producir extrañeza alguna que la mayoría de los políticos actuales estimulen con ardimiento el voto europeo. Con este voto se persiguen dos objetivos esenciales para desarrollar el tipo de política actual. El primero de ellos y creo que el más importante consiste en alejar de forma creciente a la ciudadanía de los verdaderos centros de poder, lo que libera la práctica política de zonas críticas que siempre dificultan y desgastan de alguna manera al gobernante. No es lo mismo, de cara al contacto entre gobernantes y gobernados, servir los intereses dominantes del Sistema dentro de las fronteras de un Estado más o menos conectado con la calle y al alcance de la intervención popular, que salvaguardarlos en un espacio tan extenso y diverso como el europeo, en el que cada elector se disuelve en mil lejanías.


A este respecto deseo recordar la teoría sobre la práctica democrática en que habitualmente defiendo que lo único que puede conducir a un verdadero y eficaz rearme ético y político de las masas es la cercanía real y física de éstas a las instituciones y a quienes las habitan y manejan. Es decir, que se trata de recobrar plenamente la vitalizante domesticidad propia de los espacios asequibles. Una nueva proximidad constituye hoy el arma más efectiva del necesario control popular y concentra del modo más sensible las energías que ese control precisa para subsistir ante los drásticos medios represivos del Estado.

El segundo objetivo de esta voluntad electoralista en pro de Europa, que está muy imbricado con el anterior, consiste en producir una fenomenal ignorancia política en el ciudadano normal por obra de la endiablada confusión y complejidad de la institucionalidad europea, lo que conlleva una pérdida muy relevante de sustancia democrática en la percepción popular del gobierno de los asuntos públicos. Los gobiernos que operan sobre grandes extensiones geográficas suelen interponer, además, entre su cúpula y el pueblo una espesa malla tecnocrática que ampara a la autocracia gobernante, ya que esa malla se hace protagonista, aunque no responsable dado su carácter técnico, de una gran parte de la política gubernamental, lo que concede al político muchas facilidades para esquivar riesgos y equivocaciones y publicar desmentidos. Europa es hoy el espacio en que los expertos sirven el plato caliente a los políticos que a su vez con manejados por las minorías poderosas.

El europeísmo se ha convertido, pues, en una forma de dictadura muy difícil de detectar ya que todos estos gigantismos ideológicos y materiales son ofrecidos a las masas, mediante instrumentos como la información y la red de las enseñanzas, rígidamente controlados, como un progreso que trata de superar lo limitado y doméstico y abre, por el contrario, horizontes muy amplios en todos los sentidos. Jamás ha de perderse de vista que el ciudadano oprimido suele entregarse de pleno en brazos de los héroes que ofrecen grandes aventuras. Ante esta realidad sociológica también resulta conveniente recordar que Ulises recomendó a sus marineros taparse los oídos con cera y él mismo se ató al palo mayor de su barco cuando pasaba cerca de la isla en que las Sirenas atraían a los navegantes con sus cantos adormecedores.


Hay también en el europeísmo que cultivan los políticos servidores del Sistema una pretensión jerarquizadora tanto en el interior de cada Estado como en el ordenamiento de los Estados de la Unión entre si. Esta jerarquización tiene por objeto reforzar la disciplina vertical en torno a los grandes intereses que funcionan en la Europa Unida. Los gobiernos alemán, francés o británico, o sea, el trío de los poderosos, saben perfectamente que tanto Bruselas como las ciudadanías de los estados secundarios no se permiten dudar de la competencia de la tetrarquía, que parece explicarse y justificarse por si misma si se considera su superior nivel de vida, aunque ese nivel se apoye más en las grandes cifras macroeconómicas que en la vida real de sus capas inferiores de población, muy dadas, paradójicamente, a creerse participantes en la gran fiesta de las minorías. Es el «parisismo» del habitante pobre de París. El efecto «demostración» funciona en todas las sociedades, en esta época sobre todo, de una forma mágica y dificulta gravemente la eclosión de las ideas liberadoras. Todo el mundo parece creer en la «gran verdad» del Sistema para crear la vida más envidiable, aunque compruebe mil veces que esta «gran verdad» no está al alcance de su capacidad material o de su poder político.


Theodor Adorno escribe agudamente sobre el asunto: «En otro tiempo uno no podía atreverse a pensar libremente; hoy puede atreverse uno a hacerlo, pero resulta imposible. Cada cual pensará lo que le hagan pensar y lo sentirá como su libertad». Se ha de añadir que la jerarquización de poder sobre la que se asienta la Unión Europea tiene su correlación en la jerarquización refleja que se produce en el seno de los Estados débiles de la Unión. Quienes gobiernan estos Estados creen de modo absoluto, aunque lo velen con una retórica de signo contrario, que en su mano no hay más poder que el colonial de la obediencia. lo que conduce a un desarme moral de la clase gobernante, que se traduce en la clamorosa corrupción moral existente.

La Unión Europea constituye una grandiosa trampa para cazar incautos. Los pueblos que han caído en ese lazo han perdido su ya escaso poder para contar con un aparato productivo propio, con una financiación a su medida y, lo que es peor, con una dinámica comercial que se apoye en un manejo monetario que les sitúe en un plano más eficaz para la competencia. Son pueblos destinados a mantener una reducida clase poseedora que invierta su dinero en el consumo de productos elaborados por las naciones dominantes o en la deuda emitida por tales Estados. A la vista de estas realidades es lícito deducir que el espíritu del colonialismo se ha extendido sobre estos desafortunados pueblos que viajan en la tercera clase del tren que usa la economía de los poderosos.


Hubo un tiempo en que las naciones débiles sabían su situación y ello les permitía la lucha contra la tiranía de los fuertes. El poder de la moneda de cada cual era un factor revelador de esa situación; pero esa reveladora moneda ha desaparecido y transformada en el gran euro común. Dicen que esto facilita la igualdad en negocios y vida. Ahí está la gran estafa. Un euro de la igualdad que sirve a economías desiguales, a vidas de calidad distinta, a salarios que no tienen nada en común. Porque hay un euro alemán, un euro francés, un euro holandés de valores sociales equivalentes, pero hay un euro español, un euro portugués o un euro griego que solo reflejan distintas agonías.

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