Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Grecia y el nacionalismo

Tras la conformación del nuevo gobierno en Grecia, el autor analiza el pacto entre Syriza y los nacionalistas Griegos Independientes para remarcar que lo primordial, más allá de la fórmula elegida, es el compromiso de rescatar a los ciudadanos de los mercados. «Acuerdos que dinamicen la acción de rescate de un pueblo expoliado, el pueblo griego, significa nada menos que un modo distinto de entender la soberanía de los pueblos», sostiene.

Habrá que considerar con muchos matices, favorables en su mayoría, el pacto de gobierno de la izquierda que se agrupa en Syriza con la derecha popular que ha votado a Anel o Griegos Independientes. No se puede desechar ese acuerdo declarándolo retórica y mecánicamente como incompatible con las ideologías globales de sus firmantes. Hay algo común y profundamente importante en ambos partidos para hacer juntos al menos una gran parte del trayecto que conduzca a la restauración de la dignidad social griega: el nacionalismo popular que proteja a las masas frente al régimen exactor que representa la globalización.

Prima la protección de los propios ciudadanos. Es lo que, de alguna manera, intentó en su día Aldo Moro como oferta del ala avanzada de la Democracia Cristiana, que presidía en el Gobierno de Roma, al Partido Comunista que dirigía Palmiro Togliatti. Algo revolucionario había en aquel intento –evidentemente la edificación de una vida aceptable para los italianos– cuando Moro fue asesinado por unos extraños elementos de las Brigadas Rojas con el suspiro de satisfacción del Washington que representaba entonces el Sr. Kissinger en el marco de la diplomacia universal. Recuerdo nuevamente aquel encuentro de Moro con Kissinger, relatado por la Sra. Moro, en cuyo curso el secretario de Estado de los Estados Unidos recordó al gobernante italiano la desgraciada muerte del Sr. Allende por intentar en Chile un socialismo aunque fuera con rostro humano. Al parecer, la seguridad de la comunidad internacional, como suele decir el Sr. Obama, no podía permitirse riesgo alguno.

Ese «algo» al que acabo de referirme como base de acuerdos que dinamicen la acción de rescate de un pueblo expoliado, el pueblo griego, significa nada menos que un modo distinto de entender la soberanía de los pueblos. Y ahí está el drama de los asociados occidentales. Se trata, en definitiva, de crear el escudo político que ampare una decisión humanamente primordial. Mas lo humanamente primordial para el régimen imperante es la riqueza y el poder de la minoría y no instaurar una política que contenga por fin la destrucción moral de la ciudadanía griega, hundida hoy en una miseria creciente.


Creo firmemente que ha llegado la hora de que los nacionalismos constituyan un elemento vital en la batalla de las naciones para liberarse de los estados burgueses encargados de recolegir las energías reaccionarias para uncirlas al carro del imperio. Si las naciones, con toda su fuerza biológica, consiguen regresar a sí mismas y superar el engaño del que han sido objeto por parte de sus propios poderes interiores, para enfrentarse al entramado neocapitalista, el resultado será vital para superar al fin el explotador sistema que domina el presente. Incluso esos nacionalismos podrán reordenar con un sentido más humano, dado su natural tuétano democrático, los flujos migratorios que ha desatado de un modo inaceptable el capitalismo con su explotación neocolonial.

El suceso electoral griego ha desvelado un temor profundo en los protagonistas del sistema violento y agresivo que hoy disciplina al mundo. Saben esos dirigentes que no están ante una simple disensión fácilmente reducible sino ante una propuesta de sistema diferente, con una visión social absolutamente distinta. Frente al irrisorio pensamiento pragmatista del mundo occidental, el débil pensamiento basado en la engañosa eficacia, Grecia recupera la fuerza de la invención filosófica capaz de crear multitud de propuestas de vida, como aconteció cuando giró ciento ochenta grados en el ágora y opuso a la figura del rey absoluto la democracia del siglo de Pericles. Frente al modo de poder actual, que aspira insidiosamente a la trascendencia de una religión absoluta –los omnipotentes, penitenciales y al parecer insustituibles mercados–, con un avaro deísmo sin Dios, hay miles de formas posibles de poder.


No es cierto que las ideologías hayan muerto a manos de la mecánica. Escribe Ricoeur: «Al entrar en el mundo de la planificación y de la perspectiva desarrollamos una inteligencia de los medios, una inteligencia de la instrumentalidad, pero al mismo tiempo asistimos a una especie de difuminación o disolución de los fines. La falta cada vez mayor de fines en una sociedad que aumenta sus medios (en planos muy frecuentemente especulativos de cara al hombre común) es, sin duda, la fuente más profunda de nuestro descontento». Los fines ciertos y asumibles en plenitud son, ante todo, la confortabilidad material de los pueblos y los ciudadanos, la justicia distributiva apartada de las clases, la igualdad fundamental.


El triunfo de Syriza posee además un aspecto sumamente interesante. Se trata de que al fin amanece un nuevo lenguaje hablado desde el poder. Un lenguaje que usa la autoridad surgida directamente desde la calle y no alumbrada por partenogénesis en las estructuras públicas. Cabe decir, por tanto, que en el corazón de Occidente unos ciudadanos han decidido convertirse en poder auténtico y no simulado.

De ello hablaba el nuevo ministro griego de Hacienda cuando sentaba con claridad meridiana que «no reconoce a la troika de acreedores como interlocutora válida en las negociaciones sobre el programa de rescate de Grecia». Y añadía: «Quiero recordar que nuestro Gobierno fue elegido con un programa que no admite el actual programa de rescate ni tampoco que la deuda pueda ser pagada».

Concluyamos. Cualquier fórmula de poder político es admisible y eficaz en términos humanos si brota de la voluntad colectiva operante desde una libertad inyectada de derechos humanos. Los «mercados» no son más que una palabra frente a la realidad compleja y soberana de la vida. El límite que certifica el valor de cualquier propuesta de acción política es ese: los derechos humanos. Dentro de ese límite la invención posible es innumerable.

En suma, la victoria de Salamina que acaba de protagonizar Syriza demuestra la fuerza de la auténtica democracia para sustituir la dominación de los mercados, esa pobre e insostenible «metafísica» que remite la vida posible a una estructura numérica vaciada de derechos humanos. Una estructura numérica en que los números tienen nombre y apellidos. Tristemente. Dramáticamente.

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