Cecilio Rodrigo

Hoy te contaré algo sobre el buenazo de Kant, sobre la guerra y sobre Hegel

Lo de Kant te lo traigo desde la página 450 de "La construcción de la democracia", de Luigi Ferrajoli: (...). «¿Qué derecho tiene el estado frente a sus propios súbditos?», se pregunta Kant, «a servirse de ellos en la guerra contra otros estados, a emplear o arriesgar en ello sus bienes e incluso la vida?». La respuesta kantiana es que tal derecho no es más que «derecho de cada uno de hacer lo que quiera con lo suyo (con su propiedad)», o sea, la absurda pretensión del soberano de reducir a «sus propios súbditos» a la condición de «un producto suyo», como se puede decir «de las plantas, por ejemplo, las patatas, y los animales domésticos» a los que «puede utilizar, consumir y destruir (hacer que los maten)» y parece que lo mismo «puede decirse del poder supremo del estado, del soberano, que tiene el derecho de mandar a la guerra a sus súbditos [...] como a una cacería, y a un combate como a una excursión». La guerra, concluye Kant, además de provocar víctimas en los pueblos enemigos, ofende la dignidad de los ciudadanos llamados a las armas, sometidos por ella a un dominio que «no puede aplicarse en modo alguno al hombre, sobre todo como ciudadano, que ha de ser considerado siempre en el estado como miembro colegislador (no simplemente como medio, sino también al mismo tiempo como fin en sí mismo)».

¿Recuerdas que una vez leímos una carta de un tal Juanillo de Segovia que andaba malamente de soldado-fusileo en Flandes y que le escribió dicha carta a Felipe II y le decía: «Qué pinto yo aquí matando a protestantes si lo que yo quiero es comer un plato de lentejas con mi mujer en la cocina de nuestra casa en Cantimpalos», (hoy provincia de Segovia), ¿Lo recuerdas?

G. W. F. Hegel entendía «la guerra» como medio con el que «se obtiene la salud ética de los pueblos» «Fundamentos de la filosofía del derecho» (P.328).

Así, tal cual. Seguimos hoy así de inmundos, así de inmundicias. No salimos de la casa del «homo hominis lupus». Cantamos himnos con banderas, tarareamos: si quieres la paz prepara la guerra.

Pero vivimos malamente, muy malamente. Cuando sonreímos mostramos los afilados colmillos y desde la mañanita llevamos «concertinas» puestas en la mirada. Lo que sentimos es: «desconfianza mutua».

Nuestras guerras son «desde el cielo»: «bombardeo, incendio y ametrallamiento» desde que los nazis en Gernika. Y peor aún si añades más poder destructivo. (¿Hiroshima, Nagasaki, pedirán alguna vez perdón los yanquis?

Guerras desde el cielo con genocidios y exterminios por hambruna y por enfermedades debidas a la falta de medicamentos, agua y alimentos esenciales para la vida. Protagonista de esta peli de terror el famoso pueblo elegido por Yahveh, los herederos del holocausto nazi. Espectadores: los inanes.

Mira a ver si tú encuentras ahí cerca, en tu barrio, alguna senda, alguna otra arteria para que los 8.000 millones de personas que vivimos ahora podamos empezar a construir el paraíso de «la gratitud mutua».

¡Immanuel Kant, Imanol, Manuel, Manu, Manolo, Manolín para los amigos!

El buenazo de Kant decía en su imperativo categórico: «obra de modo que puedas querer que lo que haces sea ley universal».

Ya has visto subrayadas esas dos palabras: «puedas y sea». Así, dicho con un par de subjuntivos parece que todo ello solo es y se queda solo en un mero desiderátum.

Yo creo que puedo corregir y mejorar a Kant. Es fácil. Es sencillo. Lo bueno siempre es sencillo. Tú misma/tú mismo coges el imperativo categórico de Kant y solo tienes que escribirlo y/o decirlo en indicativo.

El subjuntivo, de momento, quedaría en el libro de la gramática.

Tú eres y vives en «ahora», en «hic et nunc» y eres ya, en cada instante modelo, paradigma universal. Creo que cada uno de nuestros gestos, cada gesto y cada instante nuestro ya son, siempre son, un modelo universal para todos los demás seres de la tierra. No hacen falta subjuntivos.

Además, creo que somos dioses.

Recuerdas aquello que Luis, el baserritarra, nos decía en la taberna: «Somos seres miméticos». Y añadía: «La publicidad, toda la publicidad se basa en ello, y la industria y el comercio y la economía, todo. Sin publicidad, sin mimetismo se pararía el mundo esta misma mañana».

Somos seres miméticos, envidiosos, fans, calcos, pegatinas, émulos, fotocopias, cromos, estampitas. Nos gusta ir a la moda, por la mañana, al mediodía, por la tarde. Somos seres «imitantes». Caminamos mirándonos en los espejos. En cada calle hay millones de espejos, en la parada del autobús, en la ventana del tranvía, en el escaparate de la pescadería, en el móvil de tu bolsillo, todos estos espejos nos sirven para ver si «imitamos» bien. Nos imitamos los unos a los otros. Nos fabricamos los unos a los otros. Estamos desde por la mañana, «en obras».

Un −o una, que no lo sé−, bertsolari dijo: «Egiten duzuna gara»: somos lo que tú haces.

Cualquier gesto tuyo, cualquier acción, modela, esculpe, diseña, confecciona, cocina, dibuja, pinta, sostiene, cultiva, ara, siembra, condimenta, cose, diseña, martillea, funde y funda todo tu entorno y todo el universo. Cualquier experiencia tuya es una experiencia mundial. Tú, desde tu unicidad, eres una diosa, un modelo inigualable, un paradigma universal. No necesitas imitar a nadie, salvo cuando te dé la realísima gana.

Eres casi una Diosa −podríamos quitar el casi y mejor aún−. Eres tan Diosa como aquel Dios alfarero que con barro hizo el mundo a su gusto, sin preguntar a nadie nada.

Mal que nos pese, nos guste o no, nos agrade o no, consciente e inconscientemente −a veces no sabemos lo que hacemos−, «¡Perdónales porque no saben lo que hacen!» y, aún, así y todo, lo sepamos o no, queriéndolo o sin querer, somos alfareros de los demás, tanto o más alfareros de los demás de lo que somos de nosotros mismos.

Creo que eres un dios o una diosa. Entretienes a ese Dios alfarero un buen rato. Incluso si ese Dios alfarero fuera un ser muy señorón con la ataraxia más alta que la que tienen las vacas de Zizurkil también se alegraría con tu constante originalidad. Es lo que creo.

− ¿Y sabes si ese ser tan muy señorón ve lo que hoy pasa, lo bueno y lo malo?

− No sé contestar.

Sopla hoy aquí el viento frío del oeste, las ramas de los chopos, los arces, los abedules, del manzano viejo, de las mimbreras, de los siete robles −alguno árbol me dejo−, se inclinan hacia el este. Por el este viene volando y cantando un jilguero.

El postre de hoy: queso, nueces, un membrillo demasiado dulzón y un buen café solo. Soy adicto al café solo: dos partes de café guatemalteco y una de Nicaragua.

¡Te hemos guardado sitio en la mesa y en la sobremesa!

Ahora que llegan las Navidades he preguntado a Mirian, la panadera:

− ¿Tú qué eres, de arbolito o de Belén?

− ¡Yo de langostinos y caracoles!

Ez adiorik!

Un libro: “Hacia la paz perpetua”, Immanuel Kant.

Edición bilingüe alemán-español, Editorial: Fondo de Cultura Económica.

(¡Cómpralo pronto y, de paso, aprendes alemán!).


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