Indiferencia, sinónimo de involución
Una ciudad cualquiera, imaginemos Badalona. Violación grupal a una niña de once años en los baños de un centro comercial bajo amenaza de arma blanca. Cuando la pequeña pide ayuda a un vigilante, la echa del recinto sin atenderla. El primer eslabón de una serie de agravantes se da en el mismo espacio físico donde se comete el delito sexual, la denegación de auxilio de un adulto a una menor. Según medios de comunicación, la grabación de la violación circuló por el instituto al que acude uno de los violadores, solo un alumno lo notificó a responsables docentes. Propagar imágenes de agresión y no detener su difusión supone un daño de victimización secundaria del que se es cómplice directo.
La niña fue violada, en apogeo de idas y venidas de sábado de otoño, en un centro comercial entre estímulos al consumo: luces de escaparates, artículos de temporada en promoción, letras de reguetón insufribles... dispositivo mercantil atento a no dejar pasar la oportunidad de hacer venta. Fue violada en el mismo momento en que alguien tomaba café, escuchaba mensajes de audio o se disponía a pasar por caja en alguna de las tiendas a escasos metros del infierno.
Menores víctimas de violencia sexual y peligros varios del entramado machista reciben tratamiento psicológico pediátrico a diario. Su desarrollo está condicionado por los efectos lesivos de una experiencia extrema que marca punto de inflexión en la etapa vital del crecimiento, alterando elementos clave en la construcción de la personalidad: autopercepción y autoconcepto. Es muy probable que el trauma dificulte sus relaciones afectivas e interpreten la sexualidad en negativo: abuso de poder establecido por decreto del otro sin mediar consentimiento propio.
En términos técnicos, precisamos corregir una constante mal ejecutada en la fase de actuación institucional. A toda violación sobreviene la llamada victimización primaria, inherente al suceso, y los trámites competenciales al uso, de salud, denuncia, Fiscalía, etc. deben ser aliento de cuidados, no intensificar el sufrimiento. La falta de interacción multidisciplinar al unísono en la escucha del relato dificulta sanar variables emocionales encaminadas a recuperar el orden y bienestar mental.
De los seis implicados en el caso de Badalona, tres no llegan al umbral de 14 años, los demás son también menores. Por tanto, inimputables del delito. La arista que deriva del depredador sexual adolescente no es que la normativa penal lo catalogue sujeto exento de medidas legales punitivas, sino la calidad de vástagos engendrados en el bosque social que habitamos. Aquí reside la esencia del debate: urge modificar los hábitos mentales de dominio masculino respecto a que pueden convertir a la mujer en objeto de su antojo.
Sabemos que las violaciones sexuales a mujeres se enmarcan en un contexto misógino, producto de las deficiencias sistémicas que propician la concepción sexista y ramifican el pensamiento dominante. Son manifestaciones de la verticalidad del régimen patriarcal, computador a pleno rendimiento que, por cada avance feminista, necesita aumentar mártires en su altar milenario. Esta práctica de maltrato se ha convertido en acto sistematizado que apenas evaluamos, salvo que su vendaval roce el epicentro de confort particular. La frecuencia, in crescendo, no parece molestar suficiente la rutina general, no hace saltar alarmas eficazmente. Sin embargo, se procede con intención de voyeur, patrón conductual más interesado en alimentar el morbo que en empatizar con el dolor.
Fuera de esas «fronteras» que precarizan la evolución comunitaria, el fracaso como sociedad enmascara nuestra involución personal. Límite que materializa, asimismo, signos inequívocos de un sistema educativo débil, en el que las familias deben implicarse con empeño transformador. Desde perspectivas de equidad infantil, sin distinción de atributos sexuales, la educación afectiva es prioridad para la convivencia en el respeto, a través del refuerzo cognitivo de habilidades asertivas para la vida en comunidad.
Aprender a vivir en igualdad efectiva requiere ser la máxima finalidad del currículo escolar porque estructura herramientas de comportamiento en relaciones igualitarias. Sin parámetros de la otredad, los fundamentos curriculares serán meros instrumentos teóricos, vacíos de contenido real en la práctica. Este cambio de fondo y forma exige, además de metodología especializada, compromiso político en nuevos programas de intervención global que apuesten por incorporar recursos técnicos de formación en las distintas áreas de la red educativa, deslegitimando los sesgos discriminatorios en función del sexo. Así como los agentes educadores son imprescindibles, igualmente lo es la actitud de las familias y el discurso colectivo. Por esto es de capital relevancia en la sociedad adulta la asunción de modelos basados en principios feministas.
Nuestra integridad se vulnera desde juicios de preeminencia de género que minimizan incluso la violencia infligida en sumo grado. Si las mujeres, aunque solo fuera porque somos la mitad aritmética de la ecuación social, importáramos lo que el fenómeno del futbol con todo su séquito de figurantes, veríamos a miles de hombres sublevar las aceras por cada actuación machista grave. En función de la escasa implicación en las reivindicaciones de calle, resulta hiriente comprobar la indiferencia que un amplio abanico de la población demuestra, ya que valora nuestra dignidad por debajo del nivel otorgado a los movimientos masculinos sobre el terreno de juego.
Planteo esta comparativa a modo de epílogo para evidenciar la responsabilidad que tenemos en la cadena de transmisión de cánones de desigualdad heredados. Para que cada cual pueda aplicar mecanismos de análisis y se involucre ante las vejaciones a las que somos sometidas por haber nacido mujer. Tarea individual e indefectible si pretendemos una sociedad justa.