Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

La caravana de la historia no se detiene

La retahíla del «nuestro proceso es diferente» aburre, como si los variados conceptos de emancipación salieran de un catálogo de «prêt-à-porter». Cada identidad tiene su vertebración que los ecualizadores tratan de clonar para obviarla mejor

La pobreza o la ausencia de debate sobre la noción de autogobernanza se pone de manifiesto desde el momento en que los autores intérpretes del tema reducen la reflexión a un sistema estrictamente binario: identidad-economía. En el caso del Estado español, la identidad solo puede ser española. Esa generalización sería rechazada en cualquier unidad administrativa con un mínimo de consideración a criterios culturales y ajena al miedo de ilustrarse. La vulneración de valores inmateriales generadores de Historia sería inconcebible en una sociedad normalmente constituida.

Los Estados inseguros determinan y destruyen, si les es necesario, el concepto de  identidad a pesar de que sencillamente se trate de un Patrimonio de los individuos  que habiten un Territorio dotado de su acerbo cultural original y en ningún caso impuesto.

Siendo claros ¿el vasco de Hegoalde, es decir el que vive y trabaja en Euskadi, se considera como un ser de identidad española? Si la respuesta mayoritaria es sí, somos españoles, quizás con remanencia soberanista para algunos, pero españoles. Si la respuesta mayoritaria es no, seguimos siendo españoles por imposición administrativa pero sin convicción y pasarán años y generaciones viviendo en equilibrio político inestable con un Estado al que no le quedará más remedio que inventarse su historia de diseño intentando hacer creer que se trata de su Historia.

Sobre el tema al que estas líneas intentan acceder, los momentos que vivimos son reveladores de reflejos propios a seres humanos preocupados por algo más que por simplones ecos de sociedad. El análisis de los acontecimientos recientes de Escocia no se limitan al resultado bruto de un voto expresado libremente con ocasión del escrutinio sobre sus relaciones con el Reino Unido. Muchas revelaciones para nosotros, y menos para los escoceses, simbolizan el concepto de respeto al individuo en aquellos países en los que su desconsideración parece inimaginable. La amplia participación en el voto escocés del pasado 18 de Setiembre y las condiciones en que tuvo lugar ¿serán causantes de un tímido desconcierto del actual poder español? Se puede dudar. Hoy, la piel de toro no acusa el mínimo rubor en los casos de socavón cultural. Lejanos aquellos tiempos pasados en los que una clase intelectual pudorosa se manifestaba cuando le «dolía España».

Los partidarios de la soberanía del territorio en que viven saben corregir los miedos exhibidos por los «unionistas» (los hay en todas las latitudes) que son conscientes del valor relativo de los argumentos parciales, de carácter económico, que enarbolan. La cuestión que gradualmente se generaliza es la de querer ser gobernados por un poder más cercano, de manera que pueda ser mejor controlado, y capaz de escuchar a los ciudadanos que le han confiado la labor de ejecutar sus deseos.

La reacción de poderes estatales centralizados parece muy constreñida ya que se limita a la conservación de su suelo, como si este criterio fuese determinante.  La medida del poder de un Estado no es función de los kilómetros cuadrados de su geografía, criterio que ya no corresponde a pautas de estrategia de poder. El verdadero poder de  un Estado se mide por su capacidad de independencia de decisión ¿Qué le queda de soberanía a la España actual altiva pero que no se revela contra la legislación de una UE que ha llegado a imponerle la pérdida de virginidad constitucional a la que tanto parecía pretender? El poder real de España está hipotecado. España solo representa, en el mundo actual, una posición geográfica militarmente estratégica en la puerta del Mediterráneo.

La información aunque sesgada y la formación, conceptos generalizados, hacen que los ciudadanos se consideren más competentes para participar en las observaciones y críticas de una sociedad civil cada vez más  apta para exponer sus desiderata en materia social y en uno de sus efectos, la vertiente cultural de su identidad. El desarrollo de un proceso de autonomía,  en su tránsito hacia la soberanía, solo se puede entorpecer, pero no detener, con la labor nefasta de regionalismos colaboracionistas con el poder central.

Gran parte de la sociedad política busca, sobre todo en periodo electoral, los ersatz o sucedáneos como el federalismo, para calmar al adversario pero sin abandonar la condición de poder central es decir del poder alejado que se reserva la capacidad, en nombre de la razón de Estado, de sortear, o torear en este caso, cualquier acuerdo tomado e incluso de anularlo si es preciso.
 
Frente a la ambigüedad del federalismo parece razonable la reciente declaración del lehendakari Urkullu que propone una Confederación pero dentro del Estado español. Recordemos que una Confederación agrupa a  Territorios con sus especificidades políticas, que podrán salir de la Confederación cuando lo estimen necesario. En la proposición citada, la limitación al Estado de España parece una solución menesterosa. Por algo hay que empezar, me dirán, pero ¿cómo pretender a más si nos lastramos de origen? Tenemos el ejemplo del acuerdo Aquitania-Euskadi, por el que Euskadi se ve asociado al mayor macizo forestal de Europa y felizmente también a valores más seductores. A propósito de este acuerdo, ¿qué es de él y cuál es su presupuesto de acción? Convendría que las acciones resultantes del acuerdo salieran de su estado de confidencialidad. Una Confederación, no española sino europea, que reúna las entidades políticas de los Estados español y francés situados entre el Cantábrico y el Mediterráneo, es decir, el piamonte del Pirineo, es más portadora de porvenir. «El poder se manifiesta en red, en la que los individuos circulen y estén en disposición de soportar ese poder pero también, si lo desean realmente, de ejercerlo».(Foucault)

Algunos Estados consideran el poder como noción alejable del pueblo que «ya tiene bastante dando su opinión cada cuatro años» en el caso que vivimos. Eso de que el diálogo conduce a la sensatez ¡para Sócrates! Es así como el votante consiente dócilmente la supremacía de la sociedad Política sobre la sociedad Civil. Resulta urgente restituir subordinaciones de origen que sitúen a la sociedad Civil como ordenador de la gobernanza considerando a la sociedad Política como su representante al que se limita su función a la disciplinada ejecución de lo ordenado ¡Cómo se ha desmelenado la noción!

Escocia es un laboratorio en el que se han tratado temas de futuro político civilizado. La participación en el voto sobre su independencia, superior al 85%, muestra que la cercanía del poder atenúa la abstención, tan apreciada por colectivos políticos temerosos de las reacciones del peatón. Escocia nos educará con el poso fértil de remanencia del reciente escrutinio. Alvarez Solís, en estas páginas, expone con su claridad y pertinencia habituales, que «la posesión de un poder más responsable generaría un pueblo más maduro al implicarse enérgicamente en su propio discurso político y social». El futuro escocés lo describen los análisis del escrutinio que entre otros datos observan que más de las tres cuartas partes de los votantes, con años comprendidos entre los 25 y cerca de 40 años, es decir el futuro cercano, votó SÍ a la independencia, dato que hace escribir a Iñaki Soto, a su vuelta de Escocia, que la emancipación escocesa «es más posible de lo que pensamos».

Ya se palpan las primeras reacciones de Londres que con su astucia política habitual «promete» cumplir sus promesas pre-escrutinio, que por cierto dividen a sus tories. En pleno estilo rajoyniano Londres afirma su intención de cumplir lo que anunció pero con la fórmula de «café para todos».

El medio más leído del Estado sigue, por inercia, la publicación de artículos ferozmente anti-Escocia independiente dirigidos a los cata-lanes. Leemos que el escrutinio escocés reveló un abrumador triunfo del «no». El autor se pierde en la primera niebla matutina. En el «medio más leído de nuestra provincia» leemos el artículo de un profesor de universidad que advierte a Europa sobre la necesidad de «prohibir» aventuras sece-sionistas. Otra vez el tas-tas en el culito ¿Cuándo leeremos proposiciones de acción política positi-va que nos rescate del statu quo no aceptable?

Del coro de plañideras, hoy triunfantes, cabe extraer un artículo edificante de Bernardo Atxaga cuyas pertinencias puntuales se descubren leyendo la totalidad de sus escritos, ya que sus lecturas parciales pueden desorientar.  El ser «economicus» que cita no fue en efecto el único protagonista del escrutinio escocés, los historicismos tampoco; el verdadero protagonista fue el ciudadano escocés exigiendo poder más cercano a cualquier precio. Por esa razón el dossier per- manece abierto para todos los colectivos, identitarios o no, que ya no acepten poderes lejanos.

La retahíla del «nuestro proceso es diferente» aburre, como si los variados conceptos de emancipación salieran de un catálogo de prêt-à-porter. Cada identidad tiene su vertebración que los ecualizadores tratan de clonar para obviarla mejor.

Las historias son veleidosas y asustadizas, la caravana de la Historia sigue su camino aunque perros, ya afónicos, ladren.

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