Ekain de Olano

La gran paradoja: el capitalismo de guerra y la paz costosa

El secretario del Tesoro Scott Bessent, de la administración Trump, dio un discurso en la Conferencia Nacional del Conservadurismo en Washington DC, el 9 de julio de 2024, titulado "La política industrial como política de innovación, militar y de seguros". Su mensaje pretende equilibrar dos objetivos que se perciben como opuestos: los beneficios económicos derivados de la política industrial y la idea de hacer que la paz sea rentable, funcionando como un «seguro» para el futuro. Detrás de todo ello se esconde la famosa máxima «Si vis pacem, para bellum» o, mejor dicho, si quieres la paz, prepárate económicamente, tecnológicamente y estratégicamente.

Se sabe que el complejo militar-industrial estadounidense se beneficia de la venta de armas y tecnología avanzada a su mejor aliado: Israel. La relación entre ellos revela que invertir en el sector armamentístico permite mantener sus intereses económicos y estratégicos que se alinean más con las necesidades del lobby israelí y la industria armamentística, que con quienes buscan una paz duradera. En este sentido, cabe reflexionar sobre la rentabilidad de la paz.

A diferencia de Israel, Ucrania no es un cliente estable para la industria militar, sino un receptor de ayuda que depende del financiamiento externo. Esto lo que quiere decir es que EEUU, en vez de vender armas, ha estado financiando la guerra. En este sentido, un conflicto prolongado como la guerra de Ucrania supone altos costos para una economía global que provoca el encarecimiento de los productos básicos y no reporta un beneficio claro para EEUU.

En particular, el complejo militar-industrial juega un papel esencial en todo esto. Ya que la venta de armas a Israel y los países árabes aliados han alimentado una industria criminal que se ve incentivada por los beneficios de perpetuar la guerra y el genocidio; este ciclo de escalada militar parece estar generando más ganancias que la paz misma. Sin embargo, en Ucrania, según Trump, el negocio de la guerra hace aguas porque los costos superan los beneficios. En ese caso, la paz podría ser una opción más rentable dependiendo de como se estructuren los acuerdos postconflicto. Todo ello crea un dilema moral sobre si la política debe orientarse hacia la paz o si está influenciada por intereses que perpetúan la violencia.

La histórica alianza entre Estados Unidos e Israel oculta la tensión existente entre los beneficios para la seguridad de EEUU y las presiones económicas y políticas generadas por el lobby israelí y la industria de defensa. Esta estrecha relación parece beneficiar más a ciertos sectores económicos que a la resolución de conflictos, llegando a cumplir un papel trascendental en la conformación de la política estadounidense en Oriente Próximo. En contraposición, el prolongado conflicto de Ucrania, la paz se perfila como una opción más viable y necesaria para la estabilidad mundial.

Los think tanks fundados y financiados por el lobby israelí se convierten en vehículos clave para modelar la política exterior de EEUU. Tercian entre los políticos y las decisiones de defensa garantizando que los intereses de Israel prevalezcan por encima de todo. El lobby proisraelí, liderado principalmente por el American-Israel Public Affairs Committee (AIPAC) está insondablemente conectado con los conservadores en el seno de la administración Trump.

La rentabilidad que genera el conflicto armado para la industria armamentística y los grupos de presión asegura que la paz siga siendo una opción poco atractiva para los actores más influyentes en la política exterior de EEUU. A pesar de los costos humanos, se genera una dinámica perversa en la que la política exterior favorece la perpetuación de los conflictos más que la resolución.

La paz no es del todo rentable en Oriente Próximo. La pacificación de la región y la resolución de los conflictos disminuirían la necesidad de armamento, lo que afectaría a las ganancias del complejo militar industrial. En cambio, en Ucrania, aunque también genera algunos beneficios para la industria de defensa, los intereses económicos son muy distintos y la pacificación del conflicto ofrece la oportunidad de restablecer la estabilidad en los mercados globales de la energía.

Dicho esto, una democracia avanzada debería contrarrestar la influencia de los lobbies y alejarse de motivaciones económicas unilaterales, ya que, tal y como señalan los críticos como Stephen Walt y John Mearsheimer, académicos de Harvard, junto a Stephen Zunes, analista político, los costos humanos y económicos provocados por las intervenciones militares son significativamente altos. De tal modo, dificulta las relaciones diplomáticas con otros actores clave en la región. Esta estrecha relación entre los intereses israelíes y las políticas estadounidenses genera también tensiones dentro de EEUU, imposibilitando una solución pragmática.

El círculo vicioso que genera la proliferación militar no se romperá poniendo fin a las guerras interminables. Ya que Trump busca redefinir estas intervenciones militares para que sean más ventajosas para EEUU. Su objetivo es asegurar que los despliegues militares continúen siendo económicamente beneficiosos para sus intereses. Es decir: «hacer que la guerra sea rentable» minimizando los impactos más visibles para «asegurar la paz».

Resulta paradójico, pero es la cruda realidad arriba descrita, la guerra en Oriente Próximo es lo único que hace rentable mantener un equilibrio que minimiza un conflicto mundial a gran escala, al mismo tiempo que beneficia a unos pocos. Cuando el cinismo se apodera de la política, todo vale. La humanidad y la ética dejan de existir para dar vía libre al rentable negocio capitalista del genocidio en Palestina.

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