Germán García Marroquín
Militante de Ongi Etorri Errefuxiatuak

La inmigración y el nacionalismo identitario

La inmigración «Representa la afluencia de gente desestructurada, marginal... una gente que no siente ningún apego o adhesión por el proyecto nacional al que se incorpora... y que nos desafía con un choque cultural (lengua, cultura, religión, mentalidades, costumbres, mafias, endogamia...), que se nos hace agresivo y estresante» (Olarra, NAIZ, 25/09/2024).

Quien así se expresa nos invita a abordar el debate sobre la inmigración sin miedo a ser etiquetado de ultra o nazi. De acuerdo, debatamos sobre los contenidos, las etiquetas se adjudicarán por sí solas.

Entiendo como identitario el nacionalismo que basa la pertenencia a la nación en determinados rasgos comunes (cultura, lengua, tradición, costumbres, un pasado compartido). Y coincido con la idea expresada por miembros de la Ejecutiva Nacional de Sortu (NAIZ 7/11/2024) quienes consideran que «toda persona que vive y trabaja en Euskal Herria es ciudadano o ciudadana vasca... una concepción democrática de ciudadanía vasca basada en la mera voluntad».

Olarra, en su artículo, denomina integración a lo que, en mi opinión, es una propuesta de asimilación (vivimos en la época de los eufemismos) «estamos en Euskal Herria, y quienes vienen han de encajar aquí... Que quienes llegan se integren a trabajar, a nuestro modo de vida, nuestra cultura». Curioso concepto este de encajar que me lleva a pensar en el uso del martillo.

Vox lo formula así: «Cualquier persona que quiera venir y permanecer en España en búsqueda de oportunidades debe cumplir la ley y tener una clara voluntad de integración y adaptación... Frente al fracasado modelo multicultural impuesto por las élites de Bruselas, las naciones europeas han de apostar por políticas de integración cultural». Estos seguramente añorantes de los tiempos de la expulsión de moriscos y judíos.

Por su parte, Aliança Catalana propone promover «la integración de los inmigrantes legales en la lengua y cultura catalanas para que, tanto ellos como los hijos, puedan convertirse en catalanes y contribuir al desarrollo y crecimiento de Cataluña». Convertirse en catalanes, otro curioso concepto, este me ha hecho pensar en la evangelización de los colonizadores en América.

No pongo etiquetas, pero alguna similitud encuentro en estos planteamientos.

La propuesta de integración, en todo caso, está ya superada. Ha sido sustituida por la propuesta de inclusión. Se trata de crear un sistema de igualdad de derechos y oportunidades para todas las personas. Un sistema que permita que las personas migrantes se puedan desarrollar y aportar sus capacidades, a la vez que reciben el apoyo, si fuera necesario, para participar en igualdad de condiciones en cualquier actividad. No son ellas quienes tienen que «encajar» en nuestra sociedad, sino que es la sociedad de acogida la que está obligada a ofrecer el respaldo y realizar los ajustes necesarios que permitan la inclusión. No se trata, por tanto, de borrar las diferencias entre las personas (no conozco dos personas que sean iguales) sino de lograr que todas las personas tengan los mismos derechos.

En lo que se refiere al papel del Estado, no comparto que su función sea preservar la identidad nacional, supuestamente amenazada por la inmigración. Lo entiendo más como instrumento para promover la equidad (políticas de redistribución) y el bien común. En relación a la migración, creo que los Estados-naciones tendrán que renunciar al control de movimientos a través de las fronteras para cumplir con la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la que se declara el derecho de toda persona a salir de su país (Artículo 13). Su aplicación implicaría esta renuncia porque, que sepamos, nadie puede salir de su país sin entrar en otro.

Tampoco coincido con la idea de sociedad homogénea que se desprende de las posiciones expresadas en el artículo de Olarra. La diversidad es ya parte esencial de la identidad de la sociedad vasca. Tal como lo veo, aparte de inevitable (salvo atropello inmisericorde de los derechos humanos), la diversidad nos enriquece con la relación y conocimiento de otras culturas. Pretender una sociedad homogénea en un mundo en que la información y la comunicación están globalizadas, al alcance de un teléfono móvil, es una quimera. Las personas se mueven, las sociedades, y sus culturas, mutan sin dejar por ello de ser autóctonas. La cultura vasca será la expresión, en ese ámbito, de la ciudadanía vasca real en cada momento. Como ocurre ahora, la cultura vasca no es ya la cultura de sociedad preindustrial.

No se trata de negar las diferencias culturales (idiomas, religiones, ideologías, identidades...) que la especie humana, ha ido creando a través de su historia, pero este reconocimiento y apoyo a las diferentes culturas no está reñido con el encuentro y el mestizaje. Por encima de las diferencias culturales formamos parte de la especie humana. En este siglo el cambio climático, y las migraciones de millones de personas que este va a provocar, nos hará falta esa concepción de especie para no caer en el fascismo de tratar de salvar a los míos eliminando a los que no los considero como tales. «Y cuanto más rígida o cementada es la cosmovisión, la identidad o la creencia con que se construye la barrera, más probabilidad habrá de conflicto y enfrentamiento, de lucha para excluir o tratar de extinguir al otro» (Juan Torres, 2024).

La cultura evolucionará a partir de lo que es, influyendo y siendo influida por otras culturas. Ante el temor a que la presencia de un número cada vez mayor de personas con otras culturas, religiones, costumbres, pueda llevar a la pérdida de la cultura propia, una vez más, se recurre a la migración como chivo expiatorio. Creo que la adopción progresiva de elementos de una cultura extranjera (ideas, lenguaje, valores, normas, conductas, instituciones) se está produciendo (en Occidente) sobre todo por influencia la cultura neoliberal, de la mano fundamentalmente de EEUU, país dominante en este sistema, y su expresión más rotunda y peligrosa es la expansión de la cultura del individualismo.

Contribuir a la expansión del miedo y de la mentira de sustituir unos responsables por otros es situarse del lado del discurso de la nueva extrema derecha. Si algún efecto tienen estos discursos es que aumente el número de personas anti-inmigrantes pobres. Es un triunfo del neoliberalismo haber logrado que sectores muy amplios de las clases populares hagan suyo el discurso de la derecha situando los prejuicios xenófobos por encima de sus propios intereses.

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