Larraitz Ugarte Zubizarreta
abogada

La motosierra puede ser tentadora

El titular resulta políticamente incorrecto, lo sé, y es difícil salirse de lo políticamente correcto. De ahí el hormigueo en el estómago cuando una dice algo en medio de un grupo de personas que se supone que les va a sentar mal. El tembleque en las rodillas cuando generas una situación incómoda. Pero sientes que lo tienes que decir, y no por eso eres menos de izquierdas. Podrás estar equivocada, pero por lo menos eres honesta. Y ello debería ser un valor. Y a lo mejor, después del tembleque compruebas que mucha gente piensa como tú y que si todas fuéramos honestas, este país estaría en un lugar más deseable. Creo que esta semana de huelgas en la enseñanza pública es una excusa propicia para serlo.

El motor de un país son las personas, sus comunidades, las empresas, los autónomos, las familias, las cuadrillas... y la administración pública. Pero este país no está a la altura de lo que debería ser y en gran medida es debido a que contamos con una sociedad cada vez más individualista, muy poco comprometida con lo común y con poco sentido de país. Y sí, es posible que sea culpa del sistema capitalista neoliberal, del orden mundial, de Trump, de la derecha, hasta de Yoko Ono... Pero la responsabilidad de las personas y de sus decisiones vitales también está ahí. La cultura del trabajo y del compromiso, no solo con uno mismo, deberían ser valores de cualquier sociedad cohesionada. Pero no se mencionan ni en los discursos políticos, ni en la escuela, ni en la calle. Y en la administración pública, esto es un problema de primer orden.

Cada vez oigo a más gente que solo habla de vacaciones, reducciones de jornada, excedencias, de «vivir la vida», de jubilaciones anticipadas, de los días que faltan para el finde... Se está perdiendo la vergüenza de manifestar abiertamente la falta de compromiso con el trabajo y la reivindicación de algunos derechos –que no lo son– roza lo obsceno. La vida no solo se trata de sacrificio, sufrimiento, compromiso, es verdad, pero tampoco la falta de vocación de servicio público, de no mirar el destinatario de tu trabajo, que en la función pública son las personas.

No hay más que ver la administración de Justicia, la Ertzaintza, Osakidetza o la propia enseñanza pública de las que soy usuaria. La administración pública se ha quedado obsoleta; en la administración de Justicia el nivel de casos sin resolver va en aumento; en la Ertzaintza los niveles de absentismo son un escándalo; a pesar de lo que diga Pradales, Osakidetza sigue sin ser un servicio eficiente y la enseñanza pública no es como para estar «harro», a pesar de lo que se diga.

Evidentemente, las cuestiones organizativas representan un problema serio; falta personal en muchas de las áreas mencionadas porque la realidad es cambiante y el ritmo y los requisitos de la administración para modernizarse son excesivamente tediosos, farragosos y largos. Lo que en una empresa privada se hace en dos meses, en la administración se hace en diez. Esto mismo ha llevado a que muchas administraciones hayan optado por tener un elenco de sociedades públicas que son mucho más eficientes y ágiles ( además de opacas y «permisivas»).

No obstante, no todo es cuestión de organización, también hay un problema y muy serio con la cultura del trabajo que, desde la responsabilidad, todas debiéramos abordar. Como en todas partes se ve de todo. Gente comprometida la hay. Pero gente que utiliza todos los resortes para no dar palo al agua abunda más de la debida. Y el resultado es evidente. El deterioro de muchos procesos administrativos resulta frustrante y no hay control del servicio prestado. No hay direcciones de recursos humanos, nadie es jefe de nadie... El descontrol es mayúsculo y la percepción de la sociedad de los servicios públicos deja mucho que desear; y considero que va empeorando. Y como desde la izquierda nos despistemos y sigamos abordando la cuestión de la función pública únicamente desde el ámbito de los derechos de sus trabajadores (que ya de por sí cuentan con mejores condiciones que los del sector privado) y no desde la eficiencia del servicio público seguiremos abonando el campo para la derecha más reaccionaria. Porque no sé si somos conscientes de que dejarlo estar, no abordar un discurso más exigente hacia lo público, en lugar de hacer una defensa numantina del mismo, nos aboca a que se esté generando un efecto boomerang. A nadie debiera extrañar que frente a un Estado excesivamente burocrático y poco capaz de hacer avances, la motosierra de Milei haya entrado como la mantequilla o que las operaciones de recortes de Musk sean admiradas. El eje izquierda derecha está más presente que nunca en esta cuestión.

Desde la izquierda más Estado, sí, pero más eficaz. Los valores y la necesidad de la función pública como garante de la prestación de unos servicios públicos para todas las personas, como reorganizador y distribuidor de la riqueza y la garantía de un proyecto de vida para toda la ciudadanía requiere mucha más audacia ideológica y sobre todo una buena dosis de honestidad. Creo que los sindicatos, pero también los movimientos sociales y partidos políticos de diferente índole deberíamos abordar un debate sereno y honesto al respecto.

Si creemos en un sector público fuerte debemos hacer ver a la sociedad su necesariedad. Y ello requiere de una profunda transformación multifactorial y un control y seguimiento exhaustivo del servicio público, sin autocomplacencias y con una medición constante de la producción, que seamos francos, una administración eficiente se debe de evaluar también en términos de producción.

Bilatu