Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

La pregunta

El problema que nos quedará por resolver será de escoger entre soberanía o, si no hay convicción suficiente, pérdida progresiva de nuestra autonomía actual. España sabe y ha sabido siempre hacer política sobre nuestra ingenuidad, que hoy les ofrece paz y desunión

El tema de nuestra emancipación, más como colectivo que como nación, merece, a la vista de colaboracionismos a los que asistimos aquí y a la reacción actual catalana sobre una cuestión análoga, merece, escribía, más reflexión sin precipitación electoralista y hegemonista, este último móvil reflejando la trivialidad de partidos políticos por los que votamos. ¿Culpa? La nuestra, electores «aspertutak» con tendencia irresistible a aborregarnos por resignación. Nos queda a muchos la voluntad de real libertad individualmente responsable, clave de la búsqueda de la vía, la hay, hacia el objetivo anhelado.

Bañados en los dogmas no salimos del maniqueísmo que atrofia la capacidad de reflexión.

La defensa de nuestro futuro se apoyará en puntos de vista subjetivos y en consideraciones de agrupaciones y de facciones que intentarán convencernos del carácter objetivo de sus principios. Como Kierkegaard, peatón danés y filósofo de la subjetividad, como Álvaro Bermejo el escritor que se cree libre quizás con razón, como Derrida, el escritor que rehusaba definir los términos que empleaba, incluso sus neologismos, escritores y filósofos liberados nos preservan de la tentación de abusar del «pret a porter» de la opinión. Por «oposición complementaria», los juicios objetivos están contaminados por la visión a través del color de los cristales con que miran los observadores. Los pareceres subjetivos son los que corresponden a nuestra independencia de contemplación, influenciada o no, sin pretensión de imparcialidad, pero autónoma.

Cualquier subjetividad declarada es susceptible de orientar, en el mejor de los casos, hacia utopías realizables como es el caso de soberanismos no identitarios ni justificados por historicismos maleables. Cualquier acervo está quizás dotado de lógica pero su esencia solo se determina individualmente porque depende de la receptividad de cada pensante. Hay los que prefieren «enrebañarse» y adherir a dogmas diversos. Globalizar es una manera de huir.

La verdad existe, quizás, pero solo en el sistema del que forma parte generando motivaciones por responsabilidad y estímulos por convicción autentificados por su carácter subjetivo.

El asenso positivo de cada individuo erige la sociedad, según Locke. La voluntad popular espontánea tiene más savia que cualquier alegato de síntesis. Al «nazitratado» Heidegger se atribuye al término «dasein» en el sentido de “estar ahí´ más que el del simple existir». Nuestra reivindicación de emancipación no tiene por qué corresponder a nuestro guión de historicismos. La voluntad expresada por la suma de opiniones individuales e individualizadas «está ahí» y tiene más valor que la «fulltitud» de desarrollos históricos contestables. Al cesto de las maulas están destinadas las teorías de los clanes cuando obvian la subjetividad.

Recientemente, falleció en París, el sociólogo Raymond Boudon, a la edad de 79 años con la mayor discreción mediática. Antes del invento del término «sociología» y de su práctica, cuyo iniciador fue, en mi modesta opinión, J.J. Rousseau, se hubiese etiquetado a R. Boudon de filósofo. Sus escritos enriquecen la literatura sobre estructuras sociales y acciones individuales que podrían reducirse, por su simplificación, al tratamiento entre posiciones colectivas y asertos singulares.

Se ha criticado a R. Boudon como defensor de la teoría del «individualismo metodológico» idea según la que los conceptos de ciencias sociales permiten resolver problemas elementales que se nos plantean no a la escala de la Sociedad, como conjunto, sino a la del individuo, Boudon cita «explicar lo macro por lo micro y lo micro por  razones» de acciones individuales resueltas por la «sociología analítica» aplicada al análisis de valores y de moral cotidiana, «pequeñas ideologías» por las que justificamos nuestros actos.

El enfrentamiento entre los sociólogos estructuralistas, generadores de los grandes paradigmas, liderados, por Pierre Bourdieu, y los individualistas, de R. Boudon, inspira consideraciones que nos despejan.

Las individualidades originan recelo tanto en las sensibilidades de derechas como en las demás; que me permitan no escribir izquierdas porque, por ahora, brillan por su refulgente ausencia, quizás resultante de cálculos poco o nada comprendidos, por otros peatones. Los colectivos de la Sociedad Política y progresivamente los de la Sociedad Civil no soportan las individualidades. Alain Touraine, creador de una de las cuatro escuelas francesas de sociología, rindió un agridulce homenaje, como solo él sabe practicarlo, al sociólogo Boudon, con motivo de su entierro, afirmando que era «un personaje de derechas pero no comprometido». Parece evidente que pensar como individuo no gusta.

En el camino de la cultura se ha pretendido abrir la vía más practicable. Es así como proposiciones de soluciones globales se oponen a posiciones individuales que se desmarcan del todo Hegeliano y religioso y que acaban siendo reconocidas y avaladas por el «aquí y ahora». Sería una lástima perder la ocasión que se nos brinda de reivindicar como individuos en vez de entregarnos a la manejable grey.

A menudo las falsas interpretaciones publicadas por creadores de opinión, hipotecan décadas de obra cultural. Se trata tanto de errores involuntarios o de trampas sabiamente confeccionadas, tanto religiosas como laicas que intoxican al ciudadano que se tendrá que pronunciar por nuestro futuro político y cuyo testimonio público revelará su interés real. «Si no damos nuestra vida por algo, acabaremos dándola para nada», nos recuerda el ambiguo Sartre.

Se pueden conservar, respetándolas, características culturales sin recurrir a ostentaciones contestables, pero seamos cautelosos. Hoy constatamos que valores laicos sólidamente humanos tienen más aceptación que algunos sectariamente religiosos que se «antipodan» a ellos. Nuestra cultura de hoy se reinventa cada día, la de ayer nos inspira en algunos casos pero a veces está totalmente desfasada respecto al presente. Las consideraciones actuales individuales e independientes, que las hay, tienen más legitimidad que las «conservadas», de años y siglos anteriores, no desechables pero sin razón de ser imperantes.

Según una reciente expresión de Rafa Díez, conviene «refrescar nuestro discurso» en este aparente y unilateral periodo de Paz. Refrescar es sobre todo simplificar la interpretación tanto de nuestras proposiciones como de las de  nuestros adversarios. No me parece que los creadores de opinión tengan que atribuirse la exclusividad del sentir del peatón pero sí tienen como deber animar a la afirmación, en público como en privado, de su parecer subjetivo signo inequívoco de la legitimidad del «estar aquí».

Sea cual sea el método utilizado, necesitamos saneamientos individuales que refresquen y simplifiquen nuestras reflexiones empezando por considerar los discursos de colectivos políticos como elementos que contribuyan a la reflexión, sin pretensiones excluyentes.

Es hora de buscar la manera de interiorizarnos y de no perder tiempo escuchando a portavoces que encuentran fruición en un baño de controversias sin conseguir refrescarse. Juan Luis Vives nos recordaba que «toda polémica es inútil si no hay esperanza que resulte provechosa».

Lo que sale de la monotonía ambiente es considerado como sospechoso. Algo no va «en el Reino de Dinamarca» si se considera utópico lo evidente. ¿Es utópico creer que un día cercano los partidos dichos abertzales aparezcan, a pesar de sus disparidades, coincidentes en el tema de nuestro futuro político obviando divergencias en problemas coyunturales que dan la impresión, a los partidos de obediencia española, que todo está resuelto porque no ven la  posibilidad de convergencia de acción pacífica a favor de la soberanía por parte de los partidos que «están aquí»?

Observadores extranjeros opinaban que hoy el peor enemigo del partido hegemónico en la CAV es cualquier partido abertzale y que escoge sus mejores aliados en España. El problema que nos quedará por resolver será de escoger entre soberanía o, si no hay convicción suficiente, pérdida progresiva de nuestra autonomía actual. España sabe y ha sabido siempre hacer política sobre nuestra ingenuidad, que hoy les ofrece paz y desunión. Leemos estos días que «La Moncloa ve la pugna entre Mas y Durán como una oportunidad para abortar el proceso soberanista»… Y aquí todavía no lo hemos concebido.

Pero no perdamos tan pronto la esperanza de poder expresar nuestra aspiración de gobernanza con la fuerza que representaría la convergencia  abertzale de acción en pro de la soberanía. Parece normal que sea la Sociedad Civil la que imponga la pregunta ciudadana. No nos dejemos pasear por las amplias campas que acaban, año tras año, conduciéndonos a las calles estrechas de denominaciones ambiguas como independencia, autonomía, autodecisión, nuevo estatus (?), vías que rodean la soberanía sin citarla y que querrán imponer los partidos españoles y su aliado vasco poco interesados por el sentir individual. Estamos en plena manifestación de la rivalidad entre los hegelianos contra los boudonistas.

Ya que el problema es complejo que no nos lo compliquen con preguntas ambiguas.

La pregunta clara y sin tapujos sería:

¿Quiere usted seguir siendo súbdito(a) español(a)?

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