La randa de Pontevedra
En la lengua galaica existe una palabra, no exenta de benevolente familiaridad, que designa sobre todo al pillete, al que hace pillerías normalmente por exceso de juventud aunque sea indebida, por maniobras pícaras que perjudican al entorno, por burlar a la razón con un lenguaje de urgencia o un silencio perjudicial: randa.
Ser randa no equivale a ser persona digna de cárcel, ni siquiera a merecer un desprecio radical. Randa es ser pícaro, sinuoso, irresponsable… Apoyada mi cavilación en todo lo que llevo escrito me parece que el Sr. Rajoy se reveló una vez más como un randa en su discurso ratonero contra el Sr. Sánchez. Mi abuelo Teodoro Trelles nos expulsaba de la mesa cada vez que nos comportábamos como un randa. El abuelo no perdonaba una falta de seriedad, una simpleza urgente o una exhibición rústica en el lenguaje o cualquier tipo de expresión. Los vecinos de Pontevedra han hecho algo semejante al proceder de mi abuelo cuando han expulsado moralmente al Sr. Rajoy del solar pontevedrés. Al parecer juzgan que el Sr. Rajoy procede con una absoluta incontinencia en el comedor.
Yo me eché las manos a la cabeza cuando el Sr. Rajoy afirmó en el Congreso durante el debate de investidura que el Sr. Sánchez es «el ejemplo más singular de cerrazón que ha conocido la política española». Así de rotundo y de informado. Ahí le salió al Sr. Rajoy una redonda y simple pillería de café o de casino provinciano. Empleó el lenguaje sinuoso del maño que se quejaba en la mesa: «Qué desgracia la mía; dos hijas y la tres, putas».
Yo creo que quizá su cínico e irresponsable Sr. Hernando debió de soplarle la frase. Me temo que esto es así porque alguien por el estilo, con una cultura de Calendario Zaragozano, le apuntó también al sobado presidente en funciones el ruinoso parangón entre los pactos del Sr. Sánchez y el de los toros de Guisando –que además son carneros– en los que se acordó que la hermanastra del rey Castilla, la «santa» Isabel, fuera la heredera del trono en lugar de Juana la Beltraneja, la legítima propietaria de la sucesión en la corona.
No acabé de entender qué tenía que ver la pretensión del Sr. Sánchez con uno de los lances más vergonzosos de la historia de Castilla cuando empezaba su ruina material y moral a manos de los Habsburgo. Me dio la impresión de que el Sr. Rajoy quería rematar la faena con una jarifa revolera histórica frente a los cuernos del adversario. Seguramente muchos electores del Partido Popular en la España profunda, esa manipulada por señoras o caciques como la Sra. Cospedal, aplaudirían en su corazón al aún presidente diciendo para sí «¡Ridiós, que líder tenemos!». Y se fueron por el pan a ca la Paca.
Para mí se convierte en un político inaprovechable quien se sirve en un debate sucesorio en el Gobierno español para decir lo siguiente en demérito de su contrincante: «El Sr. Sánchez viajó a Lisboa el 7 de enero para aprender cómo se retuerce un resultado electoral en beneficio propio». ¡Toma, Geroma, pastillas de goma! Supongo que el embajador portugués estará a estas horas expresando el malestar del Gobierno luso a nuestro singular ministro de Exteriores por esta absurda, injuriosa y gratuita intromisión en la política del palacio de Sao Bento.
Y ahora vayamos al recuento de las falsedades conceptuales y desatinos numéricos del Sr. Rajoy en su intervención contra el candidato a sucederle en la presidencia del Gobierno, tras afirmar de entrada y muy solemnemente que los españoles y su derecho al futuro son sagrados –no dijo nada del presente, que es generación que al parecer da por muerta– y que el PP «no divide a la gente porque detestamos el sectarismo». Bueno… por lo visto hay para todos. Reflexionen mis lectores, que alguno tendré, sobre esta otra enigmática frase tras lo que está sucediendo en Valencia en estos mismísimos momentos: «Lo que menos necesita España son improvisaciones». Lo de Valencia ¿es resultado de algo largamente pensado o no? Frase continuada en esta otra afirmación evidentemente sabrosísima: «España se merece algo más que un Gobierno que improvise para salir del paso a cualquier precio». Eso, según se considere, tiene visos de verdad rotunda, ya que lo sucedido hasta ahora en este país no ha sido a «cualquier precio».
Más, más: «Hoy día la economía está en marcha». Ahí exagera el Sr. Rajoy, teniendo en cuenta que los llamados inversores han regresado el año pasado 70.000 millones de euros a su origen, lo que realmente es ponerse en marcha. Y esos inversores no se han ido, la mayoría al menos, ante el temor a que España cambie de Gobierno, sino a causa de las repetidas advertencias de Bruselas y de otros organismos internacionales sobre la inmensa deuda pública y privada de España; ante una desindustrialización que ha convertido a la mayor parte de España en una huerta de temporada; ante un paro creciente si se comparan las horas que están inactivos con la horas que trabajan los «nuevos» empleados, ejemplo vivo del desprecio por salvar sus vidas de la indignidad y la injusticia... Dice el Sr. Rajoy que «el empleo crece y el país sale adelante». Una vez más el Sr. Rajoy trata de confundir a los españoles acerca de lo que es un empleo –duradero, esperanzador, apreciable salarialmente, aunque sea de un modo modesto– con una firma de papeles que conducen de la angustia que apareja la nada a una creciente y agónica explotación.
Leamos las estadísticas que refieren la situación española y veamos cómo España ocupa en el marco de la Unión Europea uno de los últimos lugares en paro, en servicios sociales, en educación, en pensiones… Y ante este panorama el señor expulsado de Pontevedra, de su propio ciudad, dice nada más y nada menos que esto: «Eramos un estímulo en Europa». Y para apuntillar al Sr. Sánchez añade, con absoluto descoco: «Usted estaba entre los que aplaudían la política que nos arruinó», cuando esa política fue la de la burbuja inflada por el Sr. Aznar –de la que usted fue ministro– con su legislación sobre el suelo y la construcción, que solo lograron la fenomenal estafa de la banca nacional, que usted sigue defendiendo, pese a su quiebra real, mediante la inyección de un dinero que desvía los presupuestos públicos hacia un festival de corrupciones. O sea, que no «hemos pasado de la ruina a ser la primera nación europea entre las grandes».
Usted, Sr. Rajoy, es un vulgar negociante de toda suerte de desahucios morales, políticos y materiales. Un político vulgar que maneja un discurso vulgar en pro de ricos vulgares y de votantes que en su mayoría se acomodan a la puerta de ca la Paca a la espera del pan secular que se elabora en el horno invariable de los caciques. ¡Devastador, Sr. Rajoy! Si usted va a seguir gobernando debiera organizarse la gran emigración del sur hacia los países boreales, dejando antes en Mali al Sr. Herrera. Me equivoqué al principio: Usted, Sr. Rajoy, no es simplemente un randa.