La república no necesita apellidos
Todos hemos oído a políticos independentistas hablar de república catalana, o de república vasca. Sabemos cuál es el significado de esa afirmación: si Euskal Herria o Catalunya se constituyeran en estados independientes, adoptarían la forma de república.
Hay precedentes históricos: a finales del siglo dieciocho los Estados Unidos, y en el primer tercio del siglo XX, Irlanda, se independizaron del Reino Unido y se constituyeron en repúblicas. Otros países, aun sin modificar sus fronteras, llevaron a cabo un cambio similar, lo que supuso un hito en su historia: Portugal, Francia, Alemania, Italia, Rusia, Egipto, Turquía, Nepal, Libia...
Sin embargo, a lo mejor a dichos políticos independentistas solo les interesa el régimen republicano cuando se refiera a sus propios territorios, e incluso en algún caso puede que abriguen un sentimiento negativo, e incluso descalificador, con respecto al período de la Segunda República Española. Muchas veces, esto que acabo de decir es una sospecha del todo infundada. Otras, no tanto.
Por encima de casos particulares, o de opiniones más o menos interesadas, el concepto de república, opuesto al de monarquía, tiene una validez universal, entre otras razones porque, si la monarquía es militarista y confesional, como por ejemplo la inglesa y, en cierta medida, también la española, la vinculación del rey con los poderes del Estado está al margen, e incluso por encima, de las instituciones legislativas y del propio gobierno elegido por estas. Permítanme que aporte algunos datos y ejemplos concretos:
En 1923, el bisabuelo del actual rey español, Alfonso XIII, pasó por encima del Parlamento y del Gobierno de entonces y entregó la jefatura del Gobierno al general Primo de Rivera para establecer en España una dictadura.
En 1968, un grupo oligárquico inglés pretendió dar una especie de golpe de Estado contra el gobierno laborista de entonces. Se contaba con la participación de Lord Mountbatten, un prestigioso militar emparentado con la familia real inglesa. Se pensó que la iniciativa podría tener éxito si contase con el apoyo de la Corona. Hay varias versiones sobre lo sucedido, y en la reciente serie televisiva "The Crown" se trata el tema con detalle.
¿Quién era la autoridad, «militar, por supuesto», a la que el general Alfonso Armada, acaso víctima de un engaño, se refería cuando irrumpió en el Congreso de los Diputados el 23-F vestido con uniforme de gala?
El hecho de que al final tanto la reina Elizabeth II como el rey Juan Carlos I se negasen a impulsar las dos iniciativas golpistas, al contrario de lo ocurrido con Alfonso XIII, no invalida la idea de que la configuración institucional de la monarquía posibilita que, llegado el caso, pueda pasar por encima de la democracia.
Se podría estar hablando largo y tendido sobre estas y otra muchas cuestiones. Para resumir, considero que cualquier persona favorable a la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley; a la inviolabilidad de las instituciones representativas elegidas de forma democrática; a la división de poderes del Estado; a la elegibilidad y transparencia de todo cargo público incluida la jefatura del estado; a la supremacía de la sociedad civil; al sometimiento de todas las instituciones, civiles, militares y eclesiásticas, a la autoridad del gobierno democrático; y al carácter inequívocamente laico del Estado, debería apoyar sin reservas que todo estado sea republicano.
Sabemos además que, en nuestro caso, la monarquía es el principal baluarte institucional para la extrema derecha y para la derecha extrema. También que cualquier alternativa realmente rupturista en el Estado español pasa por cambiar la monarquía por una república. Y nos guste o no, el 14 de abril es la principal efeméride que tenemos para ensalzar y reivindicar un estado republicano.
Por eso pienso que nadie que se considere republicano, sea de donde sea y opine lo que opine en unas u otras cuestiones, debería dejar pasar la fecha del 14 de abril como si no hubiera pasado nada.