Jordi Corbella
Escritor

La revolución de las sonrisas

Desde hace tiempo y como cada año a medida que se acerca el once de septiembre vivo con ilusión y mariposas en el estómago las manifestaciones que se proclaman en mi tierra con motivo de la Diada. Una Diada que desde hace unos años ha cogido una fuerza que los que nos manifestábamos en las calles de Barcelona hace diez años ni tan siquiera podíamos llegar a imaginar.

Después de manifestaciones multitudinarias, una cadena humana de más de 400 kilómetros y actos que han hecho ver al mundo que el pueblo catalán demanda un referéndum para ejercer su capacidad de decisión, es el momento de dar un paso mas y romper con un estado inmovilista que no es capaz ni tan siquiera de realizar una propuesta alternativa. Muchos dicen que este año el globo se va a deshinchar, que perderá fuerza, buscando en el baile de cifras habitual una excusa para no mover nada y escondiendo detrás de esto un miedo atroz a las urnas. Sí, es así, aunque en cualquier estado del mundo unir las palabras votación e ilegalidad podría suponer poco más que un insulto a la inteligencia de sus habitantes, en este por lo visto es aceptado con normalidad  y compartido por la gran mayoría de partidos políticos (me gustaría pensar que no de ciudadanos).

La fe en conseguir respuestas a una demanda social, en entendernos para un proyecto común, cuyas palabras todavía resuenan por los pasillos de algunos partidos mal llamados de izquierdas, desaparece con las noticias de guerra sucia de ministros, los cuales pueden seguir en el cargo después de conspirar y reconocer inventarse noticias con tal de destruir un anhelo popular.
 
La actual (es decir, la de siempre), clase política española tiene miedo a la gente que piensa diferente y siguen, después de años de grandes muestras de poder del independentismo, negando un derecho universal que ninguna Constitución debería poder prohibir. Actúan como kamikazes, con la única intención de autolesionarse, amenazando con medidas legales a algo a lo que no han sabido o no han querido dar respuesta, mientras dan lecciones de democracia a un pueblo que se manifiesta pacíficamente por las calles de la capital catalana en la llamada como la revolución de las sonrisas, nos muestran su ejemplaridad con escuchas telefónicas inventando argumentos para desmontar el proceso, mandando a Carme Forcadell, Artur Mas y otros miembros del antiguo gobierno a los tribunales.

El estado español ha jugado al choque de trenes, a que no pase nada esperando que algún día la gente se canse de manifestarse y todo vuelva a la normalidad. No lo han entendido, eso ya no pasará. El hartazgo de la sociedad catalana con el estado español es mayúsculo y esto no tiene marcha atrás.

Creo no ser el único en esperar que esta sea la última Diada antes de un referéndum para elegir nuestro futuro. Pero cada vez somos más los que sabemos que esto tan solo tiene una salida: la unilateralidad.

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