La rudeza
¿Qué queda de las garantías de la civilización capitalista y burguesa? ¿Y qué decir del presidente aeronáutico español cuando recomienda «elecciones» en Venezuela, mientras anuncia que él seguirá sin ellas hasta el fin de la legislatura?
No hace falta ser un especialista ni manejar baterías informáticas para concluir que el mundo vive en una confusión absoluta, en un total desconcierto. Los valores que constituían la civilización capitalista se han disuelto como estructura y su contenido moral, político y económico se ha tornado anárquico. Entre otras cosas ha desaparecido el fondo religioso que operaba silenciosamente como soporte de cualquier civilización. No hay civilización sin apoyarse en la referencia espiritual. Acerca de esta cuestión puede sostenerse con certeza que tan religioso era el nihilismo de Nietzsche como la fe inapelable de san Francisco. El ateísmo y la fe trascendente eran cara y cruz de la misma moneda. La moral que ahora desaparece eran soporte de algo superior que creíble o no creíble era punto de referencia universal. Un sacerdote católico me adoctrinó acerca de esta materia diciéndome que el cristianismo y otras creencias religiosas se asentaban sobre la creencia en una soberanía espiritual para el hombre y que el ateísmo no significaba más que una intentada e inútil huída del hombre respecto a esa soberanía. En resumen, el ateísmo era como agua para chocolate,
Quizá se objete a mi elemental discurso que si lo religioso era sólo una base fundante de la civilización que ahora se apaga, no cabe hablar de ninguna clase de crisis final de esa civilización. Se podría vivir el futuro en la increencia. En una lógica simple cabe razonar así, Pero lo que define a esa afirmación que sostengo no es que haya desaparecido lo religioso como trasfondo cultural de la civilización dominante o capitalismo, sino que el horizonte ha dejado de existir y el mundo navega en la más absoluta confusión, sin brújula o carta de navegación. Resumamos, en esa confusión todo se ha vuelto oscuro, zafio, dislocado, rudo o, lo que es igual, contradictorio en sí mismo. Se dice una cosa mientras se afirma lo contrario; se recomienda una postura mientras su mentor condena radicalmente la postura recomendada; se habla de libertad mientras se aprisiona con ira a las personas o pueblos a quienes la practican; hablan constantemente de paz los gobernantes que prodigan la guerra…
Ante todo ello se habla incesantemente de defender la civilización atacada alocadamente. Por lo tanto hay que aclarar urgentemente en qué consiste la civilización. Hace sólo unos días oí a Napoleón el Chico versión española, el catalán que huyó de Catalunya, su patria, para sorber las mieles de Madrid, o sea, el Sr. Boyer, que habría que intervenir eficazmente en Venezuela –normalmente se entiende por intervenir «eficazmente» o sea con el 155 paramilitar– con la acción bélica correspondiente a fin de restablecer la democracia–. ¿Se ha restablecido así la «democracia» en Catalunya, con muchos de sus líderes en la cárcel bajo el control político de unos jueces que se han permitido absorber al Parlamento español y destrozar la Generalitat catalana? ¿Qué queda de las garantías de la civilización capitalista y burguesa? ¿Y qué decir del presidente aeronáutico español cuando recomienda «elecciones» en Venezuela, mientras anuncia que él seguirá sin ellas hasta el fin de la legislatura?
Cómo vivir en una civilización supercapitalista que habla de restaurar la libertad y la democracia burguesas en la tierras venezolanas cuando hace unos sesenta años sufrió la más sangrienta dictadura, presidida por el general de la élite Pérez Jiménez, en su afán de hacer desaparecer la «mancha» étnica de la población indígena, que fue trasladada a los suburbios de Caracas y otras grandes ciudades venezolanas como trabajadores de jornal miserable en las empresas que iban siendo fundadas por los millonarios europeos que huían de la guerra? Esos inmigrantes de alto standing enlazaron con las minorías inútiles de las grandes familias venezolanas que fueron vendiendo las riquezas de la nación a los nuevos propietarios del país y trasladando sus beneficios a la gran banca norteamericana, con lo que crearon nada menos que la gigantesca y vergonzosa deuda exterior venezolana, que a su vez facilitó más dinero a los poderosos y adormecidos líderes de Venezuela. Esa es la Venezuela que ahora sale a la calle solicitando el retorno de la democracia que ha prometido defender con las armas el presidente Trump, que se hará finalmente con toda la riqueza petrolera de Venezuela, inmovilizando en la Granja de Orwell a un hermoso y potencialmente poderoso país.
Volvamos atrás ¿En qué consiste una civilización? Es una estructura de gestación muchas veces milenaria que alberga los grandes valores de la etnicidad –tan importante factor–, que está dirigida inmemorialmente hacia morales profundas que moldean todo un modo de concebir la existencia como un todo revitalizado constantemente, que tiene su motor irreductible a cualquier fuerza que quiera arrancar su alma del paisaje, que hable con la lengua que penetra en las profundidades, que tenga sólo sus leyes más allá de lo leguleyo, que determine el perfil de su vida íntima enmarcada en su ámbito social…Todo eso constituye una civilización, que ahora no muere dramáticamente sino que la van agostando en su noble concepción de lo colectivo hasta convertirla en un ámbito de ruido donde la palabra ha perdido todo su verdadero sentido y retorna ecos incomprensibles. Cuando todos esas fuerzas vitales a las que me he referido ya no soportan la injusticia del dirigente innoble las civilizaciones mueren al confundir simplemente sus huesos porque no saben para que sirven. Mas ese es el momento en que el hombre vuelve a resurgir para reclamar su testamento, ya que ha muerto asfixiado en ese progreso al que denominamos globalización, que es una cosa redonda llena de aire.
Ahora, cuando hablo con alguien de política me encuentro que mi contertulio, aún siendo uno, es como si fueran muchos que hablasen a la vez en pro y en contra de lo que decían. El Sr. Rajoy era un ejemplar notorio de este formato que permite afirmarse y negarse a si mismo en un reducido periodo de tiempo. El psiquiatra al que fui a consultar estos desdoblamientos me dijo que en España empezaba preocupar al Gobierno este fenómeno en un momento en que se habla de reformar la Constitución, lo que obligaría a dar dos papeletas a cada diputado. Mi admirada amiga Marian Fernández, quizá la poeta más intensa de la península en esta época, me dijo que ella hablaba con los árboles, que era casi lo único moralmente sano que queda en España, como lo demuestran los emocionantes versos que transcribo:
«Nadie supo escucharte como él./ Nadie nunca utilizó su pecho carcomido/ para calmar tu corazón./ No sabías que tenía alma./Por eso, cuando te abrazaste al árbol/ te pusiste a llorar».