Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Los ángeles de Jose Antonio

La fisiognómica, ciencia vieja, dice aún sus cosas. El alma se asoma muchas veces a la cara y trata de comunicar algo. Los rasgos faciales y los gestos son un complejo medio de comunicación.

En mi juventud hice un sugestivo curso de fisiognómica dentro del ámbito histórico del derecho penal. Y conservo observaciones valiosas del mismo. Observaciones aplicables. Por ejemplo, en el aspecto icónico las presentes elecciones reviven en mí imágenes del pasado desde que lo empecé a vivir más o menos conscientemente; se trata de imágenes físicas y personales que sorprendentemente se asocian a expresiones ideológicas que también se dan ahora con evidente similitud.

En la derecha, por ejemplo, aparecen con frecuencia rostros que parecen reencarnar aquellas facies juveniles que abundaban en la primera falange joseantoniana, compuesta por chicas y muchachos peinados muy ajustadamente al cráneo, aseados con rigor, vestidos con buenas telas aunque de muy discreta apariencia, con modos y lenguaje que transmitían un exigente conservadurismo social. En los carteles en que aparecían, muchas veces por motivos tristes, presentaban una figura que forjó la frase de «los ángeles» que cuando caían iban a hacer guardia en los luceros. Sea dicho con todo el debido respeto a los difuntos –ya me gustaría que se respetase así a los míos– este tipo de jóvenes lo veo ahora muy repetido en los militantes de Ciudadanos, empezando por sus dirigentes Alberto Rivera y la Srta. Arrimadas, que encarnan una derecha mucho más fina y educada que la simple e hirsuta derecha del Partido Popular desde el mesocrático Sr. Rajoy al burdo Sr. Hernando, que tiene toda la apariencia de esos españoles que cuentan chistes regocijantes en el Metro. Al Sr. Rivera y a la Srta. Arrimadas se les puede llevar a cualquier lugar sin menoscabo de la urbanidad en que seguramente fueron aleccionados desde que eran más pequeños.

Sin embargo, en esta cavilación sobre Ciudadanos he de subrayar lo que hay de rotundidad reaccionaria bajo sus alas Disney. Aunque siguiendo la actual moda política de afirmar el lunes, desmentir el martes y matizar el miércoles, lo cierto es que el Sr. Rivera destapó hace cuatro días que si llegara al Gobierno –cosa posible en un país al que estafan hasta los alemanes– impondría el copago en la atención sanitaria y en la enseñanza, siguiendo la doctrina conservadora de que los trabajadores han de esforzarse para salir por sí mismos de la infortunada situación en que se hallan, ya que el capitalista no puede cargar con todo.
La imagen de que el parado, por ejemplo, es culpable de muchas de sus desdichas la cultivan no pocas veces hasta una serie de trabajadores que tienen un empleo más o menos decente. La putrefacción moral que ha producido el capitalismo ha llegado hasta estos extremos fratricidas. Pero de este tema hemos hablado ya muchas veces, sobre todo en horas en que el capitalismo ha destruido, al poblarse de fascismo, la discreta elegancia política que tenía.

Esta aserción la prueba sin duda alguna la simple imagen de las instituciones del Estado, desde los parlamentos hasta la administración de justicia. Ciudadanos no solo lleva en su alforja electoral propósitos como los que afirmó su líder en un momento de corazón abierto, sino que dejó claro que uno de sus grandes proyectos políticos consistía en recentralizar el Estado para recobrar en todo su vigor la tradicional democracia autocrática española, el invento más brillante de la Restauración. Evidentemente la recentralización tendría su máxima expresión en la eliminación de los regímenes forales de Navarra y Euskadi, que pasarían a convertirse en provincias castigadas de nuevo por Madrid. El Sr. Rivera tiene cara de darle risa los valencianos, pongamos por caso. En el fondo funciona con la jocundidad de un prometedor subjefe provincial del Movimiento.

Ciudadanos no es más que la careta del carnaval político de los «populares», que han desbordado imprudentemente toda pornografía. Pero es una careta juvenil y festivalera, lo que lleva, en una España vacía de pensamiento y dominada por la fatiga, a una refrescante y provechosa confusión sedante entre la teórica renovación política y una fácil y simple limpieza de fachada. ¡Para qué más! La Europa de Bruselas –Alemania, Francia, Gran Bretaña, incluso Italia– precisa un cinturón de Estados de carácter liviano a fin de abortar cualquier popular movimiento liberador –recordemos el pasaje griego– y mantener un vivero laboral que produzca bajo plástico una sociedad colonial relativamente avanzada. La necesidad de contar con esta guardia colonial quedó transparente en la última reunión del Partido Popular Europeo en que el Sr. Rajoy fue sobado y besado hasta por la Sra. Merkel como recompensa al mejor empleado de la empresa. No hay que descartar de modo absoluto que el Sr. Rajoy regrese a la Moncloa en un Volkswagen con los chicos de Ciudadanos, que forman parte de la estructura contaminante, apretujados en la parte de atrás.

España es decididamente barroca. Ese barroquismo paradojal nos lleva a la convicción de que para vivir un españolismo decente y moderno no hay más remedio que intentarlo en una Euskal Herria o en una Catalunya libres y soberanas. Dudo que muchos españoles entiendan esta atractiva situación, pero una observación seria del comportamiento de los españoles que residen en Alemania, Francia o el Reino Unido nos fuerza a la conclusión de que un extremeño o un zamorano, pongamos por caso, resultan otra cosa más satisfactoria cuando trabajan y conviven en Hamburgo. Si es así ¿por qué no aceptar una extranjería más próxima y conocida como sería la catalana o la vasca? Yo he conocido trabajadores españoles residentes en Rentería o Vilanova i la Geltrú y son magníficos, salvo cuando están allí como funcionarios de la metrópoli. A los españoles los estropea España.

A mí los chicos de Ciudadanos me producen un profundo temor a que si facilitan un nuevo acceso de los «populares» al poder sean de inmediato devueltos al armario político por sus padres putativos. La Srta. Arrimadas, por ejemplo, le duraría un suspiro a la Sra. Cospedal. Hay especies que aunque muy próximas no pueden convivir. A muchos alevines de los ángeles de José Antonio les pasó lo mismo tras el triunfo del Genocida. No vale que esos muchachos de Ciudadanos proclamen que con ellos llega una nueva derecha. La derecha no ha sido nunca nueva. Está ahí desde que existe la inexorable propiedad. En términos mobiliarios la derecha es como los divanes chester, esta hecha de piel dura sujeta por botones que no se desgastan.

España se encamina hacia una restauración hecha con los muebles rescatados del desván y barnizados por unos jóvenes que contarán de modo diferente los mismos parados, que cenarán con los mismos banqueros, que irán a idénticos desfiles y que viajarán al eurocentro porque a la derecha siempre le quedará París. Dolorosamente, por el drama que conlleva, el cambio de sociedad no está en Berlín, ni en Bruselas o Londres, ni en Washington. El cambio está en esas largas filas de almas que chapotean en las fronteras, que mueren para hacer un puente con sus huesos y que han llegado a la conclusión dramáticamente simple de que comer es cosa de todos. Lo demás es Bolsa explicada por ciudadanos con registro de origen.

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