Antonio Álvarez-Solís
Periodista

Los siervos del mal

Antonio Alvarez-Solís se refiere en este artículo a la «cerrazón mental», un mal a su juicio típicamente español, que muestran algunas de las reacciones habidas ante la acción protagonizada hace unos días por decenas de miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores. Para el veterano periodista, quienes la critican son «como protectores de ruinas para alimentar un turismo rico».

Extienden el mal típicamente español de la cerrazón mental, un mal cenagoso que denuncia a un país intelectualmente enfermo. Son seres moralmente reprobables, destructores de la dimensión esencial que define a un ser humano: la serenidad del pensamiento. Quizá ello sea consecuencia del miedo turbador que les embarga ante la aventura de medir la auténtica realidad de las cosas. He estado leyendo los emails –o como se denominen esos anónimos y por tanto cobardes correos– que se envían ahora a los periódicos del Sistema acerca de la acción humanitaria desarrollada en dos grandes supermercados por miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores para obtener alimentos básicos con destino a familias acosadas por el paro. En esos comunicados gentes del común, tantas veces habitantes de la calle maltratada, emiten la más extrema condena contra los protagonistas de una acción fraterna y a cara descubierta que pretenden restaurar, aunque sea con modesto valor simbólico, la justicia contra los abusos continuados del poder.


Claman que se trata de un delito de robo o de hurto y que la ley está para reprimir esos comportamientos que incitan a un desorden general. Pero ¿acaso este «desorden» andaluz no está motivado por un desorden previo generado por quienes dominan la sociedad? ¿No son los encargados del pretendido orden los que desordenan? Y si es así ¿no hemos de recurrir al aforismo de moral jurídica que establece que quien es causa de la causa es causa del mal causado? ¿Siempre ha de pagar el último de la fila?

En un lenguaje apocalíptico diría que quienes exigen que el hacha de la ley caiga sobre los invasores de los supermercados son siervos del mal, pero en un prudente lenguaje convencional se debe decir simplemente que son inconscientes suicidas, gentes que ponen su cabeza en el tocón del sacrificio mientras exhalan la última alabanza del Sistema, su rey ¿Y qué esperan del Sistema los exigentes del orden que cobija el hambre y la explotación? ¿Por qué la sociedad ha de morir arrodillada ante la ley? ¿Por qué profesan esos «apasionados del orden» un rígido catecismo para la salvación del agusanado Estado que nos conduce a la autodestrucción general en vez de alzarse los tales en demanda de un renacimiento? Como creía Maquiavelo un Estado corrupto no puede ser salvado aunque se le den las mejores leyes y la constitución más racional. Y al Estado español ni siquiera se le dan las mejores leyes ni su Constitución ha nacido en brazos de la libertad.


Los que condenan a tumba abierta son algo así como protectores de ruinas para alimentar un turismo rico, siempre custodiado por un peligroso Estado policial. Acerca de esta cuestión dice el gran psicólogo James Hillman: «Así pues, la cuestión del mal, igual que la cuestión de la fealdad, hace referencia fundamentalmente al corazón anestesiado, al corazón que no reacciona ante lo que ve y que convierte, por tanto, el abigarrado y sensual rostro del mundo en monotonía, en unidad, en el desierto de la modernidad».


Califiquemos con exactitud para situarnos debidamente ante el paisaje: monotonía de la tristeza, unidad para la injusticia, desierto donde todo latido de protesta se hace astillas contra un código represor o una ley inicua a la que se encarga el pretendido equilibrio social.


Sentí una dolorosa sensación de naufragio moral cuando en refuerzo de esas manifestaciones de insolidaridad en los periódicos leí, ya en el primer momento, las añadidas condenas del presidente socialista de Andalucía y del dirigente máximo del Partido Comunista español. Dos actos de traición al pueblo que sufre un genocidio de amplio espectro. El respeto por la prepotente y agostadora propiedad afloró en ellos sin consideración al drama humano de una sociedad a la que la ambición de poder y riqueza por parte de un puñado de seres execrables está desangrando de modo continuo. Resulta obvio que la carcoma del eurocomunismo ha destruído el partido comprometido históricamente con los desposeídos y el poder agónico de un pequeño gobierno socialista ha puesto en subasta toda esperanza en una nación como la andaluza, secularmente abandonada a su suerte por los voceros de un dramático modelo social. Los andaluces no solo padecen la ancha y profunda pobreza en sus campos y en sus pueblos sino que están destinados a ser pobres en el marco de una historia en la que apenas han podido escribir una nota de pie de página. A los andaluces que así padecen no puede exigírseles la creencia en la ley que les impide la vida. Keats escribió con absoluta determinación: «De lo único que estoy seguro es de los afectos del corazón y de la verdad de la imaginación». De esos afectos y de esa verdad están poblados los últimos sucesos protagonizados por las gentes del Sindicato Andaluz de Trabajadores.
Frente a esta concepción de la libertad maridada con la justicia el portavoz socialista en el Parlamento de Madrid, Sr. Alonso, reprende al Sr. Gordillo, el quijotesco creador de la ínsula de Marinaleda, con un discurso oscuro en que habla de «la ejemplaridad (precisa) en el cargo político». Sr. Alonso ¿qué entiende usted por ejemplaridad? ¿callar ante la supresión de los auxilios sociales a los que padecen, a fin de regalar una hacienda apropiada al sombrío Imperio, que es eso que ha sucedido al descarnado imperialismo, como dice Toni Negri? ¿Entiende usted, Sr. Alonso, por ejemplaridad, desahuciar a los débiles de lo único que tienen a fin de colmar al gran agujero negro de la Banca? ¿Debe calificarse de político ejemplar al que precipita en la agonía a los pueblos para salvaguardar y aún enriquecer el «augusto» modelo financiero, esencialmente perverso? ¿No será que usted llama ejemplaridad al comportamiento que se apoya en la sumisión? Usted se reclama de socialista, Sr. Alonso ¡recuérdelo cada hora y juzgue con reflexión consecuente lo que acaba de acontecer en tierras andaluzas! Frente a la ley, y para reemplazarla por estar en periodo de putrefacción –la ley hiede cuando tortura al ser humano– hay que abrir el alma a la moral, que es eso que desde una ignota profundidad espiritual nos exige iniciar otro camino, tributario de la imaginación decente.


La ley y la moral suelen estar confrontadas y en una relación contradictoria. Ahora corresponde el tiempo a la moral. Y la moral –una lucecita parpadeante siempre en el fondo del alma– revela que el crimen, y crimen es sumergir en la desesperación a las masas, constituye la piedra Roseta para leer la verdadera voluntad del poder. No cabe leer la felicidad, ni siquiera en clave futura, en la tabla de signos que niegan toda confortabilidad. Hay que valorar debidamente esos signos.

Una correcta lectura exige una correcta interpretación de los mismos. Ahora lo que ha acontecido en dos pueblos andaluces es como si Riego empezase otra caminata, modesta pero resolutivamente, para afrontar la opresión. El poder empieza a ponerse nervioso y ordena las primeras y sumarias detenciones al margen de todo tribunal de justicia. Supongo que ante los simbólicos pasos liberadores ustedes y sus socios, los «populares», los rosadíez, ciertos nacionalistas con trastorno bipolar y los rojos rosáceos, multiplicarán el papel del Boletín Oficial del Estado con que limpiar los cañones de los fusiles del orden.
Ya veremos en qué viene a parar este lance tan refrescante, aunque la historia española acaba siempre por atascarse en un plano fijo. Veo complicado recurrir a la cárcel dado que el Código Penal no parece mirar hacia el delito. Quizá la ofensiva moral del alcalde Gordillo ponga en evidencia el fascismo del poder. De momento ha recibido a la fiera con una larga cambiada en la misma puerta del chiquero.

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