David Pla Martin

Luhuso, un hito histórico para un nuevo tiempo

El juicio que estos días se celebra en Paris contra Jean-Nöel «Txetx» Etcheverry y Beatrice Molle-Haran ha traído a la actualidad lo acontecido en Luhuso en diciembre de 2016. Luhuso, y el desarme de ETA en su conjunto, han sido un acontecimiento excepcional y genuino de nuestro proceso de paz. Es una experiencia sin igual en el mundo, hasta tal punto que es estudiada como referencia por agentes y personalidades internacionales expertas en resolución de conflictos y en las transiciones de las organizaciones armadas.

Vivimos en un tiempo donde todo sucede a gran velocidad. Incluso los acontecimientos más importantes pasan rápidamente al olvido. Luhuso es uno de ellos y creo que merece la pena dedicar unas líneas a analizar cómo llegamos hasta allí, qué fue y qué consecuencias y enseñanzas dejó.

El desarme de ETA se había convertido en una cuestión crítica. Los Estados lo utilizaban para justificar su inmovilismo, a la vez que hacían todo lo que estaba en su mano para impedirlo. El objetivo es sabido: obstaculizar el nuevo tiempo que se estaba abriendo en Euskal Herria. Era urgente, pues, darle una salida al asunto de las armas. ETA y personas referentes de la sociedad civil vasca llegaron a un acuerdo e idearon una solución creativa, el modelo de Luhuso.

Este acuerdo contenía grandes dosis de compromiso, determinación y valentía por ambas partes. ETA abordó su desarme sin tener garantizada a cambio ningún tipo de contrapartida en el resto de las consecuencias del conflicto. Y lo hizo, además, dejando la gestión política y operativa del desarme en manos de la sociedad civil. Activó, eso sí, los mecanismos necesarios para garantizar que el proceso se desarrollara en condiciones de seguridad.

Quienes conocen la lógica de las organizaciones armadas saben bien lo difícil que es dar un paso de estas características, aunque siempre habrá quien lo minusvalore, sea por desconocimiento o por interés.

Los artesanos y artesanas de la paz decidieron situarse en primera linea para hacer viable el desarme y asumieron los riesgos políticos y personales que esa decisión conllevaba. Sin duda alguna, fue una muestra ejemplar de compromiso y generosidad con la paz y con nuestro pueblo.

En aquella noche de diciembre de 2016 colisionaron, una vez más, el deseo de todo un pueblo y la ofensiva de los Estados. La habitual retórica antiterrorista ya no fue suficiente para explicar lo que estaba sucediendo en aquella casa de Luhuso. Los Estados entraron en ella armados hasta los dientes y salieron completamente desnudos ante la opinión pública. Cada vez era más difícil de entender que se siguiera negando la voluntad de ETA e insistiendo en la vía represiva.

Luhuso era una iniciativa ganadora, por definición, en sus dos hipótesis. Si la iniciativa se llevaba a cabo y se destruía una parte significativa del arsenal de ETA, se crearían condiciones suficientes para realizar el desarme en su totalidad. Y si la policía lo impedía, tal y como sucedió, se generaría una reacción capaz de condicionar la posición de los Estados.

Y así fue. El nivel de consenso y de activación que concitó la acción de Luhuso fue determinante para llevar a cabo el desarme con la ayuda de cientos de voluntarios y voluntarias y, más adelante, también para empezar a encaminar la situación de los presos y presas políticas vascas. Pocas veces una acción frustrada había sido tan eficaz.

Luhuso fue un momento importante dentro de una secuencia más amplia. Fue el resultado de las condiciones y enseñanzas que se fueron generando en el proceso iniciado tras la decisión de la izquierda abertzale de abordar un cambio estratégico en 2009. La Conferencia de Aiete y la posterior respuesta de ETA abrieron una oportunidad histórica de afrontar la resolución del conflicto de manera ordenada y efectiva, pero tanto el Estado francés como el español rehusaron aprovechar dicha oportunidad.

Desde entonces hubo un choque permanente entre quienes queríamos acabar con la confrontación armada y abrir un nuevo ciclo político y quienes querían impedirlo. Se pusieron en marcha multitud de iniciativas; algunas unilaterales y otras acordadas entre amplios sectores sociales: la Declaración de Baiona, el nacimiento del Foro Social, el sellado de los arsenales de ETA, las iniciativas de los presos y presas políticas vascas, declaraciones de reconocimiento del dolor de todas las victimas del conflicto... Analizar la actitud de Urkullu y el PNV ante todas estas iniciativas exigiría un artículo propio pero, en resumen, se puede decir que no estuvieron a la altura del momento histórico.

Fue un camino complejo pero que dejó al menos dos consecuencias importantes que sirven para entender lo que sucedió después en Luhuso. Por un lado, se tejieron relaciones y confianzas entre quienes habíamos tenido posiciones políticas distintas en el pasado. Y, por otro, se consiguió ir desgastando la posición de los Estados. Tan solo dos o tres años después de la Conferencia de Aiete, la mayoría de la población vasca identificaba el Estado español como principal obstáculo para la paz.

Luhuso fue un hito para un nuevo tiempo. Ahora toca seguir profundizando en ese camino: a corto plazo, exigiendo de manera unánime la absolución de «Txetx» y Beatrice y, en una perspectiva más amplia, abordando la raíz del conflicto político y dando una solución integral a sus consecuencias.

No es un reto fácil pero la experiencia de Luhuso nos deja múltiples enseñanzas para abordarlo: los Estados no son invencibles; cuando actuamos como pueblo las fuerzas y la inteligencia se multiplican; si se conecta con el sentir de la gente y se le hace protagonista Euskal Herria da lo mejor de sí misma; la perseverancia es fundamental y, aunque a veces a corto plazo no se aprecien resultados, se van generando condiciones para el futuro. Y, sobre todo, Luhuso nos enseñó que incluso lo más difícil puede lograrse si se actúa con determinación y valentía.

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