Iñaki Egaña
Historiador

Morlans

El nombre de Morlans quedó en el inconsciente colectivo de la ciudad, como el reflejo de una tragedia y uno de los iconos del conflicto. Lo que hoy se llama patrimonio inmaterial

El 17 de agosto de 1991, hace ahora 30 años, la Guardia Civil dirigida por el entonces todavía teniente coronel Rodríguez Galindo lanzaba una amplia operación contra militantes de ETA en el corredor de Donostia a Orereta. La máxima autoridad de aquella operación fue la de un director de orquesta llamado Luis Roldán que había robado 10 millones de euros de las arcas públicas (aún no han aparecido) y que fue condenado a 31 años de prisión. Lo del ya difunto Galindo es de sobra conocido. Condenado a 75 años por el secuestro y muerte de Josean Lasa y Joxi Zabala.

La operación dirigida por Roldán y Galindo fue una de las más mediáticas de las últimas décadas. Numerosas detenciones, torturas salvajes en sede gubernamental a los arrestados de los que 17 ingresarían en prisión. Y tres militantes independentistas vascos muertos en el asalto a una vivienda en el barrio donostiarra de Morlans, por los GAR, Grupo Antiterrorista Rural de la Guardia Civil, hoy renombrados en Grupos de Acción Rápida. Un cuerpo de élite a imagen y semejanza de los marines norteamericanos que actuaron en Irak o Afganistán y que llegaron a Donostia como si fuera tierra quemada.

En 2018, varios agentes que participaron en el asalto construyeron su relato que probablemente habrá sido recogido por el Memorial de Víctimas del Terrorismo y a los detalles escatológicos sobre el mismo, añadieron una valoración política actual: «A esos ya no los va a llevar Pedro Sánchez a casa». La Guardia Civil contra la repatriación y el acercamiento de los presos vascos. La versión oficial de 1991 la redactó Luis Roldán, con los apuntes aportados por Galindo.

El nombre de Morlans quedó en el inconsciente colectivo de la ciudad, como el reflejo de una tragedia y uno de los iconos del conflicto. Lo que hoy se llama patrimonio inmaterial. Recogiendo el nombre que había sido centro medieval del Bearne y moneda occitana de uso, Morlans tenía una cacofonía extraña en un medio euskaldun. Izoztegi, el río que cruzaba sus huertas, también una serrería centenaria, había aliviado la sed a los donostiarras durante siglos.

Morlans, sin embargo, pasaría a nuestra historia como un acto de guerra, aunque fuera de los llamados de baja intensidad. Todo comenzó con una macro-operación policial, a las 4 de la mañana en un piso de Orereta. La Guardia Civil suponía que iba a encontrarse con un comando de «ilegales» de ETA, pero en realidad se topó con una pareja, armada, de militantes «legales». A partir de ahí se sucedieron las detenciones en cascada, hasta que a las 9 de la mañana, un grupo de agentes de paisano llegó a Morlans, buscando un coche pautado y a su dueña. Debería ser la última escaramuza del día.

Sin embargo, se encontraron con que en la vivienda conocida como Tolaretxea se hallaba recogido el comando que buscaban al comienzo del operativo. Tiroteo mutuo y llegada de refuerzos, quince vehículos de los GAR. Cuatro horas y media después, concluía el asalto, tras el lanzamiento de granadas lacrimógenas, de ultrasonido e incendiarias. La Policía Municipal selló el entorno y no hubo testigos, ni se permitió la entrada a personas que intentaron parar el enfrentamiento.

Al mediodía los medios anunciaron el resultado. Dos agentes de la Guardia Civil heridos, uno de ellos quedó parapléjico, y entre los militantes de ETA, un muerto y dos heridos. Sin embargo, horas más tarde un coche funerario recogió un cadáver y más tarde un segundo, otros dos. Los muertos eran tres. Patxi Itziar, natural de Deba, Iñaki Ormaetxea de Urbina y Jokin Leunda, de Beasain. Según el informe forense del Juzgado de Instrucción número 1 de Donostia, los tres militantes tenían sendos disparos realizados a quemarropa, a menos de 25 centímetros de distancia. Un supuesto tiro de gracia para asegurar su muerte. Jokin Leunda, alcanzado por numerosos disparos, habría sido el «único» fallecido que anunciaron los medios. Itziar tenía una única herida, la realizada a quemarropa en la sien.

Iñaki Ormaetxea era el joven del trio, con 24 años. Daba la causalidad que su tío-abuelo, guardia civil republicano, había sido ejecutado por un pelotón fascista después de la defensa de Beasain, localidad natal de Leunda, en 1936. Patxi Itziar era el veterano, con 40 años y su pareja Arrate, estaba huida en Ipar Euskal Herria. Leunda había nacido en el caserío Otaño del barrio de Usurbe de Beasain.

Los detenidos fueron conducidos al cuartel del Antiguo. Todos denunciaron torturas, electrodos, bolsa, bañera… y la mayoría las han ratificado en el estudio encargado por el Gobierno Vasco, algunos con Protocolo de Estambul incluido. Del Antiguo fueron trasladados al macro cuartel de Intxaurrondo, donde según denunciaron en su época, fueron golpeados en un pasillo de «recepción», por niños y familiares de los agentes. De Intxaurrondo fueron trasladados al cuartel de Tres Cantos en Madrid y cinco días después de su detención internados en Carabanchel y luego, los hombres, en Meco.

Años más tarde, de los huidos de esta operación, tres de ellos serían extraditados desde México en fechas dispares. Sorprendió la juventud de los 17 que ingresaron en prisión. Excepto María Eugenia Muñagorri, la propietaria de la casa Tolaretxea, el resto tenía menos de 25 años. Incluso una de las mujeres, que denunciaron torturas especificas por su condición, era menor de edad. Cuando fueron trasladados de los cuarteles a Carabanchel, respiraron aliviados, pero lo peor estaba por llegar. Salieron de la sartén para meterse en el fuego. Una decena de los detenidos cumplió entre 24 y 25 años de prisión, conoció el alejamiento, el primer grado, las huelgas de hambre, el aislamiento y las condiciones extremas del internamiento.

El operativo de Morlans, 30 años después, aún contiene muchas preguntas sin respuesta. Conocido el trayecto de los responsables del operativo policial, la credibilidad de las versiones oficiales es mínima. La Comisión de la Verdad sigue siendo imprescindible en el camino hacia la profundización democrática.

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