Txaro Marquínez, Maita Ramos, Amaya Gallego, Marixa Diaz de Arkaia, Clara Ajamil, Ana Mayorga y Guillermo Perea
Familiares usuarios y usuarias de residencias y miembros de Babestu Araba

Muerte lenta en las residencias de Araba

Se les llama restricciones, pero no lo son, son maltrato con mayúsculas. Hay residentes que este mes de diciembre, de 31 días que tiene llevan veinte confinados, aislados como el preso con la mayor de las condenas.

Han pasado muchos meses, y días muy largos. Tanto, que parecía que tenían más de veinticuatro horas, de mucho dolor y sufrimiento para los usuarios de residencias y sus allegados. El 9 de marzo de 2020 es una fecha que a muchas personas no se nos va a olvidar nunca. Fue el día que decidieron precintar las residencias, sin ningún miramiento. Lo describía muy claramente una usuaria de la residencia Ajuria: «me encontraba muy sola entre cuatro paredes, sin familia y sin nadie, entraban, nos dejaban la comida y ya no volvían hasta la noche para traernos la cena» ("Diario de Noticias de Álava" 11.06.21). Esta fecha marcó un antes y un después para los residentes y allegados.

El antes era duro, con muchos déficits, ningún control y sin ningún interés en corregirlos por parte de quienes podían hacerlo. Qué decir del después. Muertes, soledad, angustia, impotencia, dolor, mucho dolor, nula empatía, mala atención… Son muchos los adjetivos que podemos usar, y aun así nos quedamos cortas.

Hemos llegado a diciembre de 2021 y seguimos con esa angustia, impotencia y dolor. Y con una Diputación que lleva meses vendiendo programas maravillosos de cambio de modelo de atención sociosanitaria. Presentaciones públicas, dobles páginas de periódicos, todo muy orquestado, nada por casualidad. Todo con un único objetivo: hacer creer a la ciudadanía que en las residencias se ha vuelto a lo que ellos llaman normalidad. Lo que había antes del 9 de marzo de 2020 no era normalidad, y lo que estamos viviendo a día de hoy sigue siendo muy doloroso.

La información a las familias sigue siendo escasa, y en muchos casos nula. Ni protocolos, ni cambios de normas, ni temas que afectan directamente a la salud. El mutismo previo a la pandemia se acentúa con ella. Y qué decir sobre las actividades que dicen realizan: actos de fé, porque la realidad es muy cruda. A las familias y allegados se nos trata como si fuéramos enemigos: nula información y nula participación; a quien se preocupa y pregunta se le cataloga como el familiar que siempre protesta, haciendo campaña entre las trabajadoras para que así se le catalogue. Pero somos muchas las personas que vamos a seguir preocupándonos y luchando por ellos, porque se lo merecen, y porque les debemos mucho como sociedad. Independientemente de las descalificaciones que utilicen los gestores de las residencias, no nos amedrentan, al contrario, nos animan a seguir luchando por el bienestar de los residentes.

Fueron alarmantes aquellas imágenes de las ventanas de una residencia de Gasteiz pública, (27.9.20 "Norte Expres"), cuyas cortinas eran bolsas de basura negras. Así los tuvieron confinados en sus habitaciones. Estas ventanas siguen sin arreglar, aunque sin plásticos, porque fueron imágenes que impactaron. Solo van a arreglar las que dan a la calle y se ven, porque para las restantes no hay dinero.

El diputado de Política Social, señor Emilio Sola, es célebre por sus titulares, como por ejemplo, "Prefiero usuarios tristes a muertos" (Cadena Ser 24.09.20). Está consiguiendo residentes tristemente muertos en vida. Somos muchas las familias y allegados que así se lo reconocemos. Recientemente, nos deleitó con otro gran titular: "Se reduce un 18% la lista de espera de las residencias forales por el miedo a la covid" ("El Correo" 19.12.21). No es miedo a la covid, es miedo al servicio, más bien «maltrato» bajo el manto de la pandemia. Según Sanidad ("Diario de Noticias" 15.12.21) más de 2.000 personas han fallecido este año en listas de espera de dependencia en Euskadi. Igual esto tiene algo que ver con esa supuesta reducción de la lista de espera. También pueden tener algo que ver las malas condiciones laborales de las trabajadoras, que provocan que no puedan dar una atención de calidad, y que en muchos casos no reciben la formación necesaria. Y qué decir de sus míseros salarios.

No es casualidad la entrevista al portavoz de la patronal de residencias privadas de Álava ACRA, en la que dice que «El miedo al covid hace que la gente llegue más tarde y deteriorada a las residencias» ("El Correo" 24.12.21). Pues no es el miedo a la covid. La pandemia no justifica sus palabras. Es el miedo a la gestión y a los cuidados que se dan, los en las residencias privadas, no acordes con los servicios que se ofertan ni dan, que son muy difíciles de asumir por residentes y allegados. Y a esto añadimos las subidas anunciadas en algunas residencias, argumentando que la pandemia les está suponiendo muchos gastos (según palabras de algunas direcciones que ya las han anunciado), que ni residentes ni familiares vemos que reviertan en mejora de cuidados ni de condiciones laborales de las trabajadoras. Cuando el ratio de personal de atención directa a los usuarios, auxiliares de clínica o gerocultoras, y de terapeutas ocupacionales, no solo no aumenta, sino que disminuye en el crítico momento en que son más necesarias. Tal vez son esas las razones por las que se llega más tarde y deteriorado a la residencia.

El diputado general, señor Ramiro Gonzalez ("El Correo" 28.12.21), descarta restricciones en las residencias. El diputado señor Emilio Sola ("El Correo" 28.12.21) dice «que no se penalice a los mayores con nuevos aislamientos». El cinismo y falta de empatía de estas declaraciones pasan todas las líneas rojas. En las residencias sigue habiendo restricciones, que nadie se llame a engaño ni crea a los que tienen voz en la prensa diciendo lo contrario. Restricciones que no tenemos el resto de ciudadanos.

Hay residencias en las que siguen teniendo que pedir cita para las visitas, en las que no tienen visitas y salidas diarias, en las que se les ha reducido el tiempo de visita y/o salida, para adelantar el horario de la cena. Hay residencias donde se les da la cena a las siete de la tarde. Nuestra pregunta es: ¿a qué hora se les da el desayuno? ¿Se les levanta a las seis de la mañana para desayunar? ¿Cuántas horas pasan desde la cena hasta el desayuno, once, doce, trece?

Se les llama restricciones, pero no lo son, son maltrato con mayúsculas. Hay residentes que este mes de diciembre, de 31 días que tiene llevan veinte confinados, aislados como el preso con la mayor de las condenas, veinticuatro horas al día en su habitación. A primeros de diciembre fueron confinados diez días por contacto con una trabajadora positiva en covid-19, a pesar de que ellos fueron PCR negativa y estuvieran vacunados. El día 24 fueron de nuevo confinados por la misma razón, con PCR negativa. Seguirán aislados en su habitación veinticuatro horas hasta el día 2 de enero, a la espera de un nuevo confinamiento. En un buen número de residencias, el día 23 decidieron que a quien se le sacara a comer o cenar, a la vuelta se le confinaria como medida preventiva un mínimo de diez días en su habitación. No había ninguna prohibición para sacarlos. Algunas no informaron previamente a las familias y se lo dijeron cuando fueron a recogerlos. Esto efectivamente no es restricción, esto es chantaje. Si lo sacas a comer o cenar, tú eres quien le condena a un aislamiento.

Esta es una pequeña parte de la cruda realidad que se vive a día de hoy en las residencias de Araba, que dista mucho de lo que el Diputado general, el Diputado de Política Social y el Portavoz de la Patronal de las Residencias Privadas de Araba, manifiestan en sus declaraciones.

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