Murueta: «The walking dead»
Murueta. Municipio de la histórica comarca de Busturialdea. Dos kilómetros de carretera atravesando las antiguas praderas, hoy ya casi todas chaleteadas. Al este su núcleo básico, es decir la torre que acoge el ayuntamiento, la taberna municipal transformada en restaurante de estilo, el templo casi único de estilo neoclásico, luego el frontón, y más arriba el cementerio, a la espera de que alguna de las no muchas más de las trescientas ánimas que lo rodean expiren y sus parientes opten por la sepultura en tierra que no por esa otra en el vientre del viento.
Hay más municipio, más barrios, más historia, pero al meollo. Recientemente, el Ayuntamiento puso en marcha la reforma de su plan de urbanismo y ya ha publicado el Avance del mismo, en el que dice que en sus territorios no hay ningún astillero en activo, algo que ha provocado escenas parecidas a esas de la serie The Walking Dead. Y es que el astillero, ya dado por difunto, se ha presentado en el Ayuntamiento a decir que de eso nada, que nada más ni menos que cien trabajadores están laborando en la construcción de otro barco, ya lo dijimos aquí en primavera. Uno más en su larga lista desde que el Ministerio de Industria les otorgó la concesión para esa actividad, y solo esa, en 1943, y para un periodo improrrogable de 75 años; caducó en julio de 2018. Es más, mientras escribo estas líneas se publica en prensa que la mercantil tiene en marcha un pedido de dos barcos más que el que actualmente está ya en marcha en Murueta.
Imagínense. En las siempre tranquilas oficinas del Ayuntamiento de Murueta se desata el horror. Un muerto viviente de chatarra y cien de carne humana. Alguien intenta llamar a Teresa Ribera, que firmó aquello de «el extinto astillero», concedió los cuarenta kilos de euros y a cambios se llevó unos votos para el acuerdo de apoyo al gobierno, o a los presupuestos, ¿se acuerda alguien de a qué?
La cosa es que la señora Ribera está en Europa, como que aquí no es eso, y que al parecer los vivos que mata gozan de buena salud.
Pues que llamen a la taberna, son órdenes, dice quien manda, es decir, al restaurante ese de postín, a ver si recuerdan que la tal señora estuvo alguna vez allí, a cenar o a comer, que si estuvo seguro que se fijaron en la escolta y tal. Y nada. De momento el sitio ese está cerrado.
¡Pues a la Diputación!
Y ahí sí, ahí son amigos. Cogen el teléfono, pero el cerebro de la operación, esa de la compra de los terrenos del astillero, ya no está. ¡Dios mío! ¿Alguien se esperaba que la empresa se presentara así, vivita y coleando y negando la mayor? ¿Qué ocurre? ¿No habían quedado en que unos vendían y otras compraban? ¿Qué va a pasar ahora con los técnicos que han redactado el avance del plan, si han mentido tan descaradamente? ¿Y los políticos, empezando por el alcalde, el más joven de Bizkaia? ¿O era el de Forua? ¿No han leído el avance? ¿O es simplemente que en Murueta nadie de Murueta conoce Murueta?
Al parecer, esa niebla baja tan frecuente que en lengua vernácula llaman kantarrabi no les deja ver la realidad.
En eso pasa como en el estudio de impacto ambienta, y tal, contratado a una empresa externa, empresa que dice que lo que van a hacer ahí no afectará a las aves, cuando resulta que ahí mismo hay un cartel del Gobierno Vasco que prohíbe la circulación acuática de trastos de navegación en época de pase de aves, pongamos septiembre y octubre. Si el alcalde no lo sabe, tampoco tiene por leer esas minucias la mercantil autora del estudio. A ver si se va a tener que patear entero un municipio de 6,1 km², en gran parte inaccesibles sin ropa de campaña.
Parece, sí, que con eso solo ya a Murueta le ha tocado lo de los muertos vivientes. Pero hay más. Cuando ya el Gobierno Vasco se disponía a rifar –perdón, a adjudicar− la ejecución de parte del palafito ese tan cacareado, han aparecido usufructuarios de las «itsasoak», terrenos ganados al mar hace siglos y convertidos en sus momentos en campos de cultivo y forrajeros, exactamente en la parte de Murueta que llaman «Itsasaldea». Gentes nobles, que sabedoras de que el susto que la aparición del presunto difunto Astilleros de Murueta SA, ha hecho temblar a la mayoría del Ayuntamiento, e incluso puesto en riesgo la salud de quien lleva el mostrador, han acudido a Demarcación de Costas, a decirles algo así como «¡Murueta vive, cabrones!». Y de ahí, ya que como que ese grito casi zapatista ha generado su correspondiente temblor, no es para menos, en el negociado. Queda suspendida la rifa, perdón, la adjudicación. Y a lo que parece a una de las dos empresas que ya estaban como que disfrutando del millón y medio o dos millones de la ejecución de la obra, ni en eso hay manera que aclararse, pues como que habrá que indemnizarla. Todavía no se ha movido nada y ya estamos derrochando. La revolución muruetana.
Ahora con todo esto queda por saber si la paralización del palafito, tan deseado por el lobby y a luces vista tan mal planeado, será para siempre –muerte súbita−, o habrá nuevas maniobras. Se puede elegir el titular. De momento algo se ha paralizado. Que ese algo es una parte, es evidente. Lo que parece menos evidente es que sin esa parte se pueda hacer el todo. Lo que nos importe es la conclusión de todo esto. No las continuas chapuzas en sí, sino su lectura. Responden a la sensación de impunidad del lobby pro-Guggenheim en Urdaibai. Ni tienen por qué conocer el lugar ni responder a nadie. Son los amos. Los demás, simples esclavos. O si lo prefieran, muertos vivientes. Mientras se resuelve, Astilleros de Murueta S. A. Sigue con su negocio, porque, ¿cuál es el plan, señoras y señores?
Da más miedo pensar por un segundo en los planes del lobby que ver seguidos los ciento y pico capítulos de "The Walking Dead" de los que apena he visto medio minuto. Ni lo uno ni lo otro. Basta de terrores de pacotilla. Es hora de exigir el final de la burla y las responsabilidades correspondientes.