Josu Iraeta
Escritor

No es justicia, es venganza

Una vez acreditados en sede policial, fuimos acompañados hasta un despacho en el que en la puerta podía leerse «Sous-Préfecture». Ya dentro y tras las presentaciones, el titular del despacho se levantó de su silla y nos estrechó la mano con corrección. Era un hombre fornido, con unas manos enormes.

Ya fuera del despacho nos dirigimos en su compañía hasta una planta inferior y tras cruzar varios pasillos, llegamos a una sala muy amplia, muy iluminada y además refrigerada. Una vez dentro, vimos en el centro una sola mesa en la que yacía el cadáver de un hombre joven.

Nos aproximamos a la mesa, a mi derecha, el corpulento de las enormes manos, que no era otro que el subprefecto de Baiona, y a mi izquierda, mi compañero y amigo Santi Brouard.

El cuerpo que yacía en la mesa mostraba su tórax totalmente abierto y posteriormente cosido. Su color mostraba que llevaba muchas horas muerto.

El joven muerto era un militante vasco llamado Eugenio Gutiérrez Salazar, natural de Leioa −Bizkaia–, que estaba realizando un curso para mejorar su euskara. Acudía a la escuela con regularidad. Un día y a la salida de clase fue asesinado con los disparos del policía español José Amedo Fouce, natural de San Pedro de Cerceda, Lugo.

Desde los hechos que relato en el trabajo, han pasado décadas −en pocos días se cumplirán 41 años (25/2/1984)−, pero recuerdo lo acaecido perfectamente.

Con estas líneas, pretendo aproximarme a una «realidad» que durante décadas viene adoctrinando a una juventud que sin duda merece una contraposición, que le permita «visualizar» al auténtico núcleo de esta larga historia.

Un núcleo sin parches, sin inventos, sin olvidos y versiones unívocas. Con mucha más objetividad y menos literatura.

La vida continúa, próximamente y con un tratamiento menor, dado que los «protagonistas» son viejos conocidos, que han permanecido en silencio durante mucho tiempo, no es considerada «noticia» que pueda abrir «telediarios», ni siquiera tema manido de tertulias radiofónicas.

Sin embargo, la próxima revisión con la que pretenden «reabrir» casos que fueron abandonados, sin recorrido penal, hace varias décadas, muestra el verdadero valor democrático de la justicia española. Otro «golpe de mano» de los justicieros de plantilla que abundan en despachos donde se cocinan los «platos gourmet» de la democracia española. Son expertos cineastas, escriben los guiones, eligen los intérpretes y, además, dirigen y montan la película. Todo lo hacen ellos, tienen mucha experiencia.

A lo largo del tiempo, muchas personas de mi entorno −mujeres y hombres− han sido encerrados en prisiones españolas y francesas. De ellos, algunos durante décadas, todos demasiado tiempo. Muchos conocidos y algunos amigos.

Es un tema muy serio y con seriedad pretendo profundizar en él. Entiendo que se ha escrito mucho, muchísimo sobre el tema, es cierto. Que las salas de algunos juzgados están minando el prestigio de la profesión, también es cierto. Pero la vergüenza que sienten muchos juristas, al observar cómo la cúpula del Poder Judicial ejerce la prestidigitación, mutando las salas en carpas de circo, también es cierto.

Estamos –desde hace décadas − situados en la cima del escándalo, inmersos en un continuo desatino que se prolonga porque, sin duda, cuenta con fervorosos e interesados defensores. Y no solo cuando la prensa magnifica por interés comercial, casos concretos.

La experiencia acumulada me dice que hay que bucear entre las causas y no perderse en los efectos, aunque estos sean graves, incluso irreparables. Aquí surgen preguntas, rápidas y directas; ¿Son un producto lógico, consecuencia de la porosa estanqueidad de poderes vigente en el sistema político español? ¿Hay, de hecho, algún poder o institución que ejerza «de verdad» control sobre ellos, o, por el contrario, las consecuencias de su incontrolada independencia deben ser asumidas como errores del sistema?

Inmerso en esta vorágine, el «juez político» lejos de los principios y fines de su teórico cometido, fortalecido y agigantado por los medios de comunicación, se siente ungido salvador de «su» patria y olvida que accede a la carrera judicial como funcionario y que su nombramiento no está sometido a la elección popular.

Comparto la opinión de que la situación actual no puede mantenerse así, pero también quiero apuntar que puede empeorar. Y lo digo porque toda estructura en proceso de desorden y abandonada al libre ejercicio de sus habilidades, tiende a agravar su degeneración.

Naturalmente, la estructura precisa de un marco que le permita intervenir y, por tanto, este no puede ser ajeno a la gestión que genera el problema.

Componen un escenario sombrío y anacrónico, donde «La Audiencia Nacional Española» es, sin duda, el de mayor «prestigio» acumulado. Testigo de incontables e inconfesables inmundicias jurídico-políticas que se han conocido en los últimos cuarenta años.

En la cabecera del trabajo se cita a la «venganza», herramienta preferida entre los magistrados de los antiguos Estados de Grecia, VIII a. C. Sus atribuciones fueron aumentando progresivamente, de tal modo que, acumularon el poder legislativo, judicial y ejecutivo. Sin duda, han hecho «escuela».

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