Aster Navas
Profesor

Nosotros

Es curioso cómo nos agrupa la suerte o la desgracia: –mientras tengamos salud –decimos con una elocuente primera persona del plural

Domingo. Durante la comida de Año Nuevo me da por pensar que, en caso de que alguien de la mesa se atragantase, nadie, salvo yo, podría realizarle la maniobra de Heimlich. De acuerdo, es una gilipollez, pero es algo que me viene siempre por estas fechas a la cabeza; especialmente en Nochevieja al engullir de esa manera tan vertiginosa las uvas.

Lunes. Acudo al médico por un catarro que no acaba de remitir. –Paracetamol y muchos líquidos hasta que lo vayamos soltando –me dice. Nunca se lo he confesado pero me reconforta muchísimo esa primera persona del plural, que se conjure con un hipocondríaco de manual como un servidor para enfrentar lo que venga. –Estos días no vamos a fumar –me dice, acompañándome hasta la puerta.

Martes. Vuelvo a ver –es la quinta persona en un par de meses– a alguien agachándose en la calle para recoger colillas. Es una imagen que me transporta a la posguerra, un fotograma del cine neorrealista de De Sica de los cuarenta. Por supuesto que la inflación se sustentará sobre números y gráficas pero no creo que haya cifra más elocuente, señal más clara, que ver al prójimo, al otro, en esa tesitura para entender hasta dónde estamos de barro.

Miércoles. Por la tele muestran la capilla ardiente de Benedicto XVI y describen las exequias. Al parecer será enterrado en tres ataúdes: primero en uno de ciprés forrado con terciopelo carmesí, que será introducido en otro de zinc sellado y que, a su vez, acabará dentro de un tercero en madera de olmo… –Dado que es emérito no puede llevar zapatos color burdeos –termina diciendo el locutor con una naturalidad desconcertante.

Me descoloca lo del color del calzado, esa puntualización; tanto o más que lo de los féretros concebidos como una matrioska. Burdeos… Creo que no tengo nada color burdeos. En casa no somos, nunca fuimos muy de burdeos. Es curiosa esa frase del registro familiar: aquí somos muy de pacharán, de café… como si en esos detalles triviales fuera donde reside realmente nuestra identidad.

Jueves. Veo con mi pareja un partido en diferido del Bilbao Basket. –Jugamos contra el Unicaja –me dice con una mezcla de expectación y de impotencia, metiéndome, implicándome en el partido. A veces me hago un lío y animo a los otros; a Radicevic le llamo Ratzinger. Perdieron; perdimos.

Viernes. Tampoco nos ha tocado la lotería del Niño. Definitivamente. Lo miraré este fin de semana con más detalle pero hay una prueba concluyente, sólida: son las nueve de la noche y no nos ha llamado nadie. En este caso no se cumple el «no news, good news». Es curioso cómo nos agrupa la suerte o la desgracia: –mientras tengamos salud –decimos con una elocuente primera persona del plural.

Sábado. Preparo la clase del próximo lunes con 4. A. Tenemos que abordar la importancia de la persona en que conjugamos el verbo. No es lo mismo decir «lo conseguirás» que «lo conseguiremos»; si quieren ganarse, motivar al otro, que apuesten por el «tenemos que hablar», por el «vamos». Con muchas oes; o aes. Como ellos vean. El caso es que «vayamos» juntos este segundo trimestre.

Encuentro al respecto en Verne un corto danés que, frente a cualquier encasillamiento, defiende la inclusión con un texto implacable, demoledor: «Estamos nosotros. Y están ellos». Dudo entre ese anuncio o un tutorial de la maniobra de Heimlich. Me parecen igual de apremiantes, de urgentes. Cualquiera de los dos vídeos puede, llegado el momento, salvarles, salvarnos la vida. En fin.

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