Patriotas unidos
En España la forma más «natural» de mostrar patriotismo se expresa aludiendo a valores excluyentes, violentos y antidemocráticos.
Ladis Zabala, Piti Iturbide y Rogelio González Medrano formaron un trío que se destacó por sembrar el terror en el llamado Triángulo de la Muerte durante la Transición. Reivindicaron sus fechorías con las siglas Triple A y Batallón Vasco Español y tuvieron, hasta que el escándalo de su impunidad traspasó líneas, la complacencia de sectores del Estado. Sus víctimas, personas vinculadas a la izquierda abertzale.
Piti Iturbide murió en abril de 2013 y Ladis Zabala en octubre de 2015, dejando tras su impronta numerosos cabos sueltos. El primero de ellos el de quién los reclutó. Era conocido que su mentor fue Jesús Arrondo, un buscavidas que trabajaba para la Policía franquista y que fue el causante de la muerte de dos militantes vascos, Roque Méndez y José Luis Mondragón. ¿Quién estaba en el Ministerio del Interior detrás de Arrondo? El tercero de la tríada, González Medrano, se «arrepintió» y destapó a los colaboradores e impulsores de la red, políticos, agentes policiales y sacerdotes. Pero aquel informe desapareció en la sala de algún juzgado. Nunca fueron imputados los aludidos.
Hace una decena de años, Uwe Mundlos, Beata Zschäpe y Uwe Böhnhardt fueron señalados como autores de al menos diez muertes reivindicadas por un grupo parapolicial alemán, la NSU (Clandestinidad Nacionalsocialista). Fueron atentados cometidos desde 2000 hasta 2011, en los que las víctimas, con alguna excepción, fueron migrantes. Los dos Uwe quemaron su vivienda y aparentemente se suicidaron para evitar la detención, mientras que en 2018 Zschäpe, fue condenada a cadena perpetua tras haberse previamente entregado a las autoridades policiales. Como González Medrano colaboró con la investigación y luego se retractó. Cumple pena en Chmenitz.
Con la muerte de Mundlos y Böhnhardt se rompieron los lazos que los unían al estado profundo. Como en el caso de los del Triángulo de la Muerte, las preguntas sin respuesta fueron superiores a las que ofrecieron certezas. ¿Quiénes marcaban los objetivos? ¿Quiénes los escenarios? ¿Quiénes aceleraban o desaceleraban las acciones? Y los más de 40 colaboradores, ¿qué fue de ellos? Cuando las preguntas se quedan sin respuestas, lo habitual es mirar quién sale beneficiado de una determinada acción. Y con la actividad de la NSU, los favorecidos fueron los sectores que propugnan el Segundo Reich.
La complacencia con la NSU recordó aquel pogromo de 1992 en Rostock-Lichtenhagen cuando cientos de ultras, jaleados por miles de espectadores y con la Policía ausente, atacaron una residencia de trabajadores vietnamitas llegados a la RDA antes de la reunificación. Gritaban «Alemania para los alemanes». Fue el punto de partida. En 2019, Walter Luebcke, presidente del Consejo de Kassel, fue muerto en atentado neonazi. Le echaron en cara su acogida a refugiados. El pasado año, la SEK, una unidad especial de la Policía, fue disuelta en el estado de Hesse por sus vínculos con la extrema derecha. Hace unos meses, trascendió el intento de secuestro del ministro de Salud, cuando fueron detenidos varios militantes de Patriotas Unidos. Y hace unos días, 25 detenidos por preparar un golpe de Estado que devolviera a Alemania su esplendor imperial. La vuelta de los arios.
En octubre y en el acto BeyondSpain, alternativo al año de España en la feria del libro de Frankfurt, tuve la ocasión de participar en una de las conferencias. El runrún del golpe estaba ya en el ambiente. Cuando concluí, uno de los oyentes me preguntó por la solidez y fortaleza del estado profundo en España. Y añadió que, en Alemania, el estado profundo tenía a la extrema derecha de ariete desde los tiempos de Rostock-Lichtenhagen. Y que ese estado profundo intentaba marcar la agenda política con acciones diversas. Vamos, por lo que entendí, como si fuera un lobby, potente, eso sí, pero un lobby, a fin de cuentas.
La desigualdad con España es abismal. El estado profundo hispano, siguiendo la acepción sajona del Deep State, no tiene comparación. No es un estado dentro del estado, o esos grupos que aspiran al poder y conspiran clandestinamente como ha sucedido o está sucediendo en Alemania. En España el estado profundo es la esencia, la naturaleza misma de su expresión política. En Alemania, las instituciones y asociaciones policiales y militares están infiltradas por agentes del estado profundo. En España, por el contrario, las instituciones policiales y militares son el estado profundo y, en todo caso, están salpicadas por agentes democráticos, la excepción. El estado profundo es el Estado y el Gobierno subsidiario.
Los recorridos paralelos no solo están relacionados con la memoria y la expansión de los relatos excluyentes, cuestiones en las que las diferencias son notables, sino en la forma política de abordar el auge del fascismo. Mientras en Alemania a derecha e izquierda se ahonda en que la desnazificación no ha sido lo suficientemente contundente, en España la forma más «natural» de mostrar patriotismo se expresa aludiendo a valores excluyentes, violentos y antidemocráticos. Es decir, profundizando en las mismas esencias que hicieron perdurar al franquismo, marca blanca del nazismo.
Las manifestaciones y relatos de José Barrionuevo, Jorge González, Bernard André, Juan Alberto Belloch, Felipe González... y los que llegarán, confirman que a la impunidad se le suma la necesidad de pasar a la historia como los salvadores de esa patria que hoy, por la presencia política de ERC o EH Bildu, parece en peligro. Los que se reivindican fueron precisamente los autores intelectuales de las razias de Zabala e Iturbide.
Y así, los mensajes golpistas en Madrid han adquirido una cadencia amenazadora, sustentados en una idea transversal, la misma que en Alemania sirve para galvanizar al estado profundo en el lema de «Patriotas Unidos». Con la diferencia de que, en España, esos patriotas copan todas las instancias del Estado, desde la magistratura hasta los medios de comunicación, pasando, obviamente, por cuarteles y comisarías.