Polarizar la campaña
El ya físicamente libre Sr. Otegi, pues ha cumplido sus seis escandalosos años de injusta prisión, seguirá mediante la «inhabilitación para cargo público» en la cárcel ideológica dispuesta por Madrid y al que, según parece, favorece por omisión y dengue de provincias el actual lehendakari, Sr. Urkullu, que pertenece a
esa generación que fabrica prótesis democráticas a fin de que funcione un poder pervertido
El Sr. Urkullu ha dicho esto que sigue: polarizar la campaña (electoral) en torno a «esta cuestión» es seguir en «el pasado». Por «esta cuestión» entiende el Sr.Urkullu, nada más y nada menos, que la «inhabilitación para cargo público» del Sr.Otegi, líder del proceso ideológico y político en que miles de vascos se han comprometido para librar la batalla de su soberanía. La sentencia que ahora se esgrime de nuevo para descabalgar al Sr. Otegi de su liderazgo electoral por considerársele absurdamente dirigente de ETA, tiene un perfil concupiscente y oscuro, pues prolonga –y ahí está su principal quiebra– la injusta condena de prisión, ya cumplida además, que ordena una escandalosa y lateral reclusión ideológica –en eso consiste moralmente la inhabilitación– que impide que miles de vascos puedan elegir al Sr. Otegi como voz y posible lehendakari; sentencia que podría entrañar la comisión de un delito de prevaricación al presuponer un delito que supera al delito básico que ha suscitado la condena. Con ello el ya físicamente libre Sr. Otegi, pues ha cumplido sus seis escandalosos años de injusta prisión como «dirigente» de ETA, seguirá mediante la «inhabilitación para cargo público» en la cárcel ideológica dispuesta por el movimiento nacional que funciona en la capital del Estado y al que, según parece, favorece por omisión y dengue de provincias el actual lehendakari, Sr. Urkullu, que pertenece a esa generación que fabrica prótesis democráticas a fin de que funcione un poder pervertido.
Hoy es uno de esos días en que me gustaría dominar el euskera para dar más proximidad y calidad a mi grito en pro de la liberación democrática. Pero me consolaré de este déficit lingüístico con la frase que en pleno franquismo dedicó el entonces abad de Monserrat, dom Aureli Maria Escarré, al gobernador civil de Barcelona que le visitaba y que ensayó la cortesía de subrayarle al gran monje que a él le complacería en tal momento hablar catalán, si dominara la lengua, para recordar el triunfo de los catalanes sobre el ejército de Napoleón en los Bruchs, frente a la histórica abadía. El abad Escarré miró muy sonriente al gobernador y simplemente acogió su observación «cortés» subrayando «que lo importante no era hablar catalán sino pensar en catalán». Válgame, pues, a mí la hermosa oferta del benedictino para seguir la redacción de este papel español que quiere servir a la libertad vasca.
Veamos ahora en qué se apoya el lehendakari para empujar al ostracismo político al Sr. Otegi. Repito: dice el ocupante de Ajuria Enea que polarizar la precampaña electoral en torno a «esta cuestión –consistente en dejar al margen al Sr. Otegi– es seguir en el pasado». Más o menos equivale a perder el tiempo. O sea, que ayudar a miles de vascos abertzales a que den vida plena a un universo tan amado como es para ellos el de la soberanía vasca –finalidad que hoy requiere la presencia políticamente plena del Sr. Otegi– conlleva entorpecer el ejercicio político sólido, serio y moderno, como el que protagoniza el PNV, que al parecer no representa un pasado inerte, según el lehendakari, sino un presente sumamente eficaz y fructífero que rechaza como estorbo cualquier polarización que desvíe a los vascos de la ruta que está señalizada por Madrid. Es decir, «que esta cuestión» dificulta gravemente el progreso político en Euskadi.
Preguntemos en primer lugar qué alcance concede el Sr. Urkullu al término polarización. A primera vista parece que es correcto. Polarizar supone «concentrar la atención o el ánimo en alguna cosa». Exacto; pero esa polarización es la que pretenden los abertzales que reclaman la capitanía del Sr. Otegi para lograr el colosal propósito de hacer de la soberanía vasca su principal empeño. Ahora bien, el lehendakari parece referirse a este empeño, si es liderado por el Sr. Otegi, como un obstáculo propio del «pasado» para el avance político de los vascos. Y esto es, precisamente, lo que me llama la atención.
Por qué considera el Sr. Urkullu que el problema de la inhabilitación planteado por los tribunales encuadrados en el Estado español se ha convertido en una piedra puesta por los abertzales de Bildu en el zapato del PNV? Por el contrario, el lehendakari debiera reconocer en la intención de esos abertzales una ayuda valiosa para hacer el camino hacia la libertad plena de Euskadi, en cuyo marco quizá el PNV podría desarrollar todo su potencial nacionalista. Por el contrario, ser la primera fuerza política de Euskadi aceptando la cortapisa electoral organizada por Madrid equivale a contaminar de centralismo español el alma política de los vascos. Es más, resulta lógica y moralmente inaceptable que el Sr. Urkullu califique de «cosa del pasado» este benemérito esfuerzo de los seguidores de Otegi, ya que la pretensión de libertad para un pueblo no es en este caso ambición pretérita sino muy actual, al menos por lo que se respira en la calle vasca. Otra cosa es que el lehendakari presente crea que él alcanzaría esa libertad merced a una política propia, lo que, según pienso, quedaría claro en unas elecciones en que los «otegianos» pudieran participar con toda su potencia. En unas elecciones libres quedaría perfectamente claro el orden de los partidos políticos vascos para componer el auténtico mapa vivencial de la ciudadanía. En ese marco el debate vasco, ahora convertido en una carrera de sacos, podría ser permanente y ejemplar, y alumbraría, como una luz concentrada, la libertad ideológica, malparada universalmente por una multitud de constricciones inadmisibles. Una nación demográficamente modesta puede constituir un estímulo para tantos pueblos ahora aherrojados por factores que gobiernan verdaderamente la vida colectiva al margen de las urnas. Pueblos en que las cacareadas constituciones no son más que papel de estraza para envolver despojos.
Sr. Urkullu, si usted quiere realmente la grandeza moral de su pueblo es hora de protagonizar un poderoso «¡No!» a quienes destruyen los puentes de la libertad de pensamiento. El Sr. Otegi debe estar en el puente de su barco. No se puede consentir que una parte de la sociedad, sea cual sea su volumen, haya de navegar a bordo de pateras amenazadas por toda clase de armas. Franco murió y el Sr. Fraga murió, por tanto la calle ya no es suya. Modestamente quiero creerlo, pero personas como usted, Sr. Urkullu, han de demostrarlo. Para eso tienen el poder en su mano. No se debe incurrir en una política de castraciones declarando «pasado» algo que podría regresar al presente de múltiples y malas formas. No lo quiera Dios. Convertir las libertades en un funeral con plañideras institucionales que hablan y hablan de la honestidad constitucional constituye, en este caso sí, el mejor modo de correr las tupidas cortinas que impiden toda luz por modesta que sea. Llevamos camino de que los gobernantes entiendan por gobierno sensato y centrado cualquier forma de mantenernos encerrados en casa mientras ellos conservan las llaves. Sería también muy desgraciado que muchos vascos hubieran de apoyarse en un español fraterno antes que funcionar con un euskera confuso. Yo creo que los seguidores de Otegi y cuantos aspiran a la libertad vasca entenderán perfectamente lo que acabo de decir sin esquivar riesgo alguno. Al fin y al cabo no es malo que recuerde otra vez, aunque fugazmente, al desterrado dom Aureli Maria Escarré, cuando en “Le Monde” fechado el 14 de noviembre de 1963 decía al gran periodista José Antonio Novais y refiriéndose al dictador: «No tenemos veinticinco años de paz, sino veinticinco años de victoria». No quiero ni pensar en que realmente, y en esta fecha, deberíamos hacer una triste adenda al cálculo del inolvidable benedictino, ya que realmente en cuanto afecta a la auténtica democracia llevamos ochenta años de victoria que mantienen en la cárcel a quienes demandan con autoridad política la libertad de opinión y de voto.