José Luis García
Doctor en Sicología, especialista en Sexología, y autor del libro “Sexo, poder, religión y política”

Pornografía e ideología

Como podrá comprenderse en este estado de radicalización extrema, quienes osan proponer algún tipo de solución intermedia, son objeto de las más feroces críticas desde ambos lados.

Como es sabido, los asuntos que conciernen al sexo, generan no pocas polémicas y controversias desde tiempos inmemoriales. No hay manera de desprenderse de esta mochila secular. El poder religioso y político ha sabido utilizarla hábilmente, adaptándose convenientemente a los tiempos, a tenor de la importancia que tiene en la vida de la inmensa mayoría de las personas. El sexo, le interesa a casi todo el mundo. A unos más que a otros, claro.

Por ejemplo, el divorcio, el aborto o los métodos anticonceptivos para jóvenes, han sido objeto de los más furibundos ataques y también, cómo no, de los más fervientes defensores, en nuestra reciente historia. Más tarde o temprano la razón democrática, la libertad, los derechos individuales, la salud y el sentido común acaban imponiéndose y tales cuestiones acaban integrándose en la vida con cierta normalidad, si bien hay quienes todavía manifiestan su desacuerdo permanente como si de una matraca se tratara. Este proceso de cambio se ha dado, y se sigue dando, en otros muchos países con un timing similar.

Estas materias provocan una polarización de las opiniones de una manera asombrosa razón por la que, a nosotros, nos resulta subyugante desde un plano académico y curioso. Pues bien, en la actualidad, la pornografía, la prostitución y la gestación subrogada, por poner tres ejemplos relevantes, constituyen elementos centrales de la confrontación ideológica. Solo mencionaré hoy a la pornografía.

Como los lectores saben, mi interés por el estudio de la pornografía y de sus efectos no es nuevo. En octubre de 1980 publicaba un artículo en el que advertía de los riesgos de aprender porno en ausencia de una educación sexual científica y profesional. No solo seguimos prácticamente igual, sino que hemos empeorado, la pornografía de hace cuarenta años no tiene nada que ver con la actual. El cambio en los contenidos y la accesibilidad ha sido espectacular. En cualquier caso, lo que no ha cambiado, es que las películas pornográficas son una de las fuentes más importantes de información sexual de nuestros menores y jóvenes. Algunos chicos ya comienzan a ver porno a los ocho años. Barra libre incluyendo el porno violento.

Y sabemos perfectamente los riesgos que comporta para su salud, su desarrollo y sus relaciones. Hay centenares de estudios científicos que constatan las consecuencias negativas en el cerebro, en la conducta adictiva, en las agresiones sexuales o en las relaciones de pareja, por mencionar solo algunos. El destrozo que puede ocasionar su consumo habitual en el desarrollo afectivo y sexual en un menor parece fuera de toda duda.

Pues esa polarización a la que hacia referencia es paradigmática en la pornografía. Si desde el plano sociológico, hiciéramos un continúo describiendo las posiciones ideológicas existentes en la actualidad, nos encontraríamos con dos extremos bien definidos: Hay personas y grupos radicalmente en contra y personas y grupos radicalmente a favor, sin admitir ningún tipo de concesión o grado intermedio. A favor o en contra. Y punto. O conmigo o contra mí. Hay artículos y publicaciones bien interesantes a este respecto.

Entre ambos extremos, muchas otras personas y grupos, que se situarían a lo largo de ese continuo, entre los que me incluyo, que piden un poco de sosiego, un análisis científico y mesurado y estudios rigurosos para ver cómo podemos solucionar este problema atendiendo al daño que genera la pornografía, en particular la violenta. ¿Para qué?: para conocer mejor la realidad de lo que ocurre y ofrecer soluciones que pasan necesariamente por la educación sexual desde la educación primaria y obligatoria en todas las familias. Más sabiduría y menos ideología, porque la bronca dificulta los avances, entorpece la búsqueda de soluciones. Y no es baladí porque la salud de muchos chicos y chicas está en juego.

En el extremo del continuo contra la pornografía, nos encontramos con la paradoja de que algunos grupos feministas, grupos religiosos diversos y recalcitrantes, así como ultras políticos, se posicionan sin ningún tipo de ambages en contra. Por razones distintas, pero coinciden en esa postura ideológica. En el otro extremo, a favor se sitúan la industria pornográfica, los consumidores de porno en particular los adictos que no quieren oír ni hablar de regulación, que no le toquen lo suyo, y que la venden como un símbolo de libertad sexual. Es el mercado, amigo, nos dicen. En este grupo, nos encontramos facciones, también denominadas feministas, que la defienden a capa y espada como una lucha contra el modelo dominante de sexualidad. Tambien por razones distintas los diferentes grupos coinciden en esa posición ideológica.

Como podrá comprenderse en este estado de radicalización extrema, quienes osan proponer algún tipo de solución intermedia, son objeto de las más feroces críticas desde ambos lados. O quienes sugieren que hay películas eróticas, cintas sexuales con finalidad terapéutica o educativa o simplemente películas de contenido sexual que estimulan el deseo de muchas parejas, en las que el deseo se ha ido apagando, y que no tienen absolutamente nada que ver con la pornografía violenta, que habría necesariamente que regular. Pues no, a estos ni agua, desde ambos extremos.

Y así andamos, liados en un enfrentamiento que parece no tener fin, cuyas consecuencias son devastadoras, en la medida en que nuestros chicos y chicas se privan de recibir una educación sexual profesional a la que tienen derecho sin ningún género de dudas. Y como hemos dichos muchas veces, los hijos e hijas (o sobrinos o nietos) de todos y cada uno de los hombres y mujeres que conforman esos grupos a favor y en contra, son víctimas de la situación paralizante en la que estamos. Por igual. Las consecuencias son transversales.

Un dato nada más: una de las webs porno más importantes del mundo, tiene en torno a 115 millones de visitas diarias promedio. 1.200 búsquedas por segundo. "The Economist" cifra entre 700 y 800 millones las webs pornográficas que hay en el mundo. Tres de cada cinco están alojadas en Estados Unidos. Esa misma web porno señala que, en 2019, tuvieron 42.000 millones de visitas, un incremento de 8.500 millones frente al año anterior.

Todo esto en internet, en un clik, las 24 horas del día, a disposición del que quiera visionarlas, gratuitamente y sin ningún tipo de control. Y muchas de estas películas son violentas y algunas deleznables e inaceptables. Por cierto, estas mismas páginas webs, que como estrategias de mercadotecnia han regalado los contenidos «premium» en la cuarentena de la Covid-19, afirman que su negocio ha aumentado el 15% en el confinamiento. Después de la reclusión es muy probable que el número de adictos al porno se incremente y que, con el mayor tiempo disponible, muchos chicos y chicas hayan ingresado en ese club que yo denomino «niños (y niñas) pornográficos». Una nueva generación con nuevos paradigmas sexuales, cuyo futuro está por ver. Ahí lo dejo.

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