Receta gubernamental: paciencia y tranquilidad
Nos parece que sería más consecuente que el Gobierno Vasco presentara a la sociedad un plan de empleo, en el que abandone su continuo apoyo a las empresas cuyos productos dificultan la sostenibilidad de la vida como las de armamento, las de combustibles fósiles o las del automóvil privado, para, por contra, invertir en mejorar la red pública de servicios asistenciales, y así afrontar el constatado crecimiento de la pobreza y la desigualdad en nuestra comunidad.
El próximo 27 de setiembre la ciudadanía de todo el planeta tendremos oportunidad de protagonizar una jornada global de denuncia y de lucha contra la actual situación de emergencia climática. Hablamos del peligroso ascenso de las temperaturas, originado por el depredador modelo económico capitalista, y cuyas graves consecuencias –desertificación, sequías, aumento del nivel del mar, incremento exponencial de las migraciones forzadas– están impidiendo (y a veces, acabando) la vida de un cada vez mayor número de personas, en amplias zonas de la Tierra. El objetivo de la jornada es exigir medidas reales –no solo declaraciones de intención– que detengan, la creciente emisión de gases de efecto invernadero.
La convocatoria –con acciones muy diversas, tanto en centros estudiantiles, como de trabajo, de consumo, y en las propias calles– ha sido fruto del consenso entre un enjambre de organizaciones sociales de todo tipo, además de los grupos ecologistas. La idea central de que defender la casa común, nuestro planeta –con el aire limpio, el agua pura, la tierra cultivable–, es defender la existencia de una ecojusticia global que garantice una vida digna para todas las personas, se ha extendido ya a muchos otros movimientos sociales. Hoy, con diferentes matices, pero con objetivos cada vez más comunes y compartidos, desde los feminismos a los sindicatos, los grupos antirracistas y de solidaridad con las migrantes, desde el antiespecismo o las asociaciones vecinales, hasta el movimiento pacifista, o el de pensionistas, se están construyendo un lenguaje y un discurso común, que están desenmascarando el sinsentido de un sistema económico-político, que nos sitúa en la obligatoria y estúpida necesidad de elegir entre el capitalismo (la Bolsa, con mayúscula) o la vida.
En Euskal Herria, la situación es similar, pero si tuviéramos que señalar un hecho diferencial, no cabe duda que ese sería la actitud ambivalente e hipócrita que, ante tan grave problema, practican nuestras autoridades locales y autonómicas. La Alianza por la Emergencia Climática, que coordina la jornada del 27S, lleva semanas presentando mociones en diversos ayuntamientos, y los resultados no pueden ser más descorazonadores. Contemplar a nuestros electos afirmar –sin el menor rubor, y en contra de la doctrina científica– «que la situación no es tan grave, por lo que se deben evitar alarmismos», sería para echarse a reír... si no nos fuera el planeta en ello. Escucharles defender como «herramientas válidas y más que suficientes, las políticas ambientales y energéticas del Gobierno Vasco» seria entendible... si no tuviéramos, desde hace años, constancia de su ineficacia, producto de su sometimiento al modelo neoliberal de capitalismo fósil. Tener que oír que «actuar contra el cambio climático no procede porque no es una competencia municipal», simplemente produce vergüenza, ajena y propia.
Es obligado pues, constatar la grave distancia existente hoy entre la realidad de emergencia ecosocial en que vive ya una mayoría de personas, y la percepción/valoración que de esa misma realidad tienen nuestros representantes políticos. Razones que explican la existencia de esa brecha, hay más de una. Desde el carácter secundario o residual que los problemas medioambientales (como todo lo que afecte al común, o sea, lo que no tiene dueño) tienen en una sociedad capitalista –de propietarios– hasta la baja calidad de nuestras «democracias», que impide a la ciudadanía vincular causas locales con efectos globales, y viceversa, pasando por ese divorcio antropológico-cultural en el que nos movemos y que nos obliga a colaborar con un sistema económico, que para crecer necesita destruir la fauna, la flora y millones de vidas de personas que, en su inmensa mayoría, poco o nada han contribuido a esa destrucción, salvo padecer sus más graves consecuencias.
Y por eso, la postura de nuestros gobernantes, locales y autonómicos, nos parece hipócrita. Porque el mismo gobierno que en la CAPV reconoce la situación actual como «emergencia» (aunque retrasando diez años los plazos de reducción de emisiones), lleva décadas sosteniendo la agresiva contaminación de Petronor, imponiendo un Tren de Alta Velocidad que nadie necesita, o una Super Sur que estimula el uso del vehículo privado, y abanderando la incineración de residuos, primero en Bizkaia y ahora en Gipuzkoa, además de apostando por nuevos proyectos de superpuertos y autovías. En Navarra, la situación es parecida, y podríamos recordar, de la mano de Sustrai Erakuntza Fundazioa, los proyectos de Alta Velocidad o el recrecimiento del pantano de Yesa, por citar solo dos de los más emblemáticos ejemplos, antiecológicos y antisociales, defendidos por la Administración foral (https://fundacionsustrai.org/panoramica-de-proyectos-insostenibles) Todos estos atentados contra la naturaleza –mantenidos en el tiempo– no solo contribuyen al presente cataclismo climático, sino que además... son perfectamente prescindibles.
Nos parece que sería más consecuente –con su declaración de emergencia climática– que el Gobierno Vasco presentara a la sociedad un plan de empleo, en el que abandone su continuo apoyo a las empresas cuyos productos dificultan la sostenibilidad de la vida (aquí, o en otros sitios) como las de armamento, las de combustibles fósiles o las del automóvil privado, para, por contra, invertir –que falta hace– en mejorar la red pública de servicios asistenciales, y así afrontar el constatado crecimiento de la pobreza y la desigualdad en nuestra comunidad. Luego, podría seguir, con un cambio en los horarios laborales y comerciales, que facilitase un reparto justo de los trabajos reproductivos entre hombres y mujeres. Y podría acabar, desistiendo de su irracional opción por atraer visitantes al costo que sea, con la cual está consiguiendo destruir la poca biodiversidad que nos queda, para generar, a cambio, solo empleos de miseria.
Sin embargo y por desgracia, ni el PNV (aquí y allá), ni el PSOE (allá y aquí) están por la labor... salvo que consigamos obligarles. Mientras tanto, convendría no olvidar lo que insiste en recordarnos el poeta y ecologista Jorge Riechmann:
«La Tierra podría darnos todo cuanto necesitamos.
Si se lo permitiéramos. Si nos lo permitiéramos».