Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Recuerdo de lo horizontal

La economía del crecimiento vertiginoso sucumbiría por su propio peso, como ocurre con todo lo que aspira al fantástico crecimiento de la Torre de Babel, un ejemplo del horror en que culmina siempre el verticalismo o paradigma de la soberbia

La ventaja de tener casi un siglo de edad es que uno lo ha conocido «todo» desde casi su nacimiento. Por «todo» entiendo, por ejemplo, la delirante sociedad de la informática, con su atropellado saber económico y el hombre arrodillado ante la máquina con divisa de «tronío».

La ventaja de contar con casi cien años de existencia es que uno puede vivir con casi «nada», que es el «todo» visto al revés.

La ventaja de contar con tanta memoria sobre las cosas es que viví un periodo de la historia en que la ética constituía la estética del saber.

Sobre lo dicho he de añadir que uno no fue afectado por el ébola del franquismo porque uno vivía su exilio interior compartido con algunos sobrevivientes que aprendieron que el asesinato de sus republicanos conduce a la oración y a la esperanza y no a una «victoria» permanentemente victoriosa. Sea dicho con todos los respetos. Laus Deo.

Ahora hablemos de Alemania, uno de los grandes temas españoles si se deja aparte el «dramatis personae» del gran suceso teatral en que los héroes apolíneos (y apolíneas) se baten para conservar la alcaldía de Madrid.

Esta es la última noticia procedente de Berlín: Alemania está sobrecogida por el temor a la recesión. ¿Sobrecogidos los alemanes? ¡Santo Dios! Yo conozco un poco a los alemanes porque tengo algo de sangre germánica. Y sé del elevado concepto que tienen de sí mismos, hasta el extremo de manifestar su admiración cuando comprueban que otro automóvil pasa junto al suyo en la autopista. «¡Menos mal que es un Mercedes!», me dijo un amigo, antiguo comunista sajón que me conducía a su casa. En el asiento de atrás “Trotsky”, un gran danés, meneaba el rabo.

Hace años, muchos años, leí un sugestivo libro firmado por E.F. Schumacher, alemán por cierto, titulado “Lo pequeño es hermoso” y en el que se pronosticaba que la economía del crecimiento vertiginoso sucumbiría por su propio peso, como ocurre con todo lo que aspira al fantástico crecimiento de la Torre de Babel, un ejemplo del horror en que culmina siempre el verticalismo o paradigma de la soberbia. Tal está ocurriendo ahora ya, si es verdad lo que he leído, merced al fanatismo verticalista de la economía mundial. La necesidad de capital para trajinar lo que se edifica crece exponencialmente, el número de horas de trabajo acumuladas en un mismo punto crece exponencialmente, el recurso al crédito crece exponencialmente, la cifra de potenciales clientes que puedan absorber lo construido mengua exponencialmente, etc., etc.

El Sr. Schumacher advirtió que debería regresarse a un economía que llamaremos vecinal, nacional, próxima… Una economía capaz de cohonestar oferta y consumo, capital fácil e inversión recuperable… A esa economía nuestro alemán bautizó como economía budista a fin de llamar la atención al que hace el camino «sin naide que lo entretenga», como cantaba el arriero de la Pampa, ahora tan revuelta por la imagen resucitada de la bella Evita. Una economía de mercado decente, pretendía Schumacher, en que la frontera de cada pueblo buscara el ámbito preciso para su subsistencia, sin aspirar a más con prisa inconsistente, ni venir a menos por tropezones mediados con torpeza. El libro se vendió como churros porque su contenido era fácil de realizar. Naturalmente, como era previsible, fue enterrado en el jardín del olvido por los atareados chequistas (de cheque; no me seáis torpe, hermano) para no darle brío a la infección.

–¿Por qué tanto recuerdo? Mucho remedio buscamos para aparejar verdad.

La actual torre de Babel se está derrumbando exponencialmente ahora, aplastada por su peso vertical y nuevamente Dios se ha irritado exponencialmente con la banca, los héroes enloquecidos por la invención que no sirve y con sus economistas a la violeta. Ciertamente Él había entregado la tierra para que la trabajásemos horizontalmente y con el sudor necesario. Según el salmo «el que tenga ojos que vea y el que tenga oídos, que oiga». El mito colosal se redondea incluso con la confusión de las lenguas, como dice la Biblia y prueba en nuestro caso el inglés que usa el Sr. Trump.

Yo leí al Sr. Schumacher cuando era aún joven según mi calendario lunar sumerio distribuido en 300 lunaciones divididas en 354 días y 11 años divididos en 355 jornadas. Viví con ese calendario mi economía budista y aquí estoy, hecho un roble. Como pasa el tiempo…

A veces me dejo llevar por una simple malicia que me hace suponer que todos los enredos de los expertos son una simple añagaza para ocultar el poder al entendimiento del común. Bastaría para eliminar el entuerto obligar a los diputados a tener oficina con ellos al frente en el territorio por el son elegidos. Y explicar. Y debatir. En Inglaterra es costumbre vieja.

Como dice la milonga, ya que hemos echado mano de una nueva repulsa popular, en esta caso argentina, a la camada que gobierna con soberbia: «Y así talló soberano/ el que de andador andaba./ Volvió naipe con la mano/ y encontró lo que buscaba». Es la hermosura de lo pequeño, de lo cercano, de lo nuestro.

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